Roberto Fontanarrosa, un futbolero que vibraba con Rosario Central

El fútbol siempre fue una parte muy importante de su vida y a él le dedicó muchos de sus cuentos.

Parece que fue hace mucho menos, pero ya pasó una década desde que los rosarinos en general y los más cercanos en particular sufrimos la partida del humorista, escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa, el mayor exponente de la cultura de la ciudad de Rosario en la segunda mitad del siglo pasado. Fue el 19 de julio de 2007 y su recuerdo siempre estará ligado al fútbol.

“Yo soy un dibujante correcto”, se definía el “Negro” con esa típica humildad de barrio, casi como a los jugadores cuando les preguntan sus características, pero en realidad era sincero porque él era mucho más que un humorista que escribía y dibujaba. Un creador capaz de generar y recrear los personajes, la situaciones y los climas de época que vivía o le hubiera gustado vivir, más que un típico dibujante e historietista.

“Yo voy a jugar hasta que la rodilla se rompa”, recuerdo que confió a sus jóvenes 45 años en la primera entrevista para la vieja revista “El Gráfico”, que compartimos en su estudio del barrio de Alberdi en setiembre de 1988, sobre ese loco berretín por el fútbol, que lo llevaba a jugar en su equipo de amigos y conocidos hasta en las bravas canchas de la Liga Baigorriense.

Tipo rutinario como muchos, el “Negro” odiaba madrugar y recordaba que su primera esposa, Liliana, solamente lo había llamado dos veces antes de las 9 de la mañana: “Cuando recuperamos las Malvinas y cuando Maradona vino a ‘Ñubel”, confió en otra entrevista compartida en “La Capital” de Rosario.

Claro, después Diego apenas jugó cuatro partidos con la camiseta rojinegra en los que ni siquiera pudo convertir un gol y se fue a los cuatro meses, antes de un amistoso contra Vasco da Gama en Mar del Plata.

Fue en medio de uno de sus escándalos, que el “Negro” definió con maestría: “Es como si tu vecino más odiado se compra un Rolls Royce y no lo puede sacar de la cochera”.

Hincha “canalla” típico, Fontanarrosa explicó en la presentación de un libro sobre fútbol en el club Sunderland por qué a las mujeres y a los chicos es mejor no llevarlos a la cancha: “Seguro que te piden ir al baño cuando tenemos un córner a favor”, decía con la seriedad del humorista.

Y remató con una vivencia propia: “Habíamos perdido con Vélez sobre la hora, en un partido con barro, que nos quedamos sin piernas, con un gol desde afuera del área del uruguayo Julio César Giménez. Volvíamos todos hechos mierda en el Citroën verde, cuando mi mujer, Liliana, tiró una reflexión típica de una mujer en la cancha: ‘Esta bien que estos de Vélez nos hayan ganado sobre la hora porque nos quedamos sin piernas, pero de ahí a gritarnos ‘Efortil, Efortil’, me pareció totalmente desubicado’. Entonces no aguanté más, la miré y le dije: No, Lili, lo que gritaban era ‘El Fortín, el Fortín”.

Nacido en el viejo edificio Dominicis, de Corrientes y Catamarca, en pleno centro rosarino. Fontanarrosa tenía una visión muy particular de su padre, el “Berto” Fontanarrosa, un aguerrido jugador del Club Huracán, de la calle Paraguay, y luego árbitro de básquet, que una vez tuvo que correr de una de las bravas canchas de la Liga Rosarina.

“Mi viejo era un tipo muy deportista y un amante del básquet, pero yo jamás conseguí meter un doble. Y eso que jugué en la época en la que al básquet podían jugar los petisos y que cuando metían un doble sacaban del medio”, se reía de sí mismo.

“Mi viejo, como buen tipo del deporte, era muy puteador, en una época en la que eso no era tan frecuente y, además, era muy mal visto. Me acuerdo siempre de mis primos, que cuando venían a casa decían ‘Vamos a jugar al tío Berto’. Entonces se encerraban en una pieza y se ponían a putear”, recordaba el “Negro” en una mesa del Bar La Sede, en la época en que se había exiliado de El Cairo.

El “Negro” terminaba de presentar uno de sus libros sobre fútbol en el viejo Sunderland, cercano al puerto de Rosario, cuando pidió un aplauso para el padre de su amigo y vecino que lo había llevado por primera vez a la cancha de Rosario Central, un viejito adorable sentado en la última mesa, en el mejor y emotivo cierre de una velada pletórica de nostalgia, empanadas y vino tinto.

“Ahora tengo un auto, antes tenía un Citroën”, se gastaba el “Negro” a sí mismo. Anfitrión de Joan Manuel Serrat, al que recibía en memorables asados con sus amigos de La Mesa de los Galanes de El Cairo, en su casa de Alberdi se reía solo de la anécdota del día que una nube de cronistas montaba guardia en la puerta, a la espera de la salida del “Nano” Serrat, contada por el Chueco Fernández, un amigo del fútbol del Club Universitario.

“Me acuerdo que abrieron el portón de la cochera y salió un Mercedes Benz azul impresionante, con los vidrios polarizados, y todos los periodistas, fotógrafos y camarógrafos salieron corriendo como locos atrás del auto del cantautor catalán. Y al ratito abrieron de nuevo el portón y salieron el Negro y el Nano en el Citroën verde de Fontanarrosa, cagándose de risa”.


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