Muertes evitables

Esta semana la Ruta 22 se cobró su víctima número 15, en el tramo comprendido entre Allen y Chichinales, donde obras de ampliación y tránsito intenso se combinan para multiplicar accidentes. El fuerte énfasis que se ha puesto en el mal estado de los caminos ha dejado de lado tres factores humanos que también generan o al menos potencian la peligrosidad del tránsito en nuestra región: la falta de uso de cinturones de seguridad en automovilistas y de cascos entre quienes conducen motos, además de la incidencia del alcohol en ambos.

En el último mes, al menos siete personas perdieron la vida en accidentes en distintas rutas y caminos, muy probablemente por no haber tomado medidas de seguridad personales. Cuatro pasajeros de autos salieron despedidos de sus vehículos o golpearon sus cabezas contra el parabrisas por no llevar cinturones de seguridad. Incluso, en dos casos, la activación de airbags que poseían los modernos vehículos resultó inutilizada por la falta de sujeción.

En los otros tres casos, dos motociclistas y el conductor de un cuatriciclo fallecieron debido a fuertes golpes en la cabeza, por no llevar casco. En tres de los siniestros tuvo alguna influencia el consumo de alcohol antes de manejar.

En este aspecto de seguridad, el comportamiento de nuestros conductores locales sigue una tendencia nacional: sólo el 51% de los que manejan vehículos usa el cinturón de seguridad y la cifra baja si se analiza la conducta de copilotos (45%) y pasajeros de asientos traseros (menos del 20%). En el caso de motociclistas, apenas el 68% usa casco, según la Agencia Nacional de Seguridad Vial.

Otra característica que se mantiene es la baja edad de los afectados. En los siete casos regionales, las víctimas tenían menos de 40 años. A nivel nacional, las lesiones derivadas del tránsito son la principal causa de muerte en el grupo de entre 15 y 29 años.

Como se ve, mejorar la infraestructura de nuestras rutas y caminos es una tarea necesaria y urgente, pero no alcanza para disminuir las elevadas tasas de mortalidad y lesiones graves que se producen a diario en el tránsito.

Está probado científicamente que el uso de cinturones de seguridad reduce a la mitad el riesgo de lesiones mortales en ocupantes de asientos delanteros, y hasta un 75% en los pasajeros traseros.

En el caso de las motos, las estadísticas a nivel mundial indican que el uso del casco previene un 67% las lesiones cerebrales y reduce en un 36% las posibilidades de muerte.

Y en casi la mitad de los siniestros viales del país el alcohol tiene un rol importante.

No se trata de un problema de legislación. Tanto a nivel nacional como en las provincias, el uso obligatorio de cinturón y casco y la prohibición o límite de consumo de alcohol están en leyes y ordenanzas. Sin embargo, todavía carecemos de un sistema unificado de controles, sanciones efectivas y educación que permitan cambiar conductas.

Un modelo exitoso a seguir podría encontrarse en casos tan sencillos como la prohibición de fumar en recintos cerrados. Hace diez años era casi una utopía pensar en espacios libres de humo. Primero fueron ordenanzas municipales, después se dictaron leyes provinciales y nacionales. A las entidades públicas se sumaron las privadas y en, poco tiempo, con “tolerancia cero”, sanciones y campañas educativas eficaces se llegó a un cambio radical de conducta. Hoy, incluso en casas particulares los fumadores salen al exterior sin que se les pida ni haya necesidad de sanciones. Se ha “normalizado” la conducta.

En materia de tránsito, nuestro país y la región están todavía muy lejos de una meta similar. Harían falta intensas campañas de educación y prevención, además de la responsabilidad personal. Está probado que si el conductor se pone el cinturón de seguridad, el 80% de los otros ocupantes lo imita. Sin embargo, es imposible lograr cambios de conductas sólo con educación formal, publicidad o buenos ejemplos personales. Sólo una acción eficaz y coordinada del Estado en todos sus niveles para asegurar el cumplimiento estricto de las regulaciones permitirá tener un alto impacto en la forma en cómo nos comportamos en calles y rutas.


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