El país de la furia

Editorial

Víctimas convertidas en impensados victimarios. Victimarios inmolados en el altar de las víctimas.

Políticos y juristas a favor, políticos y juristas en contra. Medios de comunicación de un lado y otro de esta balanza enloquecida. “Murió el chorro de la carnicería”, titulaba despectivamente esta semana un medio de Zárate.

Hablaba, obviamente, del caso que estuvo en boca de todo el país: el carnicero que persiguió con su auto al delincuente que lo había asaltado y lo atropelló, provocando su muerte. La imagen de los vecinos alrededor del auto, gritando, insultando e incluso pegándole al asaltante, daba escalofríos. Era la imagen de un país desguarnecido, víctima, en su conjunto, de un Estado que durante años miró para un costado. Un Estado indiferente frente a la gravedad de un tema, la violencia social, al que los tres poderes estatales sólo le pusieron parches, frases alegóricas y mucho entusiasmo en los tiempos de campaña electoral. Y esto ya es cuestión de décadas. No sólo cuestión de la década pasada.

Hoy, ese Estado se encuentra ante ciudadanos que sienten que llegó la hora de defenderse solos. Con un arma, con un auto desbocado o rociando a un asaltante con nafta, como ocurrió el viernes en una estación de servicio, cuando un playero de City Bell, en las afueras de La Plata, accionó el gatillo del surtidor y baño a su asaltante en combustible. El delincuente disparó al aire. Podría haber sido otra tragedia si el disparo activaba el combustible. Y así, sólo los milagros evitan las tragedias. Ya no el Estado.

El germen de violencia instalado en las calles no se detiene ante la primera tragedia y parece ir por más.

Hace apenas una semanas, un médico que se había criado en una villa miseria, que logró llegar a la universidad gracias al esfuerzo de toda su familia y fue educado para salvar vidas (“tendré absoluto respeto por la vida humana”, dice el texto del juramento hipocrático), terminó matando a su asaltante en la puerta de su casa, en la localidad bonaerense de Loma Hermosa. Se lo vio llorando por TV, como al carnicero de Zárate, cuando fue liberado. Tanto uno como el otro viven ahora amenazados. En la vereda de la carnicería aparecieron cuatro casquillos de bala. El médico de Loma Hermosa tuvo que abandonar su casa y fue amenazado de muerte por familiares del delincuente que él mató.

Madres, esposas, hermanos de los victimarios-víctimas encuentran amplios espacios en determinados medios de comunicación que ganan su funesto rating anunciando en exclusiva más amenazas de muerte, más violencia.

En abril pasado se conocieron las estadísticas criminales de todo el país. La última vez que se habían hecho públicas había sido en el 2008. En ese momento, se supo que ocurrían 5,8 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Un año después, se publicaron datos sin incluir a la provincia de Buenos Aires, lo que es decir: papel mojado. O una burla, lisa y llanamente. Desde el 2010 en adelante dejaron de publicarse estadísticas. Corría el país del “no me acuerdo” que el kirchnerismo se empeñó en instaurar. Ahora se sabe que entre el 2008 y el 2015 la tasa de homicidios dolosos aumentó un 10%. Para ponerlo en números: en todo el 2015 hubo 2.837 asesinatos en el país.

También se pudo saber que entre el 2008 y el 2015 el delito creció otro 10%.

El inglés Thomas Hobbes fue uno de los fundadores del Estado moderno. El filósofo inglés hablaba hace ya más de trescientos años de un pacto que los hombres tuvieron que hacer entre sí para dejar de vivir en un estado de guerra de todos contra todos, sin leyes, ni propiedad, ni civilización. Fue por eso que crearon a un garante de sus derechos y obligaciones: el Estado.

Según Hobbes, cuando el Estado se debilita surgen los gérmenes de disolución social y “en una situación semejante no existe ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad y, lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta. Y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”.

No todo, claro, pero algo de eso parece estar viviéndose en el país de la furia.


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