A conseguir la bendita Biblia…

En Viedma, las primeras horas del 24 de marzo de 1976 estuvieron signadas por la improvisación. Asumía Néstor Castelli, pero luego el gobierno pasaría a la Armada.

Redacción

Por Redacción

La Biblia. Esa era la consigna del escribano mayor del gobierno de Río Negro: encontrar la Biblia oficial, digamos. En Viedma, a las 6 de aquella mañana del 24 de marzo del 76, René Aguirre, un hombre muy canoso y de humor e ironía propios de caballero de club inglés, había sido convocado a la Casa de Gobierno. Desde la 5 estaba poblada de militares de cara hosca pero ajenos a gritos y otras rusticidades.

–Necesitamos una Biblia, a las 7 jura el nuevo gobernador, coronel Rubén Castelli –le dijo un coronel de ojos muy celestes y pelo donde el colorado cedía espacio al gris.

–Bueno, está la Constitución…

–Sí, pero necesitamos una Biblia… Usted me entiende –respondió Ernesto Trotz.

Mensaje claro y preciso. Sin eufemismos: al golpe le importaba un rábano la Constitución. Golpeaban para defender la miserable concepción de nación católica que se dio forma en tiempos de la dictadura de José Evaristo Uriburu. Construcción excluyente. Fascista. La cruz y la espada lugoniana como sustento.

Ernesto Trotz era el único de los hombres del Ejército que habían tomado Viedma que no vestía de combate. Ni lucía armas largas ni casco con paja y otras bijouteries propias de los castrenses en operaciones. Sólo un .38 corto en la cintura. Durante un mes fue ministro de Gobierno del régimen de facto. Y ese mañana del 24 le tocó cumplir una orden que no le agradó: detener a dos hombres dignos, Jorge Frías y Alberto Pawly, ministro uno y ex el otro del gobierno que se iba. “Nosotros no tenemos nada contra ellos, pero hay informes que…” .

Semanas después, Trotz sería segundo de Ramón Camps en el Comando de esa máquina de sangre y muerte que fue la Bonaerense durante la dictadura. Y ahí, una bomba colocada por Montoneros en la sede de ese Comando le voló el brazo y parte del hombro derecho. Sobrevivió.

Y la Biblia, claro. Pasadas las 6:30 de aquel 24 estampado a fuego en la historia del país, luego de intenso trajinar por la Casa de Gobierno, René Aguirre encontró el esquivo libro sagrado. Trajinar seguido desde el Patio Colonial por tres periodistas: Nelson Livigni, Ricardo Villar y quien escribe estas líneas.

–Se había ido de parranda, recién la chapé –reflexionó Aguirre en un breve cruce con los periodistas.

Desde la madrugada, el peronista Mario Franco ya no era, de hecho, gobernador. Por esas horas había desembarcado en Viedma el general Acdel Vilas, segundo jefe del V Cuerpo del Ejército con asiento en Bahía Blanca y mando sobre toda la Patagonia. Menos de un año antes, en el 75, al mando del Operativo Independencia, Vilas había borrado sin miramientos al ERP de su aventura en los montes tucumanos. Murió a comienzos de siglo XXI con su psiquis muy destartalada.

A las 7, con Mario Franco presente, jura el nuevo gobernador de facto: Néstor Rubén Castelli. Cara de guerra. Mirada de águila calva. Como jefe de Policía, mano derecha en el chorreo de sangre tucumano. Está procesado por violaciones a los derechos humanos.

Castelli había llegado a Viedma con efectivos de la hoy Escuela Militar de Montaña. En vehículos civiles y vestidos de civiles, una columna arribó por la Ruta 23, otra por la 250.

Un problema de perfil

En la jura misma quedó en claro que a Castelli no le gustaban las fotos. Gesto agrio cuando lo captaban. Y menos si lo tomaban desde su perfil derecho. Días después de aquel 24, con voz titubeante, una empleada de gobernación de apellido Ferrari llamó a Livigni

–Negro, me parece acá están calientes… Castelli quiere hablar con vos.

Y Livigni fue.

–Mire, no me gustan que me tomen fotos desde este perfil –le dijo el hombre de mirada pétrea acompañado de una edición de “Clarín”. No dio mayores razones.

“Boludeces… que el pómulo, que una cicatriz… boludeces”, comentó horas después el periodista a sus amigos.

Y aquel 24 juró también el gabinete de facto. Por primera vez en la historia del país, todo un elenco integrado por científicos. Eran oficiales del Ejército y la Fuerza Aérea, alumnos del Instituto Balseiro que prestaban servicio en el Centro Atómico. No podía disimular que se sentían incómodos con el uniforme de combate y la ferretería en la cintura. Gente de suave gestualidad, un estilo. Dos de ellos llegarían a generales: Abate y Rapaccioli. Y este último, en los tumultuosos días de Galtieri, por orden de este ordenaría ideas alrededor de las posibilidades de construir un arma atómica. Pero Malvinas nos sacó de semejante sueño.

Y el Proceso se puso en marcha en Río Negro. Pero el 21 de abril, en clave del 33% en que se dividió el país entre las ramas militares en materia de ejercicio institucional del poder, le entregó el poder a la Armada.

La historia del Proceso, de ahí hasta el patético final de la dictadura, está por escribirse. Lo procesado desde ese plano hace a lo sucedido en el campo de los derechos humanos. Un relato que, fiel a la realidad, nos dice también que no fueron gobiernos que hicieran de la aplicación de la violencia una cultura.

Fueron gobiernos que encauzaron la obra pública. Comenzaron el Puerto de San Antonio Este con la ideas concebidas que ya existían sobre ese proyecto. Para enojos del Alto Valle, canalizaron recursos en servicios para la zona este de la provincia y la Línea Sur. Crearon el Invap. Y causaron singular disgusto a la mano derecha de José Martínez de Hoz, Juan Aleman, cuando inyectaron fervor por terminar el polémico proyecto de la Planta de Soda Solvay.

Por lo demás, con el tiempo tejieron sólidas relaciones con el conjunto de la sociedad provincial. El PPR y la UCR fueron definidos colaboradores de ellos.

Y de aquel primer gobierno de la Armada que asumió el 21 de abril del 76, sólo vive Aldo Luis Bachmann. Contralmirante. Hombre muy calmo. Tiene 95 años. Un día del 74, antes del golpe, Emilio Massera lo había pasado a retiro como jefe de la Infantería de Marina.

–¡Yo a ese hijo de puta no le entrego nada! –le había dicho Bachmann al recibir la orden de entregar la Banderola de los Infantes al entonces presidente Juan Perón, que visitaría Puerto Belgrano.

–Entonces te vas…

(*) Periodista. Era corresponsal en Viedma de “Clarín”, “La Nueva Provincia” y “Río Negro” en marzo de 1976

Néstor Ruben Castelli, primer gobernador de facto, durante uno de los juicios en que fue condenado por delitos cometidos en la dictadura.

Debates | A 40 años del golpe

Carlos Torrengo –

carlostorrengo@hotmail.com


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