Leila Guerriero mira “Un mundo lleno de futuro”

La periodista compiló crónicas que rehúyen los estereotipos de la marginalidad en un libro que incluye relatos de grandes plumas periodísticas latinoamericanas corridas de su lugar habitual.

Con diez crónicas que problematizan escenarios en los que la educación y la ciencia se vuelven posibles por el accionar de una persona o un grupo, el libro “Un mundo lleno de futuro” se posiciona bajo el ojo avizor de la periodista Leila Guerriero como la exploración de un género al que le cuesta rehuir de los estereotipos de la marginalidad y las historias de superación.

No todo es éxito consumado en estos relatos articulados por grandes plumas del periodismo narrativo que ponen en el foco en emprendimientos centrados en atenuar las carencias de comunidades rezagadas o enfermos terminales: lo que vale en este caso es dar cuenta del esfuerzo y la perseverancia de quienes luchan por desarrollar un método que permita detectar la tuberculosis en apenas minutos, por fundar un polo tecnológico en una pequeña localidad del estado brasileño de Minas Gerais o por inventar un chip que ayude a prevenir enfermedades en el ganado.

En este conjunto de crónicas compiladas por la periodista Leila Guerriero se visibiliza una paradoja recurrente: individuos o grupos impulsan un proyecto para resolver una problemática pero a partir de ahí irrumpen otros conflictos que tienen que ver con la distribución del poder o los prejuicios.

¿En qué medida las variables sociales son el gran obstáculo que debe vencer la ciencia o la innovación para avanzar, como se percibe en estos textos? “En muchos casos una buena intención a veces produce efectos indeseados”.

Eso marca que para acercarse a solucionar un problema en una comunidad hay que desprenderse del síndrome del conquistador –analiza Guerriero–. Aunque uno vaya a hacer algo que cree que es bueno, tiene que averiguar si realmente así lo percibirá el otro. Se trata de no interponer la mirada propia”.

P- Muchos de los periodistas que participan en este volumen de crónicas aparecen corridos de los hábitats que más frecuentan ¿Asignarles otras temáticas es una manera de sortear algunos estereotipos o vicios que acechan a la crónica?

R- Esa fue un poco la idea que marca todo el libro: gente discorrida de su campo habitual. Para los cronistas o periodistas narrativos, el impulso más natural parece ser contar historias que tienen que ver con los márgenes y el conflicto. Por eso para muchos de ellos al principio fue desconcertante proponerles relatos que salían de su zona de exploración. Fue bueno descubrir que se pueden contar historias que están lejos del estereotipo de una Latinoamérica sangrante y violenta.

P- Si hubiera que buscar un hilo conductor más allá de que el foco de las historias está puesto en gente con un perfil solidario o emprendedor, se podría pensar que los relatos aluden a la ausencia del Estado, por lo menos en Latinoamérica ¿No resulta una paradoja si tomamos en cuenta que después de la oleada neoliberal muchos países de la región tuvieron gobiernos con fuerte acento en la inclusión o el asistencialismo?

R- Sí, así es. Quien debería estar poniendo los pozos de agua o llevando la luz a comunidades en medio de la selva u ocuparse de promover la tarea de los científicos es el Estado. Acá en cambio, se habla de investigadores que van de un lado para otro gestionando créditos o que venga una ONG de un europeo que se enamoró de Colombia para financiar un proyecto. Sigue habiendo una ausencia del Estado y esto es algo que atraviesa toda la región. Se ve muy claro en áreas como ciencia, educación y tecnología, que son como tres patas fundamentales para el desarrollo de un país. En ese sentido, la solidaridad promedio del ciudadano latinoamericano es también un síntoma de la ausencia del Estado, a pesar de los gobiernos progresistas que ha tenido el continente y que en su mayoría hacían foco en una mayor presencia de políticas públicas.

P- Definís a los protagonistas de las crónicas como “gente que vio en medio del ruido y la confusión del tiempo presente, lo que nadie había visto: una necesidad, una falta, una carencia”. ¿Esa definición podría aplicarse a quienes ejercen el periodismo a través de la crónica, en tanto género que intenta una aproximación menos lineal a los fenómenos?

R- Absolutamente. Esa frase de hecho abreva un poco en una idea de Martín Caparrós que define al cronista como “aquel que ve donde todos miran algo que no todos ven”. La formulación resume también lo que debería ser la labor en general del buen periodista.

P- En los últimos tiempos, sin embargo, publicaciones digitales como “Anfibia”, “Socompa” o “Panamá” se están dedicando a contar también con los recursos de la crónica los vaivenes de la política ¿El género comienza a desmarcarse de sus tópicos más folclóricos?

P- Es posible que se empiecen a ver algunos cambios pero creo que todavía no hay grandes crónicas en torno de cuestiones como política o educación. Estaría buenísimo, por ejemplo, entender el conflicto docente en la Argentina a través de una crónica. Cuando leo este tipo de textos sigo viendo una mirada como muy editorializada y me falta ver un poco esa voluntad de contar pura que tenía por ejemplo el norteamericano Foster Wallace.

Los escritores

El libro, editado por Planeta, recopila crónicas de los argentinos Javier Sinay, Miguel Prenz y Sol Lauría, la ecuatoriana Gabriela Alemán, el español Arturo Lezcano, la paraguaya Luján Román, los peruanos Juan Manuel Robles y Joseph Zarate, el uruguayo César Bianchi y el colombiano Juan Miguel Álvarez.


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