La historia plasmada en tres edificios de principios del siglo XX

Estas construcciones, declaradas patrimonio histórico, fueron icónicas de las ciudades donde están emplazadas y dejan entrever la vida en los años en que se poblaba la inhóspita Patagonia argentina.

En un afán de recuperación de la historia, muchas construcciones de principios del siglo XX han sido restauradas respetando su estructura, materiales originales y los detalles que las transformaron en íconos de su época.

Aquí mostramos tres edificaciones con impronta europea, declaradas patrimonio histórico, que están refuncionalizadas manteniendo el espíritu que les dio origen.

Una fortaleza colonial

La Casa de Gobierno de Neuquén es uno de los pocos edificios declarados patrimonio histórico de la ciudad que están en uso. Se construyó en 1916 y cien años después mantiene intacta su fachada, sus patios interiores y gran parte de las oficinas. Aún se conservan los pisos de granito en negro y blanco para el exterior y el parquet en las oficinas y salones principales. Sólo se realizaron restauraciones en paredes, puertas y ventanas de pinotea y pisos. Su estilo es una mezcla simétrica de castillo colonial por dentro y fortaleza, con torres y almenas, por fuera.

El edificio fue diseñado en una sola planta con toda la superficie cubierta distribuida sobre la parte exterior del lote y dos patios abiertos en el corazón de manzana, que eran utilizados para el descanso de los caballos de los policías. A partir de 1929, cuando se mudó el Poder Ejecutivo, esos patios se poblaron de césped, pinos, enredaderas y plantas con flores, uno de diseño afrancesado, y el otro con una pérgola que divide el patio en dos.

Sólo el ala norte que da a calle Belgrano, que se terminó de construir en la década del 30, es de ladrillos, el resto de la construcción es de adobe cocido. Este sector del edificio mantuvo la línea arquitectónica original, extensos y angostos pasillos a los que dan varias oficinas.

En el interior todas las dependencias están conectadas entre sí. En la época en que funcionaba la Jefatura de Policía, muchas de las habitaciones eran calabozos. Con la llegada del gobernador y ministros, las puertas de rejas fueron reemplazadas por puertas de madera que aún se conservan en perfecto estado.

En el sector oeste de la manzana funcionaban las caballerizas. En la década del 90 fueron refuncionalizadas y se convirtieron en un auditorio con capacidad para 400 personas. Tiene un estilo moderno, pero conserva la pinotea original colocada en 1900.

Mirando a la plaza Roca se levanta un torre que aloja un reloj que tiene dos historias diferentes. Algunos en secreto cuentan que fue traído desde Chos Malal cuando se trasladó la capital al paraje Confluencia. Otros dicen que llegó de Alemania. Lo cierto es que el JF Weule se colocó en 1924 y nunca dejó de funcionar excepto en dos oportunidades, por poco tiempo, para reemplazar algún engranaje o limpiarlo.

Destacamento de frontera

El Castillito Van Dorsser, en el paraje Hua Hum (Ruta Provincial 48, a escasos kilómetros del límite internacional con Chile), integra el inventario de inmuebles declarados patrimonio arquitectónico de San Martín de los Andes. Construido en 1934 como oficina policial y vivienda, hoy funciona como Museo de Sitio del Parque Nacional Lanín y se ofrecen informes turísticos.

El edificio quedó sin un destino claro a partir de 1942. Primero fue ocupado por Gendarmería y, a mediados de la década de 1960, pasó a pertenecer a la Administración de Parques Nacionales.

A fines de los 70 una serie de factores retrotrajo abruptamente la industria maderera en la zona y se cerraron los aserraderos, lo que obligó a un centenar de familias a emigrar hacia San Martín de los Andes. Sólo quedaron el edificio de la Aduana y el Castillito Van Dorsser, que comenzó un lento proceso de derrumbe.

Con el mejoramiento de los caminos y el impulso a la industria turística, a finales de siglo se decidió su reconstrucción –la arquitecta a cargo de la obra de recuperación y puesta en valor fue María Victoria Neira– y se reinauguró en el 2007.

Se respetó la estructura tradicional: 70 m² cubiertos, divididos en una planta en forma de cruz con todas las naves iguales y un crucero central coronado por un techo a cuatro aguas donde se levanta una torre de control, un observatorio con la vista liberada a los cuatro puntos en el nivel más alto del crucero.

La estructura portante, recubierta tanto en el interior como en el exterior en madera de raulí, fue recuperada en un 70%. En el exterior, en el primer nivel se reemplazó el revestimiento por tablones de madera de lenga, mientras que en la torre se mantuvo el original y se intentó recuperar el color natural de la madera. Del interior se recuperaron la torre, la escalera, pisos y gran parte del revestimiento.

Las tejuelas originales eran de alerce y, como esa madera ya no se comercializa, hubo que desmontar las que quedaban y se cambiaron por tejuelas de ciprés achueladas sumergidas en aceite de lino para impermeabilizarlas. No se pudo recuperar el material original, pero sí se utilizó la técnica de la época.

Hasta el cerco perimetral es igual al de 1934, copiado de una foto antigua.

La puerta para los turistas

El dorado de los barrotes de bronce de la boletería, en el extenso salón de la estación, dan cuentan del esplendor del edificio que fue la puerta de entrada a Bariloche décadas atrás.

La estación de trenes, que el año pasado fue declarada patrimonio histórico nacional y que ya tenía ese título a nivel municipal y provincial, fue ideada con el estilo de arquitectura andina de las icónicas construcciones de la ciudad, pensadas para sumar valor agregado al paisaje, como atractivo para que los turistas porteños llegaran a las tierras inhóspitas de la Patagonia cuando no había rutas ni aviones que confluyeran en esta región.

El emplazamiento original de la estación estaba pensado en Puerto Moreno, 10 km al oeste desde el centro de la ciudad, luego en el terreno donde se encuentra la iglesia catedral y finalmente se ubicó en el acceso este, donde fue inaugurado en 1934. La extensión de las vías hasta Bariloche tardó más de lo previsto por las dificultades del terreno desde Jacobacci, pero una vez construido el puente férreo sobre el río Ñirihuau se agilizaron las tareas, aunque quedó trunca la idea original de llegar hasta el Pacífico.

El edificio principal es de hormigón armado y mampostería revestida en piedra, con techos a dos aguas y cubierta de teja de fibrocemento plana, carpintería de madera de primer nivel y pisos de mosaicos, tablas y piedras.

En la estructura se mantienen la galería amplia y los carteles que indicaban cada sala. Los pisos, techos y grandes puertas de madera son originales. También hay dos relojes, uno en la galería y otro en la fachada, que no funciona por falta de agujas.

Hace algunos años fue noticia el robo de la campana de bronce que servía para anunciar la salida del tren, la que finalmente fue recuperada y quedó resguardada por el jefe de Estación, Daniel Rodríguez, que es hijo de ferroviarios y un apasionado por la historia del ferrocarril.

La estación tuvo durante décadas una actividad intensa porque eran habituales los trenes de carga que traían a Bariloche todos los productos para el consumo del poblado, incluso vino en tanques y gas envasado. El Ferrocarril Roca mantuvo los servicios de pasajeros desde Constitución hasta la década del 90 y ahora Tren Patagónico mantiene la conexión con Viedma (con una frecuencia semanal) y con Ingeniero Jacobacci (dos veces por semana). Por eso los días de mayor movimiento en la estación son los lunes, viernes y domingos, cuando llegan o parten los trenes que resisten al olvido.

Fotos Mauro Pérez y gentileza archivo municipal

Fotos Alfredo Leiva y gentileza Archivo Visual Patagónico


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