PALIMPSESTOS : Exsilium

Un hombre destruido, un ser casi fuera del mundo, una especie de paria existencial, quebrado físicamente, ese fue el resultado final de la tortura, la cárcel y el exilio para Antonio Di Benedetto (1922-1986), el autor de “Zama”, de quien hablábamos con un grupo de colegas esta semana. Y pensaba cómo exilio y literatura están íntimamente relacionados a lo largo de la historia.

Antes de continuar vayamos a la intimidad de la palabra, a su intrahistoria, para auscultar algunos de sus secretos. La palabra exilio es un cultismo derivado del latín “exsilium”, a su vez esta palabra está compuesta por el prefijo “ex”, que significa “más allá”, “fuera” y el sustantivo “solum”, asociado a “la tierra, la región, el país, el solar, la casa, los antepasados”. El equivalente castizo de exilio es “des-tierro” y sus derivados. En ambos casos siempre está un componente de poder que, en cierta manera, determina la salida e impide nuevamente el ingreso, es decir que el exilio se liga indefectiblemente a lo político.

El primer ejemplo ilustre y a su vez extremo está en la Biblia, Adán y Eva son los primeros exiliados por un castigo. Ellos inician una serie que llega a nuestros días.

La misma función cumple en el primer cantar de gesta conservado de la literatura española, “El poema de Mío Cid”. Ruy Díaz de Vivar ha caído en desgracia ante el rey, debe abandonar su tierra con premura; el poeta para hacer más dramático este momento nos describe primero al Cid y después lo que éste ve. “De sus ojos tan fuertemente llorando,/ giraba la cabeza y los estaba mirando./ Vio puertas abiertas y puertas sin candados/ perchas vacías sin pieles y sin mantos/ y sin halcones y sin azores…”. A pesar de ser una obra medieval tiene rasgos muy contemporáneos que ilustran el dolor del exiliado al dejar su casa y sus posesiones, el guerrero llora sin tapujos mientras el caballo comienza su marcha hacia lo desconocido.

El cubano Guillermo Cabrera Infante, autor de “Tres tristes tigres”, recordaba que al dejar su casa en La Habana, también por el exilio, una de las imágenes persistentes al verla ya vacía era aquella del Cid llorando.


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