El disparador: Noche terrible

Datos

Relámpagos, truenos, tormenta. Mariana se sobresalta en la cama. Le toca el hombro hasta que Roberto susurra fastidioso: “¿¡Qué pasa?!”. Y no, él no entró la ropa que estaba colgada en el patio. “No te puedo pedir un solo favor, eh, ¡ni uno!”, se queja ella. Roberto resopla, abraza la almohada y sigue durmiendo.
Mariana baja las escaleras, atraviesa el living y entra en la cocina, donde hay unos cuantos platos desparramados. “Ni siquiera los meten en el lavavajillas”, murmura. Recoge la ropa del patio y la deja sobre la mesa de la cocina. Cuando vuelve a pasar por el living descubre una mancha de humedad en el techo y, también, que el enorme ventanal tiene una filtración mínima por la que entró una gota de agua que cae, como una lágrima, desde lo alto del vidrio.
Al entrar a la habitación enciende la luz y busca una toalla. Roberto, abrazado a la almohada, protesta: “Dejá de hacer ruido, yo mañana laburo”. Mariana estornuda y lo salpica. “¿Pero qué te pasa?”, reacciona él. “Estoy harta de ser la mucama de la casa. Vos sos el rey que se cree que esto es un hotel”, larga ella. “Uh, te pusiste dramática otra vez”, replica él. Ella se mete en la cama y apaga la luz. La tormenta sigue. Ambos tardan en dormirse.
A unas treinta cuadras, la chapa del techo resuena. Para Yobana es una alarma que evoca el pasado. Sale de la cama y se apura para poner unos sacos de arena en la puerta de la casa. Tres años atrás el agua le llegó hasta las rodillas y perdió un mueble, dos sillas, una radio portátil y su celular. También se arruinaron los libros de su hija de diez años.
El plan resulta bastante bien, solo se acumulan un par de centímetros de agua en el ambiente que hace de living-comedor-cocina. Vuelve a acostarse.
Queda en vigilia, atenta a la tormenta, que de a poco cede. Se duerme. Enseguida vuelve a sonar la alarma: ahora para ir al trabajo. Se pone unas medias húmedas. Toma una taza de mate cocido junto a su hija y después salen a esperar el colectivo.
Son las ocho de la mañana. Suena el timbre. Mariana abre la puerta en pijama. Yobana saluda sonriente. “Buen día para vos –lanza Mariana–, yo tuve una noche terrible”.

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