Avance democrático

Editorial

En los próximos días, el Congreso nacional será escenario de una práctica habitual de la democracia que hace años no se produce en nuestro país: la discusión de un Presupuesto nacional por parte de un gobierno que, en este caso particular, no tiene mayoría en el Congreso.

En países de tradición parlamentaria, la presentación anual de los presupuestos constituyen el puntapié inicial del año político. El jefe de Estado plantea las metas del gobierno y las herramientas económicas que se usarán para alcanzarlas. A la oposición le cabe criticar y proponer alternativas que, según la correlación de fuerzas, demandarán negociaciones.

En nuestro sistema presidencialista, el presupuesto ha sido a menudo considerado un formalismo que el mandatario de turno envía para su aprobación a libro cerrado y que será modificado de acuerdo a las cambiantes necesidades coyunturales del oficialismo.

Las recurrentes crisis económicas que ha sufrido nuestro país contribuyen a esta visión de las cuentas públicas como algo siempre provisorio, como si la economía fuera un fenómeno meteorológico al que hay que adaptarse.

Las dos administraciones kirchneristas fueron un acabado ejemplo. A medida que se deterioraban las cuentas públicas y crecía la inflación, los presupuestos comenzaron a ser cada vez más una serie de “dibujos” testimoniales basados en estadísticas falseadas que eran aprobados por mayorías automáticas, verdaderas escribanías que, además, renovaban poderes especiales para que el Ejecutivo modificara a su gusto las partidas presupuestarias.

Esta mecánica acentuó los rasgos delegativos de nuestra democracia en la última década, donde los gobiernos, como señalaba el politólogo Guillermo O’Donnell, “creen firmemente que por haber sido votados tienen derecho a decir lo que le conviene al país y que cualquier tipo de control (el Congreso, el Poder Judicial, las auditorías) es un obstáculo innecesario e injustificable” que en el mejor de los casos retarda innecesariamente las medidas y, en el peor, forma parte de los “intereses corporativos” o “destituyentes” que buscan perjudicar al gobierno.

El gobierno de Mauricio Macri gobernó su primer año bajo una lógica mixta, entre el cambio de estilo que prometió y medidas discrecionales justificadas en la urgencia de “sincerar la economía” y paliar los efectos de la “herencia” recibida. De hecho, se manejó con un presupuesto elaborado en el 2015 por el exministro Axel Kicillof, que preveía una inflación del 10,4%, un dólar a diez pesos y un déficit fiscal que era apenas una cuarta parte del real. Macri aprovechó el margen para distribuir el impacto fiscal de sus promesas electorales y recurrir a DNU para financiar nuevas prioridades.

Por primera vez en años, el gobierno acaba de presentar una previsión de gastos y egresos que, más allá de las discrepancias sobre objetivos y montos, es considerado como “bastante realista” y un avance respecto de las improvisaciones del pasado. Eso no significa que tenga un camino fácil. Ya en el debate en comisiones se objetaron montos de endeudamiento, las metas inflacionarias del 17% o la elevación del déficit primario del 3,3 al 4,24%. El oficialismo deberá encarar ahora una compleja ronda de negociaciones, porque deberá al menos contar con el aval del massismo, el bloque justicialista y senadores moderados, que responden a sus gobernadores, para aprobarlo. Es probable que se limiten los “superpoderes” del Ejecutivo para reasignar partidas, pero no avanzaría la ley de Responsabilidad Fiscal que lo obliga a rendir cuentas.

Sea como fuere, el gobierno encara en un año electoral la tarea de manejarse con cuentas claras y dejar de lado cierta improvisación y voluntarismo que le costaron varios porrazos políticos este año, como en el alza de tarifas, nombramientos en la Corte o Malvinas. Las restricciones políticas lo han obligado a apostar a cierto “gradualismo” para bajar la inflación y a buscar consensos para salir de un estancamiento económico que lleva cuatro años. Un presupuesto debatido es una herramienta institucional que tanto el oficialismo como las oposiciones debieran tratar de no dinamitar con maniobras electoralistas de corto plazo.


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