Ricardo Strafacce verduguea a los neolacanianos

El escritor acaba de publicar “La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires”, editada por Blatt y Ríos, una novela en la que unos psicoanalistas inventan el verdugueo como técnica que se agrega a la terapia de la palabra.

Se reconoce enseguida una novela de Ricardo Strafacce por su escritura prolija de acontecimientos y diálogos completamente disparatados. Este choque de cualidades no ocurre a lo largo de varias páginas, sino en el interior mismo de cada párrafo. Los lectores nos quedamos pensando cómo es posible que ordene y desordene todo al mismo tiempo. Parece un narrador que enloquece y que, pese a una violencia enajenada, sigue gobernando perfectamente la sintaxis. Sus ficciones son breves no por falta de material para que se vuelvan extensas, sino por una aceleración de los acontecimientos que se comprimen sin perder la apariencia de estar encadenados. No cuesta nada leer a Strafacce si se acepta, desde la primera página, que la velocidad no implica desorden ni incongruencia. La velocidad implica simplemente un mundo disparatado y, a la vez, de una extraña coherencia.

Strafacce escribe farsas y sátiras. Suspende temporariamente las categorías morales y psicológicas, las desordena como si las negara, para hundirlas en la profundidad de sus tramas. Uso deliberadamente la noción de “profundidad” (tan fuera de moda), porque las sátiras raramente son superficiales. Strafacce, con mirada piadosa y también implacable, ejerce la tolerancia de un moralista que está de vuelta de las condenas banales del sentido común. El lector debe compartir este espíritu. Caso contrario, queda afuera, porque Strafacce le parecerá solo arbitrario y exagerado.

Precisamente esas son sus virtudes: conducir lo narrado hasta sus límites, cruzarlos como si no existieran, y enseguida volver a traspasarlos demostrando que siempre es posible ir un poco mas allá. Eso hizo y ahora, nuevamente, lo hace en “La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires”, que editó Blatt y Ríos, una novelita divertidísima. Como corresponde a la farsa, sus personajes son pedantes hasta el delirio, traicioneros, ávidos y envidiosos.

Una tarde, en un bar apropiadamente situado en Pueyrredón y Paraguay del psico-Barrio Norte porteño, estos psicoanalistas neolacanianos inventan el verdugueo como técnica que se agrega a la terapia de la palabra. Una vez inventado (es decir encontrado un nombre), se dan cuenta de que lo han venido practicándolo con cualquier neurótico que se acercara a sus divanes. El sexo y el dinero son tema de los neuróticos, y se convierten, apropiadamente, en escena imaginaria, objeto del deseo e instrumento clínico del verdugueo. Eureka: estos analistas van a emanciparse de la terapia de la palabra, porque en el verdugueo está materialmente también el cuerpo (propio y ajeno).

Por ejemplo: una analista de bellas piernas se sienta frente al paciente preocupado porque se masturba varias veces por día, y lo conduce con habilidad teórica y clínica a que se masturbe allí mismo, en el consultorio. También, previendo futuras sesiones y futuros usos de ese material, hace un videito para estar en condiciones de amenazar al paciente de que puede, en cualquier momento, ser descubierto en una red social.

El circulo terapéutico se ha cerrado y nadie escapa, porque el verdugueo le sirve a cualquier neurosis. Los neolacanianos porteños se entusiasman con el salto clínico y epistemológico. Discurren poniendo siempre alguna palabra estratégica en bastardillas. Son especialistas en hacer sonar las bastardillas en la lengua oral, un recurso muy superior a hacer el signo de las comillas con los dedos índice y mayor, que no requiere mayor afinación ni destreza.

Los nombres y apellidos de los neolacanianos prueban el cuidado por los detalles con que Strafacce elabora su farsa. Todos suenan perfectamente emblemáticos. El grupo de analistas decide reunirse en la quinta de Rodríguez Malo, para realizar con calma la discusión del verdugueo como cura de la neurosis. Todo lo que viene después es una sucesión violenta y disparatada. La hipótesis teórica de los neolacanianos impulsa la ficción, porque si el verdugueo funciona como instrumento clínico, también funciona como motor de situaciones narrativas breves y frenéticas. Cualquier acto obtiene una respuesta mayor que el acontecimiento que le dio origen. Si un analista diminuto, pongamos por caso, le toca la entrepierna a una de las mucamas que sirve la suntuosa mesa de Rodríguez Malo, su verdugueo consiste en permanecer encerrado una hora entera en la casilla de seguridad. La apuesta y su respuesta van siempre en desmesurado ascenso. Avanza la noche y el mayordomo les ofrece a los neolacanianos unos preciosos látigos con que los que azotarán durante una hora a los pacientes que fueron invitados al convite para que ocupen el lugar que les corresponde: ser verdugueados a fin de acercarse al deseado momento de una cura que, por otra parte, no existe.

Después de cansarse el brazo con este procedimiento clínico, los neolacanianos entendieron la razón por la cual uno de ellos (el dueño de la quinta) tenía más plata que el resto: sencillamente se cansaba menos porque había sido el inventor del azote que, de ahí en más, llamarían “múltiple y combinado”. Sexo y violencia como en una porno hasta que, finalmente, amanece. El tratamiento ha dado sus frutos y los pacientes se liberan de las ataduras. Han perdido “la cobardía moral del neurótico” y la farsa se convierte en parodia de una venganza de los pacientes contra sus analistas.

Todo esto se narra reconociendo en la exageración una fuerza liberadora: por la hipérbole, camino a la verdad. No hay engaño, estamos lejos de la representación realista, porque la historia del festín frenético en la quinta es imposible, inverosímil. Y, al mismo tiempo, trasmite una verdad sociológica enloquecida, exagerada hasta el paroxismo. Strafacce escribió una biografía de Osvaldo Lamborghini de más de 800 páginas. Esta desmesura intelectual y formal caracteriza sus novelas. Su cómico verdugueo a los neolacanianos es, como en las farsas, un reconocimiento fatal.

La crueldad, la traición, la ambición, las pasiones idiotas y las sublimes, la violencia, los deseos: todo está allí, en secuencias desordenadas y al mismo tiempo lógicas.

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