“Moro”, el tortugo que engendró un santuario

Any nos cuenta cómo lo hallaron con su abuelo hace muchos años; la compañera que le trajeron y las tortuguitas que nacieron. Así comenzó una tarea de rescate que ya salvó de la venta ilegal a unos 100 ejemplares.

“Moro”, el tortugo que engendró un santuario

Any nos cuenta cómo lo hallaron con su abuelo, hace muchos años; la compañera que le trajeron y las tortuguitas que nacieron. Así comenzó una tarea de rescate que ya salvó de la venta ilegal o el maltrato a unos 100 ejemplares.

En la chacra El Faro localizada en Bragado, provincia de Buenos Aires, existe un santuario para tortugas terrestres único en el país. Any es su propietaria y no duda en afirmar que ha hallado su “lugar en el mundo” pese a la sensación, que a veces la embarga, de estar sola en su misión.

Las instalaciones respetan el paisaje rural, amplio y natural donde las tortugas viven sueltas, a salvo de depredadores y de la captura y comercialización que existe en las provincias de las que son originarias.

Las tortugas terrestres de Argentina (geochelones chilensis) son una especie en peligro de extinción protegida por la ley de fauna silvestre.

Any atiende a una de las tortugas enfermas.

En el invernáculo, en un momento de paz.

Any revisa los daños producidos en su chacra por un temporal.

“Moro”, el primer tortugo

“Cuando yo tenía 8 años -cuenta Any- caminando por un maizal con mi abuelo, encontramos una pequeña tortuga (que luego supe era tortugo). Era evidente que se habría escapado de alguna otra chacra porque mi zona no es original de tortugas, así que lo llevamos hacia la casa, tratamos de darle un lugarcito confortable y adecuado, lo alimentamos y lo llamamos Moro…”.

Corría la década del 70 y por entonces “nadie hablaba de especies en riesgo o cuidado ambiental ni había leyes que protegieran la fauna silvestre. Moro creció conmigo y cuando falleció una tía soltera que tenía una tortuga, le traje una compañera de especie y detrás de esa unión, vinieron crías que nacieron espontáneamente, sin que yo interviniera en nada.

“Cada otoño nacía algún hijo del viejo Moro hasta que en el grupo familiar fueron 11”, rememora Any.

Los orígenes del santuario

“Un día cualquiera, una persona me escribió preguntándome si podía traer a su tortuga a vivir acá. Dije que sí y eso fue el comienzo de esta incesante llegada de tortugas. Durante 5 años he recibido animales que vivían con otras familias y aún sigo recibiendo pedidos de lugar”.

Any se hace cargo de todo el mantenimiento de la chacra, del cuidado de los animales domésticos y de las tortugas que llegan desde distintos lugares de la provincia. Actualmente son alrededor de un centenar de ejemplares.

“Solo con mis ingresos como docente y sin empleados ni otras manos que ayuden, es pesado sostener el día a día de tantas vidas que dependen de mí”.

A salvo del hombre

Any nos cuenta un poco de su vida, su lucha día a día en el santuario para darles una vida saludable a los ejemplares que con los años se han incorporado al lugar.

“Es un santuario para ellas, un lugar donde pasarán el resto de sus vidas a salvo de predadores y del peligro mayor: el hombre”, reflexiona.

“Existe una ley nacional que protege a la fauna silvestre de la mano salvaje del ser humano. Sin embargo, siguen existiendo los capturadores de aves, los galgueros detrás de las liebres y otros salvajes detrás de nutrias, perdices, peludos y de cuanto bicho silvestre habita mi zona”, afirma Any.

Bajo el sol de abril en la chacra.

“Peleo con las escasas herramientas de que dispongo. Me entristezco, me enojo, grito y pataleo pero también intento concientizar y buscar apoyo de las autoridades policiales pero son tan escasos los medios y estamos tan atrasados en cuanto a ‘conciencia ambiental’ que es una batalla que por ahora voy perdiendo junto con los animales silvestres que son víctimas cada año” se lamenta la mujer.

“De todos modos, me esfuerzo por ser optimista y mantengo viva la ilusión de que cuando tenga nietos, pueda contarles con verbos en tiempo pasado cómo fue este tiempo de salvajismo e ignorancia, porque ya no exista nada de esto que hoy es plaga en zonas rurales”, continúa.

Cómo se decidió a contarlo

“Un día cualquiera, seguramente un invierno aburrido y de días largos, decidí escribir sobre ellos en mi vida. Su gran familia, creciendo a la par de la mía, me maravillaba y me dieron ganas de empezar a mostrar fotos de nuestro lugar y contar sobre la historia del Moro y su familia en una página de facebook; fue el comienzo de todo lo que vino después vinculado a tortugas”.

“Hubo infinidad de personas que disfrutaban de mis relatos simples sobre la vida cotidiana en el campo y de las pequeñas anécdotas de la familia de Moro. Muchos me escribían para contarme que tenían tortugas en sus casas y que vivían en terrazas, en balcones, deambulando por los escasos metros cuadrados de un departamento, hembras desovando sobre baldosas por falta de tierra… Nunca había imaginado que eso fuera posible”, recuerda ahora Any.

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Datos

“Existe una ley nacional que protege a la fauna silvestre de la mano salvaje del ser humano. Sin embargo, siguen existiendo los capturadores de aves, los galgueros detrás de las liebres y otros salvajes detrás de nutrias, perdices, peludos y de cuanto bicho silvestre habita mi zona”, afirma Any.

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