De las calles a las urnas

Venezuela y Brasil, dos países con importante peso en la economía y política de Latinoamérica, entraron en los últimos días en una peligrosa escalada de violencia, como consecuencia de las profundas crisis que afectan a sus sistemas políticos y que no han podido ser resueltas por sus clases dirigentes.

Las imágenes de Brasilia el miércoles, con barricadas en llamas y militares copando las principales calles de la capital, parecían confundirse con las de Caracas, que llegó a los 45 días de masivas protestas de sus ciudadanos contra el gobierno.

Aunque la represión en Brasil no alcanza los letales niveles del régimen chavista, con más de 70 muertos y 500 heridos, ver imágenes de policías disparando balas de plomo y tanquetas en las arterias de la capital brasileña no augura nada bueno.

En ambos países el reclamo es similar: la salida de sus respectivos presidentes, Nicolás Maduro y Michel Temer. Ambos enfrentan fuertes cuestionamientos a su legitimidad en el poder y por el manejo de las depresiones económicas que afectan a sus países. En el caso de Maduro, el nivel de rechazo en las encuestas bordea el 70%. En el de Temer, casi el 90%.

Aunque la situación brasileña no alcanza el nivel terminal que parece tener el de su vecino caribeño, que enfrenta una crisis social y humanitaria de proporciones paralela a la tensión política, el peso específico que tiene Brasil en el resto del continente hace que su inestabilidad tenga consecuencias tanto o más negativas que la que afecta al principal productor petrolero de la región. Hasta el momento, la situación en Brasil no ha generado el mismo reclamo de intervención de los organismos regionales, como la OEA Unasur o Mercosur, que el caso venezolano. La mayoría de los analistas y diplomáticos cree que el sistema institucional brasileño, no tanto su desprestigiado Parlamento como su independiente Poder Judicial, podrá encarrilar la crisis que amenaza con torpedear la tímida recuperación que venía experimentando la principal economía sudamericana.

Sin embargo, la constante aparición de escándalos, que ya implican directamente al presidente Temer, hace cada día menos sostenible su permanencia en el cargo, pese a la desafiante actitud de “resistir” hasta el último día. De hecho, ordenó militarizar por 48 horas la capital después de los violentos incidentes que ocurrieron el miércoles, donde enardecidos manifestantes generaron incendios en varios ministerios, mientras negocia el mantenimiento de su base legislativa, cada vez más estrecha. Los reclamos de “direitas, já” (elecciones directas) como en los 80 comienzan a tomar cada vez más fuerza. Desde la poderosa red Globo hasta aliados de su coalición estarían sugiriendo al presidente que la única salida visible a tanto descrédito sería un gobierno salido de las urnas, ya que carece de fuerza para las reformas promercado que había emprendido.

En Venezuela, el gobierno de Maduro pareciera decidido a endurecer su perfil autoritario también echando mano a los militares, convertidos en su principal fuente de sostén político: de allí que ordenara la ocupación castrense del estado de Táchira y que la Justicia militar procese a decenas de manifestantes detenidos durante las protestas en su contra en todo el país. Además de un viciado proceso constituyente que sólo agrava el enfrentamiento.

En este marco, la única noticia alentadora de la semana fue el recambio democrático y ordenado en Ecuador, donde el nuevo presidente Lenín Moreno, heredero del “bolivariano” Rafael Correa, prometió privilegiar el diálogo político al que su antecesor no era afecto y la transparencia en el manejo de lo público.

Resulta preocupante que, acorde con una “grieta” política que parece haberse instalado en el continente, se condene la violencia en un país mientras se ignore en otro, según convenga. Debiera ser común el reclamo de una salida institucional y democrática a las crisis políticas en ambos casos, que no parece ser otra que la expresión del pueblo en elecciones libres, justas y trasparentes en el corto plazo.


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