El disparador: Paquete Azul

Datos

Este no tiene ganas de hacer nada, digo. El empleado del correo hace todo lentísimo, como si llevara un piano en la espalda que no lo deja moverse más suelto. Parece cargar un peso ancestral.
Pero es simpático, me habla con una sonrisa y hace bromas. Pregunta los datos del remitente y destinatario. Completa la etiqueta del paquete, y dice: “Estas cajas azules son tan lindas que la gente no las quiere ni abrir”. En la ventanilla de al lado un monje envía cartas. Me pregunto si le escribirá a Dios.
Vuelvo a casa con una sensación de hastío. La gente anda apurada, la bocina suena a cada rato, algún insulto sobrevuela en el aire. Lo de siempre. Al llegar prendo el fuego. La leña crepita. Descorcho un vino. José llega cuando la carne está lista. La cena transcurre entre un tema y otro. Él es filósofo pero trabaja de vendedor: “Este mes hice 40 horas por semana y gané 2.000 pesos. Al final se balancea con otros meses, ganaré unos 10.000 al mes en promedio este año. ¿Pero cuál es el estímulo para ir a trabajar mañana?”, plantea, mientras liquidamos un bife de chorizo.
Discutimos sobre si el problema radica en la falta de pasión por el trabajo que cada uno hace. Mi amigo está seguro: “Más del 90 por ciento de los laburos son horribles, no los quiere hacer nadie. Ni si te pagan bien”. Le pregunto si lo único que sostiene la motivación es el salario.
Comento que el empleado del correo que me atendió esta mañana no tenía ganas de hacer nada, al punto que me generó desconfianza. José dice que no es para tanto, que al final es un empleado postal y no tiene margen de error. “Es así, nadie quiere trabajar si no es por la plata”, sentencia.
Me ducho para sacarme el olor a humo. Me desplomo en la cama. El inicio del fin de semana invita a dormir hasta el mediodía. Pero a las 8 de la mañana suena el timbre. Con los ojos hinchados voy hacia la puerta. Cuando estoy llegando me cruzo con mi mujer: “Trajeron esto para vos”. El paquete azul me parece familiar. Me refriego los ojos y pregunto quién lo trajo. “El cartero, ¿quién va a ser?”. Leo la etiqueta y entiendo todo: los datos de remitente y destinatario están al revés.

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