El apagón de los clubes de barrio

editorial

Los clubes deportivos y sociales de la región volvieron a emitir por estos días un pedido de auxilio financiero a los gobiernos nacional y provinciales, que para muchos significa la diferencia entre seguir operando y cerrar sus puertas, dada la crítica situación que atraviesan tras los aumentos de tarifas de energía, en los sueldos y otros rubros.

En las últimas audiencias sobre los aumentos de gas, el ministro de Energía Juan José Aranguren prometió contemplar la situación de estas instituciones, que quedaron afuera del fallo de la Corte Suprema que anuló el tarifazo para los usuarios residenciales y están pagado subas de hasta 500% en sus tarifas, pero advirtió que se necesita reglamentar la ley de Entidades de Bien Público y de Clubes de Barrio que las beneficiaría con una tarifa social y subsidios especiales. La Secretaría de Deportes prometió ayuda mediante el plan Clubes Argentinos, con aportes de entre 50.000 y 100.000 pesos. También los gobiernos provinciales prometieron ayudas puntuales. El nuevo horizonte de alivio es octubre.

Sin embargo, los días pasan y las trabas burocráticas siguen manteniendo las iniciativas en promesas de pago, mientras las boletas siguen llegando puntualmente y las deudas acumulándose para los casi 20.000 clubes con fines sociales que existen en el país.

Los clubes nacieron a fines del siglo XIX como sitios de reunión de las clases sociales más acomodadas, pero desde principios del siglo XX la masiva inmigración los fueron multiplicando como vehículo de integración de otros sectores sociales: la clase media y la obrera. Su época dorada se vivió en la década del 40, donde se transformaron en la referencia más destacada de las actividades culturales, deportivas y sociales. Luego comenzó un lento pero sostenido declive, con algunos picos de auge, como la década del 70, cuando en medio de la dictadura se transformaron en un refugio para quienes tenían inquietudes de participación política o social. Desde los 80, la oferta deportiva fue acaparada cada vez más por los clubes grandes, con mejor infraestructura, mientras que la actividad física comenzó a ser un tema individual, con la aparición de gimnasios y canchas privados, entrenadores personales, el running o grupos de trekking o ciclismo, entre otros. La proliferación de barrios privados también atentó contra la actividad gregaria en materia social, cultural y deportiva. Como muestra bien la película “Luna de Avellaneda” de José Campanella, la década de los 90 y la crisis del 2001 dieron el golpe de gracia para muchas instituciones, aunque en barrios populares y pequeños pueblos y ciudades siguen siendo un punto de referencia insustituible. No pocas sufrieron el flagelo de malas administraciones.

La actual crisis socioeconómica, con casi un tercio de la población bajo la línea de la pobreza, según acaba de admitir el propio gobierno, vuelve a ponerlos como un espacio privilegiado del mantenimiento de relaciones sociales solidarias y cooperativas. El Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA los pone como uno de los últimos diques de contención contra lo que llamó “la cultura de la esquina”, única forma de sociabilidad y recreación disponible en muchos barrios, que fomenta las adicciones y el delito de miles de jóvenes que hoy no trabajan ni estudian. Además, es la única forma en que niños de menores recursos pueden acercarse a aquellos deportes que no pueden practicarse en un potrero: básquet, fútbol, rugby, natación o incluso ajedrez. Y, junto a las bibliotecas populares, son la sede privilegiada de actividades culturales que exceden a la juventud, como actividades para la tercera edad, capacitaciones laborales, la danza y la música.

Es de esperar que el gobierno acelere la reglamentación de las leyes, que le dará un marco institucional transparente a la ayuda que merecen, pero mientras debería aplicar por vía de la excepción ayudas urgentes a los clubes registrados en municipios y provincias para evitar que sigan entrampados en una burocracia que les acumula deudas y que podría firmar su acta de defunción.


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