Ernesto Suárez llega con sus “Lágrimas y risas”

El gran dramaturgo mendocino será parte del 5° Festival Nacional de Teatro, que comienza hoy, organizado por Fundación Cultural Patagonia y el IUPA, en Roca. Esta tarde dará un seminario y mañana subirá a escena. Antes, habló con “Río Negro”.

El 5º Festival Nacional de Teatro en Roca, organizado por Fundación Cultural Patagonia (FCP) y el Instituto Universitario Patagónico de las Artes (IUPA), permitirá disfrutar desde hoy y hasta el sábado, de obras de consagrados dramaturgos y directores como “Terrenal. Pequeño misterio ácrata”, de Mauricio Kartun, que saldrá a escena esta noche en el Auditorio Ciudad de las Artes; “El bululú. Antología endiablada” de Leticia González de Lellis y Osqui Guzmán, “La Pilarcita” de María Marull, “La encomienda” de Silvina Mañueco, “Mujer en la ventana con perfume de ayer y el alma prendida con alfileres” de Javier Santanera, y “Lágrimas y risas”.

Esta últimas es un unipersonal del mendocino Ernesto Suárez (Guaymallén, 9/1/40), con textos propios sobre fragmentos de cuentos de Juan Draghi Lucero, Darío Fo, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, entre otros autores, que recorre las voces de Latinoamérica con humor y momentos conmovedores.

Proveniente de una familia humilde y trabajadora del departamento Guaymallén, Ernesto, en diálogo con “Río Negro” días antes de su llegada a Roca, fue vendedor ambulante en su infancia. Se formó en Mendoza con los directores teatrales Leónidas Monte, José Chiavetta y Carlos Owens. Es docente desde 1969 hasta el presente, en el Instituto Cuyano de Cultura Hispánica y la Municipalidad de San Martín, Mendoza, y la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo.

Creó numerosas obras para niños y adultos como “El león matón”, “Historia de un chupetín”, “El trámite”, “Perseguidos por reír”, “Hablemos de la pareja” y “Lágrimas y risas” que mañana a las 21, ofrendará al público de la región. Pero antes, a las 19 de hoy, dará una charla sobre “El humor como herramienta de comunicación en el teatro popular”.

Exilio y resurrección

“Salí del país un día antes de golpe de estado de 1976 por Socompa, un paso de Salta, con Arístides Vargas, actor, director de teatro y escritor”, recuerda Ernesto. “Los dos, con mi mujer y mi hija chiquitita. A la semana se me vencía el pasaporte y salimos justo, justo. Volví en el 84, recién ganada la democracia. Estuve en Lima un año trabajando primero en la calle y luego viviendo en el camarín de un teatro, donde hizo un lugarcito para mí y Arístides, Alonso, hijo de ese gran escritor peruano Ciro Alegría. Actuamos, formé el grupo Nukanchis, que quiere decir nosotros en quechua y aún existe. Después apareció el operativo Cóndor y me tuve que ir a Ecuador. Trabajé en la Escuela de Teatro de la Universidad de Quito, a los ocho meses renuncié y partí a Guayaquil donde armé otro grupo, El juglar, con el que estuve muchos años y fue el más popular de teatro ecuatoriano durante mucho tiempo ”.

P- En la obra que llevás a Roca, tomaste la virtuosa decisión de no cambiar de vestuario para pasar de un personaje a otro.

R- Cuando dirigí la Escuela de Teatro de Mendoza, a mis treinta años, salíamos a actuar en la calle con los alumnos y yo hacía un presentador porque contaba con experiencia en espacios abiertos no convencionales. Tenía oficio de trabajo callejero y no me costó adaptarme en Perú y Ecuador. Sí, hago varios personajes sin cambios de ropa, narro cuentos de autores como Pedro Calderón de la Barca (1600-81) sobre el Monólogo de Segismundo (de “La vida es sueño”), y después digo un texto del mendocino Juan Draghi Lucero (1895-1994), “La libertad del negro”. Voy relatando mi historia con cuentos o libros que me impactaron, en una especie de biografía un poco fabulada.

P- Como quien le cuenta a un nieto, agregándole condimentos para hacer más atractivo el relato.

R- Algo así, claro… Bueno, la gente se mata de risa y también llora emocionadísima, me sucedió hasta con actores en un seminario que di en Córdoba. Llego rotundamente a la emoción, un terreno virgen porque se ha perdido con el tiempo. Mi vieja me contaba muchos cuentos, el padre de Arístides Vargas era un gran narrador de historias del campo. Yo construyo personajes, pero al mezclar teatro con narración, la gente –como ha perdido la costumbre- vuelve a ser niño por un instante y entra de lleno en la convención del actor, si éste es convincente y maneja las emociones. De pronto, pasa del llanto a la risa.

Yo lo veo en la primera fila con espectadores entrenados como (Raúl) Serrano y un montón de críticos como Carlos Fos que vio la obra unas cuatro veces. O Ricardo Talento que trabaja en el grupo Catalinas Sur. Cuando voy a las cárceles o a barrios marginales, cuento esta historia para más de setecientas personas en el estreno en Mendoza en el Teatro Independencia, y una vez para dos, en el dormitorio de una casa en Chile. La señora estaba paralítica y no pudo ir a la función… Pasa el mismo efecto. Yo también me emociono, obviamente. Todos somos, como diría (Antonin) Artaud, un vidrio frágil.

P- ¿Podés reconstruir aquella escena?

R- Había hecho función ese día en un festival en Temuco, para cuatrocientos espectadores. Y ellos me daban alojamiento; la señora quería ir, pero se descompensó y cuando volví a la casa descubrí que no había podido. Entonces, hice la obra en el dormitorio. Fue hermoso… La he montado en plazas, en parques, en bares, no sé dónde no. “Lagrimas y risas” es muy orgánica, muy vital, creíble. En marzo viajé a Neuquén, a la sala de Lala Vega (Araca Teatro) por dos funciones y hubo que agregar una tercera por la cantidad de gente que fue.

P- Cubre la necesidad de contacto con la expresión viva, con la memoria, la palabra viva, directa, profunda, emotiva…

R- Casi se ha perdido la capacidad de contar una historia de frente al público, mezclando momentos en que actúo y narro. La directora de casting de BA, Eugenia Levin, que vino a Mendoza y la vio en un barcito primero y luego en un teatro, se quedó fascinada. Tanto que me llevó y gané para actuar “El aura” de Fabián Bielinsky, con Ricardo Darín. Pero no la pude hacer porque tenía funciones en Guayaquil con mis compañeros allá, en la misma fecha. Luego me propuso para “Camino a La Paz” con Rodrigo de la Serna. El director (Francisco Varone) había visto como a cincuenta actores para el personaje de Khalil, ella me presentó y quedé. La película ha tenido comentarios excelentes, sigue siendo invitada a festivales, me gané un premio en (el Festival de Cine de) Mar del Plata, también en BA…

P- ¿Cómo ves hoy tanto camino andado?

R- Ha sido mi modus vivendi que me salvó de la tristeza del exilio, me abrió senderos por toda Latinoamérica. Me ha permitido regresar a Mendoza en el 84, donde casi todo estaba muerto, armar “El Taller” que todavía existe, con otra gente y varios viejos que seguimos… Y hacer quilombo con el teatro, montar muchas puestas en ámbitos no convencionales, con treinta actores por ejemplo, sobre la historia de (Juan Bautista) Bairoletto como víctima de la violencia social.

P- Se viene ya el 5º Festival de Teatro en Roca…

R- Voy a dar también una charla sobre el tipo de humor que manejo, que critica o satiriza las estructuras del poder. Un humor no fascista ni facilista, que no se burla de la gente. Me sorprendió que me llamaran y solo conocía de nombre este encuentro. Tengo alumnos que viven en Roca como (Gustavo) el Tuti Azar.

“Yo construyo personajes, pero al mezclar teatro con narración, la gente vuelve a ser niño por un instante”,

describe Ernesto Suárez, acerca de la obra que montará en Roca.

Datos

“Yo construyo personajes, pero al mezclar teatro con narración, la gente vuelve a ser niño por un instante”,

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