La peña: Si pudiera me llevaría un pedazo de mi pueblo
Columna semanal
Datos
- En los silencios profundos aparecen nostalgias. Porque las nostalgias necesitan de ese paréntesis donde uno recrea momentos, donde uno pone imágenes de tiempos maravillosos en primer plano.
- Esto de repartir afectos, de sentirse bien pero al mismo tiempo querer estar en otro lado no es sólo cosa mía. Pasa que uno no termina nunca de irse de un lugar ni termina de volver. Tal vez las navidades, los años nuevos, las fechas especiales nos junten, pero la vida nos irá llevando por espacios inimaginados.
- Y claro, la dinámica nos lleva por delante, nos deja sin tiempo, pero apenas tenemos un poco de calma, apenas se instala el silencio, la nostalgia nos habla, nos dice, nos cuenta el cuento más lindo donde los personajes se mezclan, donde la vida pone a uno y otro protagonista en esos sitios.
- Inmerso en esa nostalgia, surgió una frase tremenda: “si pudiera me traería un pedacito de mi pueblo para aliviar mi nostalgia”. Esa frase era apenas un párrafo de una zamba que sentí como propia. Qué lindo sería traer un pedacito de verdad de esas cosas que vivimos, los caminitos preferidos, un baúl con la música que elegimos, la zamba con la que nos despidieron aquella noche de la mudanza. Me hubiera traído un pedacito de la cancha de fútbol de la iglesia donde nos pelamos mil veces las rodillas. Me hubiera traído la bici verde que sirvió para viajar por el universo imaginario con un globito en la rueda para simular un auto.
- Me hubiera traído mi perro blanco, el gato dorado, el olor a lluvia de los otoños, las mandarinas que doblaban las ramas de los árboles, las naranjas agrias de la calle, las calabazas curvas que parecían pintadas a mano. También, si había lugar, la ceremonia del dulce de membrillo, la mesa larga de las fiestas de fin de año y por qué no a mis amigos.
- Pero en tantos viajes de pura nostalgia nunca pude traer nada de eso.
- Por eso vuelvo siempre. A sentir aromas, a sentir la paz que tanto extraño.
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