Mosca

Redacción

Por Redacción

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Estoy de estreno: un cuaderno de tapa dura y color madera, con hojas blancas y rayadas. Me da alegría usar algo nuevo, y a la vez me hace pensar si esto no es un síntoma de consumismo. Podría tener otro cuaderno por menos de la mitad del precio, y lo mismo serviría para escribir.
Reconozco entonces que me está zumbando la misma mosca de siempre, la misma que me hostiga en casi todo lo que hago hasta provocarme una doble sensación, con sentido opuesto. Es como si cada hecho o acción tuviera una simetría: ante el emoticón de una carita sonriente, el reflejo de una triste.
Me cambio para salir a correr. ¿Salir a correr? Surge la pereza de enfrentarme al esfuerzo, una suerte de virus que busca contrarrestar la convicción de que es algo positivo y que me hace bien. Acostumbrado, me enfoco en la satisfacción del hecho consumado: lo bien que me voy a sentir cuando termine de trotar. Y salgo. ¿Qué sentido tiene correr?, me pregunto los primeros minutos, hasta que me olvido.
Lo mismo sucede con muchas más cosas. La lista es interminable. ¿Comer helado? Es rico, me gusta; pero engorda, me siento pesado y, sobre todo, no es necesario. ¿Un jean nuevo? Qué lindo; pero por qué no usar el que tengo hasta que se rompa. Me elogiaron un trabajo: ay, qué bueno; bah, seguro que es para quedar bien o para pedirme algo.
Y así, insoportable, la mosca me hostiga. Por ejemplo, creer o reventar, ahora mismo la oigo: ¿Qué tan importante es pensar en estas cosas? Me fastidio. Resoplo, dejo de escribir.
Me acuerdo de la Pantera Rosa: una mosca le entra por un oído y velozmente sale por el otro. La Pantera Rosa intenta eliminarla pero el matamoscas está agujerado. Compra un potente matamoscas eléctrico. La tiene a tiro pero falla el golpe y destroza un pastel. La persigue por la casa. Entran en una habitación donde ya no se los ve. Se escucha un ruido. Salen del cuarto disparados. Pero ahora la Pantera Rosa corre adelante: escapa de la mosca que le va pegando en la cabeza con el matamoscas.

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