Primero el gran poeta, después el cantor del escenario

Sin dudas me quedo con el poeta, con el que escribió tantas canciones, zambas, que fueron capaces de conmover. Me quedo con el hombre solidario que dio muestras en el exilio de que su prédica también se acompañaba de práctica. El hombre que no se aguantó el silencio impuesto.

El que menos me gustó fue el que cantaba. Si alguien me pregunta por qué, diré que el poeta fue inmensamente más grande.

Horacio Guarany debe ser el hombre del folclore que más creó, escribió tanto que no debe existir un solo exponente del género que no haya interpretado un tema suyo.

Fue un gran creador, de primer nivel, un hombre a veces opacado por él mismo cuando en un escenario parecía vulgar y no lo era –a veces daba esa sensación cuando en un escenario hablaba demasiado–.

Pero si le digo que estuvo a la par de los pocos grandes creadores que tuvo el país no exagero. Cada uno con sus gustos, con sus temáticas, pero todos con una profundidad asombrosa. Horacio amó el folclore, tanto que hasta le apuntó al cine, al teatro, todos con la misma intención, poner en primer plano un género ninguneado por siempre.

Horacio Guarany se metió en la piel de la gente, arrasó en cada festival como si fuera la primera vez que iba. Se dio el lujo de colmar Cosquín, Jesús María, de llenar todos y cada uno de los festivales que pisó. Horacio Guarany dejó huellas tan profundas que bien podríamos decir que difícilmente alguien, alguna vez, llegue a igualarlo. Es que en una misma persona se incluyó al cantante, un gran guitarrero, el creador, el artista, el solidario y por qué no el político que desde esa gran tribuna musical pregonaba por las libertades propias y ajenas.

Horacio Guarany es una gran pérdida, forma parte de las muertes que dejan grandes agujeros. No por su presencia en el escenario que en los últimos tiempos eran esporádicas, sino por su significado. Eso de Horacio “Pueblo” Guarany no era casual, era el apodo justo.