La revolución de la novela gráfica

Surgido como tira hace 25 años, McGuire lo llevó a un libro de 300 páginas, donde retrata el devenir temporal visto desde su propia casa familiar.

“Todos los cómics son partituras del tiempo pero el libro de McGuire es una sinfonía. Se me ocurren pocos libros que justifiquen plenamente la inusual cuota de atención dedicada a los cómics en estos últimos años, pero este es sin duda uno de ellos”, escribió Art Spiegelman.

Bastaría con este elogio para que cultores y no cultores del género nos asomáramos a la novela gráfica de Richard McGuire, pero conviene hojear unas páginas de “Aquí” para persuadirnos de la proeza. Todos los cómics transforman el espacio en tiempo pero McGuire, es cierto, ha conseguido abrir el género a la simultaneidad de una partitura sinfónica, impracticable en los relatos de otros medios.

La fórmula es a primera vista sencilla y sin embargo extraordinariamente próspera: el lugar que muestran las páginas es siempre el mismo, sólo que se transforma según el año indicado en el ángulo superior izquierdo de la imagen, y también en el de las ventanas que se abren ahí mismo para mostrarlo tal como podríamos haberlo visto en el pasado y lo veremos quizás en el porvenir.

El “aquí” del título es un living casi vacío de colores netos en 2014, cuando se abre el relato, pero fue hogar de varias generaciones desde 1907, solar de un hijo ilegítimo de Benjamin Franklin en el siglo XVIII, selva con aborígenes en el XIV y una nada nebulosa en 3.000.500.000 AC, para convertirse en edén posapocalíptico de flores y animales fantásticos en el siglo XXII y despojo de un desastre nuclear en el XXIV.

El arco temporal recorre así más de tres mil millones de años, pero la mayor parte de lo que se ve sucede en el siglo XX y las primeras décadas del XXI, sin salir del living del comienzo, una de cuyas esquinas coincide con el lomo del libro, como si la misma arquitectura del objeto que el lector tiene en las manos lo invitara a sumergirse en el espectáculo del tiempo que pasa.

En una doble página fechada en 1986, por caso, una señora pasa la aspiradora en el living, mientras que en 1949 alguien cubre el cuarto con un papel de pared estampado, y alguien lo retira en 1960. En otra, la más poblada del libro, un espejo se estrella en el piso en 1949, caen copas y platos en cuatro años diferentes, un torrente de agua entra por la ventana en 2111 y se abren aún otras trece ventanas que sólo traen insultos habituales de las fechas apuntadas.

Pero por más precisa que sea, la descripción del remix temporal no acierta a definir el efecto, literalmente inenarrable. Para describirlo se impone ir de derecha a izquierda o de arriba a abajo, darle un orden sucesivo a las imágenes. En “Aquí”, en cambio, todo sucede al mismo tiempo, en el mismo golpe de vista, y el efecto se multiplica con el correr de las páginas. En el caleidoscopio nutrido del cuarto desfilan familias, fiestas de cumpleaños y navidades, ancianos enfermos y jóvenes disfrazados, bailes y tiempos muertos, nacimientos y funerales. Pero hay sobre todo escenas mínimas, gestos y frases sueltas del día a día que por lo general no caben en los relatos: una pelota que rompe un vidrio, un pájaro que entra por la ventana, una gotera, parejas que bailan, madres que amamantan, pérdidas, hallazgos, abrazos, lágrimas.

Y aunque a primera vista asombran los cambios que distinguen un tiempo de otro, resaltados con la variedad de colores y texturas, muy pronto sorprenden las semejanzas que “Aquí” señala con sutiles ecos temáticos y rimas visuales. Un joven lee recostado en un sillón en 1992 mientras que en 1609 una nativa tumbada bajo los árboles le pide a su compañero que le cuente un cuento; una anciana pasa una gamuza por un mueble en 1986 y otra, en idéntica posición en 1871, da de comer a una cabra en una granja. “La vida tiene el don de rimar momentos”, observa en 1775 un caballero que bien podría ser Benjamin Franklin, y la frase recuerda otra de Borges que anticipa el prodigio visual de McGuire: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”.

Con el correr de las páginas, el pasado remoto parece haber sido edénico, el siglo XIV, pastoral, el XX, apenas más apacible que el XXI, y el futuro, decididamente sombrío. La proeza temporal de “Aquí” tiene pocos antecedentes más allá de la tira de seis páginas en blanco y negro que el propio McGuire publicó en 1989 en el segundo número de “Raw” (la mítica revista de cómics de Art Spiegelman y Françoise Mouly), y ya entonces (el reconocimiento es de Chris Ware) “revolucionó las posibilidades narrativas de la historieta”.

La versión ampliada se fue dilatando por más de veinticinco años y, aunque “Aquí” lo encubra deliberadamente, la casa que nace, cambia y desaparece del planeta es la misma que los McGuire habitaron durante décadas, en Perth Amboy, New Jersey. McGuire compuso las imágenes recorriendo viejos álbumes de fotos familiares después de la muerte de sus padres pero también documentándose en la New York Public Library, buscando referencias sobre todo lo que desfila en los cuadros, hasta dotar a las imágenes de un realismo etéreo, neto y a la vez abstracto. Con el correr del tiempo, el lugar es cualquier lugar pero vibra con los detalles vívidos de las cosas ciertas.

No parece casual que el “eureka” formal de McGuire derive de un tiempo doble: un hallazgo en los nuevos lenguajes visuales del mundo contemporáneo y una rémora de otros tiempos destinada a perderse en la era digital. El nuevo sistema operativo de Windows que McGuire vio en la computadora de un amigo hacia fines de los 80 alentó el recurso de las ventanas simultáneas, y los retratos familiares que la madre de McGuire tomaba todas las navidades inspiró la sucesión diacrónica de los cuadros. El tiempo, en cualquier caso, es definitivamente otro en la sucesión de las páginas, por las que se avanza muy lentamente para atender a los detalles.

La atención se fija en un cuadro pero no pierde de vista el fondo fijado en otro tiempo y aún con el rabillo del ojo capta otros cuadros que agregan vibraciones inesperadas al que se está mirando. Nunca vimos algo igual en la literatura y el arte. Tensando los límites de su propio lenguaje, McGuire hace estallar la sucesión consabida del calendario y nos alerta sobre la impermanencia de todo lo que existe, aquí y en cualquier parte.

Tiempo y espacio. Varias escenas se suceden en un mismo ambiente hogareño.

Tensando los límites de su propio lenguaje, McGuire hace estallar la sucesión consabida del calendario y nos alerta sobre la impermanencia de todo lo que existe, aquí y en cualquier parte.

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Tensando los límites de su propio lenguaje, McGuire hace estallar la sucesión consabida del calendario y nos alerta sobre la impermanencia de todo lo que existe, aquí y en cualquier parte.

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