El último chacarero de Puente Suspiro

Salvador Miciele dejó de producir pero no quiere irse de su chacra, ubicada al noroeste de Cipolletti, en la que supo cosechar 200.000 kilos de manzana. A los 72 años, dice, allí resistirá.

Sólo quedan recuerdos de aquellas cosechas abundantes de miles y miles de kilos de fruta en la chacra de los Micieli, ubicada en el norte cipoleño, en una zona de nombre poético: Puente Suspiro. Ahora, décadas después de aquella época dorada, la imagen ofrece pocos colores: el plateado de los álamos flacos que rodean una antigua vivienda y el negro que trepó varios centímetros de los cientos y cientos de árboles luego de un incendio, en agosto pasado.

La última cosecha de Salvador fue en 2002. “Ya no alcanzaba para mantener las plantas en pie. Cosechamos hasta que pudimos”, asegura. La mejor producción que recuerda es de los años setenta. Afirma que de su chacra salieron 200.000 kilos de manzana. “La última época era ir a sufrir con los contratos, era una novela poder cobrar. Con esa crisis nos quedamos sin plata y nos quedamos sin plantas”.

Hubo épocas de florecimiento de la actividad, pero hace 15 años que las cinco hectáreas en Puente Suspiro están improductivas. Sin embargo Micieli se aferra a su lugar. “Yo no voy a vender, acá pasé toda mi vida”, dice.

Foto: Florencia Salto

 

La historia

Lejos quedan los recuerdos de Salvador Micieli corriendo entre los manzanos, escapando de su padre, José, que lo corría con una escoba. “Él era muy tranquilo, era raro que se enojara, pero me acuerdo que un día me corrió por todos lados, no me acuerdo que macana me mandé. Mi viejo era alegre, simpático, se reía bastante”, asegura Salvador quien adoptó esa sonrisa de su padre que llegó de Sicilia (Italia) en la década del 20.

Micieli tiene la piel curtida por el paso del tiempo y los inviernos sin gas. Aun peina el cabello que conserva, aunque siempre queda a merced del viento que en la zona de chacras sopla con más fuerza.

Foto: Florencia Salto

 

Foto: Florencia Salto

 

Foto: Florencia Salto

 

De su madre, dice, sacó su conducta y su apariencia. María Sain llegó de Yugoslavia en la misma época que José, pero su primer destino fue Pilar, provincia de Buenos Aires.

La tragedia la acompañó durante gran parte de su vida. Poco después de casarse falleció su pareja y quedó sola. Cuando se embarcó por más de 20 días para cruzar el océano tuvo que dejar a sus dos hijos en Yugoslavia, Carlos y Miro. No volvió a verlos nunca más.

 

“Ella era muy rígida, pero era entendible por lo que le tocó vivir. Era una buena persona”, recuerda Salvador que todavía le guarda respeto, como si estuviera escuchándola. “No dormíamos siesta nunca. Había que trabajar, y si tenías fiebre tenías que tener más de 41 grados, porque con 40 te mandaba a cosechar. Ella tenía un delantal y cosechaba, trabajaba mucho”, rememora entre risas Micieli que en unos días cumplirá 73 años.

José se instaló en Cinco Saltos y luego de unos años compró la chacra en Puente Suspiro, una estancia camino adentro hacia el noroeste sobre el kilómetro 7 de la RN 151. A unos 400 metros del ingreso, están las cinco hectáreas en las que vive Salvador Micieli. Los troncos pelados y sin hojas rodean la casa que compartió con sus padres y en la que ahora habita en soledad.

 

El hombre que hoy vive de una jubilación y la venta de postes nunca se casó, no tiene hijos. Vive en compañía de una jauría que lo escucha con atención cada vez que levanta la voz.

“No sé si fue el destino o qué, fue lo que tocó”

 

“Tuve algunos amoríos pero nunca me casé”, dice sin melancolía, siempre con una generosa sonrisa. Una chilena fue la que más suspiros le arrebató. Años después del final de esa historia de amor surgió una amistad que aun perdura.

Algunos años atrás Salvador cruzó a Chile para participar del cumpleaños de la hija de aquella mujer con la que compartió momentos de su vida.

Su madre falleció en el 76 y su padre en el 87. El invierno frutícola comenzó algunos calendarios antes del fallecimiento de José y fue Salvador quien afrontó el último declive y el ocaso de una chacra que en los años 70 llegó a dar 200 mil kilos de fruta.

Sus grandes pasiones siempre fueron el patín, el automovilismo y la fotografía. “En el colegio Domingo Savio descubrí el patinaje y gracias a eso conocí mucha gente, el deporte genera muchos vínculos”. Micieli llegó a dar clases de patinaje en el club Cipolletti: “me defendía”, desliza entre risas.

Foto: Florencia Salto

 

Florencia Salto

 

El autódromo de Roca despertó su otra pasión, el automovilismo. De allí guarda muchos recuerdos, anécdotas y algunas fotos. Salvador, que lleva el nombre de su bisabuelo, se apasionó por las fotos.

La fotografía tiene un significado particular en su historia: la mayoría de su familia sanguínea la conoció por imágenes en blanco y negro que llegaban de Italia o de la ex Yugoslavia.

En un intervalo sacó un manojo de fotos de sus hermanos, su abuelos y su madre en Europa. También conserva una imagen abrazado con Carlos Reutemann, y con esa sonrisa que aun conserva.

Florencia Salto

 

Cada vez menos tierras productivas

En los últimos años la fruticultura en Cipolletti cayó de manera drástica.

Se estima que alrededor del 60% de las tierras productivas cedió ante el avance urbano y la falta de rentabilidad entre otras variables.

Según el Senasa entre 2008 y 2015 se perdieron en esta ciudad 251 hectáreas.

A fines del año pasado, el municipio promulgó una ley para cobrar un impuesto sobre las tierras que no produzcan.

El impuesto comenzará a regir a partir del 2018 y los propietarios de las chacras deberán presentan un proyecto de reactivación en el municipio.

 

 

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Fotos:  Florencia Salto


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