Democracia bajo asedio

Editorial

Europa volvió a sacudirse esta semana por un atentado terrorista que dio nuevas alas a la derecha nacionalista que exige mayores restricciones a la inmigración y de refugiados, acusándola de fomentar el ingreso de extremistas islámicos.

El fin de año volvió a dar nuevos ejemplos de una tendencia que se afianza en Occidente: el auge de los populismos, que tuvo sus mayores expresiones con el triunfo del “Brexit” en Gran Bretaña y el de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, pero que estuvo precedido por el avance de movimientos de tendencia similar en todo Occidente. En el 2017 los analistas políticos prestarán atención a Holanda, donde en marzo el partido del ultraderechista e islamófobo Geert Wilders puede convertirse en la principal fuerza política. Unos meses después, Marine Le Pen llegará fortalecida para las presidenciales en ese país. Poco después de este comicio, es probable un avance de los grupos antiinmigrantes y euroescépticos alemanes, que tras el atentado del lunes volvieron a salir a las calles contra la política amigable con los refugiados sirios de la canciller Angela Merkel. Y Trump tomó el ataque en Berlín como una evidencia en favor de su propuesta de campaña de restringir la inmigración musulmana en su país.

Los analistas estiman que la oleada populista tiene raíces profundas que vienen desde hace décadas, y no parece que el 2017 sea un año que revierta la tendencia. En medio de la desindustrialización que comenzó en Europa en los 60, la globalización económica de los 80 y 90 trajo avances pero también efectos negativos para numerosos sectores sociales, que comenzaron a acumular resentimientos que las clases dirigentes no lograron descifrar o desestimaron. Las decisiones políticas y económicas claves se tomaban en organismos supranacionales opacos como la UE, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Pero mientras algunos analistas como Francis Fukuyama se apresuraban a proclamar el triunfo definitivo de la democracia liberal y la economía de mercado tras el fin de la Guerra Fría, un cuarto de siglo después ambas están bajo asedio de fuerzas antiliberales, autoritarias y ultranacionalistas.

El analista Roger Cohen señaló en un reciente artículo en el diario “The New York Times” que “durante demasiado tiempo” las sociedades occidentales no registraron ninguna “victoria” espectacular ni avance significativo en las condiciones de vida de la población, mientras las nuevas tecnologías e internet cambiaban la economía y el trabajo de forma radical. Este sentimiento de “haber quedado atrás” y haber sido dejados de lado por las elites ante un mundo al que no se terminan de adaptar fue un sentimiento común en votantes europeos y estadounidenses.

Esta lenta pero sostenida erosión en la confianza de la democracia y sus instituciones no es sólo patrimonio de los países desarrollados. Según la encuesta del Latinobarómetro de septiembre de este año en 18 países de la región, el apoyo al sistema cayó del 56% al 54% y hasta un 23% señaló que le es “indiferente” si hay un régimen democrático o no, el máximo nivel en 21 años de encuestas.

Y es que, aunque el populismo latinoamericano tenga un discurso de izquierda y no exista la xenofobia del Primer Mundo, su desprecio por las formas institucionales republicanas y por la política establecida se verifica en regímenes como el de Venezuela, cada vez más represivo y autoritario.

El estancamiento y la inseguridad económicos, la creciente desigualdad social y la frustración ante la falta de respuestas de los sistemas políticos tradicionales a estos problemas han sido el principal combustible de los populismos en todo el mundo.

En el 2017 no se ven signos de que estas condiciones mejoren, sino todo lo contrario, lo que plantea a los partidos y políticos defensores de las democracias representativas el desafío de redefinir su atractivo, y sobre todo de su capacidad para defender las libertades, la igualdad y la participación para dar respuestas reales a las preocupaciones de la población, frente al facilismo y las teorías conspirativas de sus rivales populistas autoritarios cada vez más fuertes.


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