Hatshepsut, la reina egipcia silenciada

Dos egiptólogos españoles, Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman, indagan en el libro “Hatshepsut”, la vida de una mujer invisibilizada por sus pares, que fue reina del Alto y del Bajo Egipto, a partir de una investigación surgida de los trabajos de excavación y estudio realizados en La Cantera de Deir El Bahari (Luxor Occidental). Ambos investigadores, director y codirectora de la Misión Arqueológica Española del Proyecto Sen-en Mut (TT 353) en esa región egipcia, compartieron siempre su fascinación por Hatshepsut, “una enérgica mujer de delicada apariencia” que se convirtió en reina, un hecho reprobable en una dinastía reservada exclusivamente a los varones. “Siempre nos había parecido una figura mítica del Antiguo Egipto –cuentan los autores–. La atracción ejercida por su personalidad nos impactó profundamente desde el momento en el que entramos en contacto con el gran Dyeser-Dyeseru, su templo de Millones de Años, elevado en el circo de Deir El Bahari”. En ese lugar, los dos trabajaron desde 2003 a 2008, cuando comenzaron a excavar en el interior del hipogeo (sepulcro subterráneo) del Mayordomo de Amón Sen-en-Mut hallaron claves muy importantes para comprender la intrahistoria de la reina faraón y este personaje, preceptor de su hija, la princesa Neferu-Ra. “Tal como rezan las inscripciones de los anales históricos de los reyes: ‘¡Nunca se había visto antes nada igual…!’. Un hombre de origen plebeyo y una gran reina (…) unidos en secreto para toda la eternidad”, escriben los autores en el prefacio de esta obra, recién publicada por editorial El Ateneo. Del archivo de los egiptólogos que habían trabajado antes que ellos en el templo, con viejas fotografías, diarios de excavación, artículos publicados en revistas especializadas, visitas a museos y los objetos de Hatshepsut y Sen-en-Mut, los españoles elaboran una nueva visión de esta reina, que es volcada en el libro. Antes que ellos y de manera casual, el 18 de junio de 1829, Jean Francois Champollion e Ipolito Rossellini llegaron a lo que hoy se identifica como un conjunto de templos situados en el circo rocoso de Deir El Bahari, en la orilla oeste del río Nilo, rememoran los investigadores. Fue en esa zona, donde Champollion se topó con un portal edificado con granito rosa y “allí se enfrentó al descubrimiento de Hatshepsut”. “Leyendo los jeroglíficos que cubrían las jambas del pórtico, descubrió las imágenes de dos faraones, marchando majestuosamente, revestidos con todas sus insignias de poder”. Las inscripciones hablaban de dos personajes reales. El de mayor rango el investigador interpretó que llevaba el nombre de Aménenthé y el otro era Thutmosis III. El motivo de por qué el nombre de Hatshepsut fue leído como Aménenthé resulta oscuro, aunque bien podría tener que ver con los valores fonéticos que se asignaban a los jeroglíficos. A raíz del descubrimiento, el egiptólogo francés propuso una reconstrucción de la genealogía de los reyes de la dinastía XVIII para incluirla como quinto soberano de esa dinastía, coronada rey de Egipto hacia 1479-1457 a.C., “cuyo nombre había sido eliminado de los Anales por los reyes que la sucedieron en el trono”. El hecho de ser mujer y faraón hizo que sus sucesores la borraran de las listas reales al atentar con los rígidos esquemas de la sociedad faraónica. Pero a pesar de la proscripción oficial la memoria de Hatshepsut perdura a través de una tradición oral que se transmitió hasta llegar al sacerdote Manetón, mil cien años después, encargado de escribir una historia de la sucesión de los reyes de Egipto donde figura esta soberana. Según los datos manetonianos, “esta soberana reinó veintiún años y nueve meses (…) se le atribuye la maternidad de un rey identificado por los investigadores con Thutmosis III, que reinó después de ella veinticinco años y diez meses”. “Después de Champollion, casi todos los egiptólogos de relieve del siglo XIX y el XX trataron de proponer soluciones al enigma de la figura de Hatshepsut”, señalan los españoles. Esta reina, la más importante de esa época, “¿fue una usurpadora ambiciosa y oportunista? o ¿fue una mujer con sentido de la historia, condicionada y obligada por sus circunstancias familiares y políticas?, preguntan los autores, convencidos de que hay que situarla en un adecuado contexto histórico y cultural. De acuerdo con las conclusiones de los investigadores, Hatshepsut “concibió el proyecto de instaurar, no tanto una línea dinástica de carácter femenino, sino un nuevo misterio teológico que haría de sus descendientes femeninas directas seres divinizados por sangre y estirpe”. “Quiso ser la cabeza de un nuevo sistema de la realeza –prosiguen– en el que las herederas serían la ‘Esposa del dios’ y la ‘Mano del dios’, para llegar luego a poseer el trono en condiciones de igualdad con el soberano varón de turno. La teogamia representada en los muros del Dyeser-Dyeseru “tuvo por finalidad esencial suplir la realidad de su condición femenina con el mito de su naturaleza de hija carnal de Amón. Esta modificación del mito para adecuarlo a la mujer fue la esencia de su movimiento revolucionario”. Pero su intento no prosperó y apenas muerta la reina comenzó la persecución de su memoria. (Télam)

La faraona intentó divinizar a las mujeres y fue borrada de la historia.


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