La hora de la moderación

El fin de año concluyó con sabor agridulce para el gobierno nacional. Antes del brindis, logró aprobar buena parte del paquete legislativo que pretendía: la reforma jubilatoria, la impositiva, el Presupuesto 2018 y el pacto fiscal con los gobernadores. Sin embargo, en el camino dejó jirones importantes de imagen, mientras un brote inesperado de violencia política activó las alarmas en varios sectores políticos y sociales.

Las estadísticas de la semana pasada debieran haber generado un clima de euforia en el oficialismo. Según el Indec, durante el mes de noviembre creció la economía en general, la industria subió un 3,5%, hubo una importante mejora en la distribución del ingreso, los salarios le ganaron un 4,8% la carrera a la inflación y bajaron los índices de pobreza e indigencia medida en el tercer trimestre.

En lugar de esto, el gobierno pareció a la defensiva, en medio de cuestionamientos a la reforma previsional y una súbita disparada del dólar tras un “sinceramiento” de las metas de inflación, por arriba de las previsiones.

Según la última medición de la Universidad Torcuato Di Tella, en diciembre se quebró la tendencia alcista en el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) de los ciudadanos, que venía en alza desde las PASO de agosto y alcanzó su pico en noviembre (2,97), apenas después de las elecciones legislativas donde Cambiemos fue la fuerza más votada a nivel nacional. En el último sondeo de diciembre el índice, que mide el estado de la opinión pública sobre varias facetas de la gestión, bajó abruptamente un 20% (a 2,36), sólo comparable con la caída del 23% sufrida en el 2008 por Cristina Fernández, durante el conflicto con el agro por la resolución 125. Agrega que mientras aspectos como “honestidad de los funcionarios” apenas varió 4%, el ítem “preocupación por el interés general” cayó un 29% tras la desaparición del ARA San Juan y la presentación de las reformas laboral y jubilatoria, en días previos a los incidentes callejeros que rodearon la sanción de esta última.

La semana de furia que vivió la Argentina a mediados de este mes dejó heridos en todo el espectro político. El oficialismo no logró convencer que el ajuste propuesto no alteraría el ingreso de los jubilados y debió acudir de apuro a un esquema de “compensación” que apenas le aseguró el apoyo al proyecto y reforzó la idea de que sí existía perjuicio para los pensionados. Montados en el descontento y la empatía que generó el reclamo, el kirchnerismo y parte de la izquierda consideraron justificado incorporar a la protesta la violencia política, como forma de frenar el proyecto. No sorprende: para una parte del sector que apoyó a la anterior gestión, el gobierno de Macri carece de legitimidad porque llegó al poder “engañando” al electorado, es antipopular y heredero de la dictadura y todavía sueña con una reedición de la huida presidencial en helicóptero.

Ante esta oposición intransigente y hostil, el oficialismo, en minoría en el Congreso, había recurrido hasta ahora a la negociación con el peronismo moderado y otras fuerzas con éxito. Parte de esta estrategia se perdió en el acalorado debate de la incitativa previsional. Las voces más exaltadas del antikirchnerismo tomaron el liderazgo y en el intercambio de insultos y chicanas se enrareció el clima político y peligraron apoyos y alianzas. El presidente Macri debiera considerar que, si bien el 42% obtenido en octubre fue un importante aval a su gestión, no es un cheque en blanco: aún lidera un gobierno de minorías y deberá negociar cada iniciativa. Se viene un periodo de debate de iniciativas como la reforma laboral, el ajuste de subsidios y las paritarias, que afectan a sectores sociales sensibles y poderosos intereses sectoriales.

El gobierno debiera tender puentes a quienes apuestan al diálogo y la pacificación. Aislar a los sectores que apuestan al “cuanto peor, mejor” ayudará a serenar el debate político, incluyendo el derecho al disenso y a la protesta social pacífica. Y en el proceso, pensar en una reforma que profesionalice los cuerpos de seguridad, para que puedan ser capaces de aislar y reprimir a los violentos, sin caer en la inacción o la brutalidad arbitraria, que a menudo ha llevado a la muerte de inocentes.


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