Por qué entender el peronismo

Hace días Mario Bunge sostuvo que “quien no entiende el peronismo no entiende el país”. Invirtiendo esa afirmación se puede concluir que quien no entiende el país no entiende el peronismo. ¿País y peronismo son una y la misma cosa? El destacado filósofo afincado hace medio siglo en Canadá no es el único intelectual de su tipo que, de acuerdo a su fina ironía, dejó de ser un acérrimo gorila para transformarse en un inofensivo mono tití. Antes que Bunge, el historiador argentino Tulio Halperin Donghi afirmaba, en varios reportajes que siguieron a la presentación de su libro “La larga agonía de la Argentina peronista”, algo semejante. Decía que el peronismo es constitutivo de la Argentina. Otro destacado intelectual, Ernesto Laclau, desde hace tiempo sostiene ideas similares. Lo curioso es que de ellos sólo Halperin puede considerarse un auténtico “argentinólogo”. Parece ser que este tipo de opiniones con rango de conversas ya no son exclusivas de quienes han vivido vidas académicas en otras latitudes, que en su vejez dejan de ser lobos o gorilas en clave de antiperonismo para volverse corderos o, si se prefiere, primates inofensivos. Por ende perdonan al peronismo tanto en su intrincado pasado como en su obstinada vigencia. Ciertamente, determinados extranjeros de la estatura intelectual de Eric Hobswam entendieron el peronismo muy lejos de las consideraciones germanianas en clave de masas incultas sin sociabilidad política alguna, disponibles para un líder inescrupuloso y fascista. Decía que con Perón nació “una especie de partido obrero organizado”. También otro inglés, Daniel James, de formación marxista, no sólo llegó a identificar el componente herético del peronismo sino que señaló esa capacidad por construir y darle un tipo de conciencia a la clase obrera argentina. Más próxima a la resistencia de todo el mundo obrero industrial, sin negar la integración al orden político de los últimos sesenta años. Hablaba de una suerte de laborismo en desarrollo. Si Hobswam nunca hizo trabajo de campo en la Argentina, James sí lo realizó, sobre todo en la “cuna” peronista del mundo obrero de los frigoríficos afincado en la localidad bonaerense de Berisso. Algo similar sucedió con el norteamericano Steven Levitsky, quien “entiende” el peronismo del presente –ese que se conformó después de la muerte de su líder y en particular desde 1983– por su informalismo organizativo, zigzagueos ideológicos hasta el neoconservadurismo menemista pero, por sobre todo, de acuerdo a su capacidad de proyectar imaginarios y símbolos al presente desde aquel pasado del 45. La disculpa histórica no parece ser la regla de los intelectuales críticos. De hecho el intelectual viejo y consagrado no siempre es seguro que pueda estar en condiciones de otorgar indulgencias sobre actores y sucesos del pasado. Pero sí está en condiciones de reescribir, reinterpretar el pasado con elementos de un presente que también le es propio. Y cuando hay miradas semejantes, aunque parezcan “complacientes” hay que considerarlas en toda su dimensión. Porque las otras han dañado demasiadas vidas y conciencias.

Gabriel Rafart


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