Los estados más (des)unidos de la historia norteamericana reciente

Las alas más extremas de los partidos republicano y demócrata hegemonizan las estructuras y dejan poco espacio para la tolerancia y el consenso legislativo.

Las elecciones en EE. UU.

El Fenómeno Trump arrastró consigo una franja del electorado estadounidense harto del “establishment” de Washington y del fuerte consenso bipartidista que había caracterizado gran parte de la historia moderna de Estados Unidos.

Esa reacción es apenas un lógico desprendimiento del escenario ideológico de fondo. Durante los últimos veinte años, republicanos y demócratas extremaron sus posiciones, agudizaron su confrontación y sus alas radicalizadas ganaron en influencia. El país se ha polarizado.

Al llegar a la Casa Blanca, aprovechando la conmoción social por la crisis financiera de 2008, el presidente Barack Obama abogó por retomar la colaboración bipartidista y romper el clima de confrontación inaugurado por el halcón conservador Newt Gingrich en los 90.

“No espero que los republicanos me apoyen ciento por ciento, pero confío en que dejemos a un lado la política y pensemos en los intereses del pueblo estadounidense”, dijo Obama, al presentar su Plan de Estímulo Económico. Lo votaron sólo tres senadores republicanos y ningún congresista. Luego, los demócratas perdieron el control del Congreso y, hasta hoy, todo empeoró.

Desde 1994, la proporción de estadounidenses que se definen como “muy conservadores” o “muy progresistas” (liberales) se duplicó, de 10% a 21%. Los “moderados” se redujeron, de 49% a 39%. En cada partido la radicalización se ahonda aún más: los duros pasaron del 23% al 33% entre los republicanos y del 8% al 34% entre los demócratas (Pew Research Center).

La polarización incluye una agresiva actitud hacia el otro. Hace dos décadas, una minoría en cada partido (16-17%) creía que sus rivales suponían “una amenaza para el bienestar del país”. Esa antipatía por el rival aumentó varias veces hasta llegar en 2014 al 27% entre los demócratas y al 43% entre los republicanos. En esta campaña, muy probablemente se agravó.

En términos ideológicos, 9 de cada 10 republicanos quedaron a la derecha de la media de los demócratas, y viceversa. Semejante posicionamiento torna muy difícil los acuerdos que soñaba Obama en 2009, considerando que los congresistas y senadores, elegidos por distritos y no por listas, deben volver cada fin de semana a dar explicaciones de sus votos a sus electores.

La radicalización se retroalimentó durante la Administración Obama, que después de su única victoria legislativa, la reforma de salud (el Obamacare), sufrió dos shutdown (cierre temporal del gobierno federal por falta de aprobación de fondos del Congreso), el sistemático rechazo a sus proyectos y una andanada de amparos judiciales para bloquear decretos presidenciales, como la reforma migratoria.

La irrupción de Donald J. Trump en el Partido Republicano fue, en parte, producto de esta polarización. No fue el primero en dudar de la condición estadounidense de Obama. Con una demagogia desatada, este outsider político exageró las posiciones extremas de tal manera que muchos líderes republicanos parecieron unos tibios del “establishment de Washington”. Eso explica, también, que Trump haya atraído el voto de norteamericanos que jamás habían participado de la actividad política, en particular en la cerrada cultura del centro del país que ha recelado históricamente de las elites educadas de la Costa Este, donde se administra el poder político y económico del país. El trumpismo podría verse como una versión sui generis del “que se vayan todos”.

En un tema central de esta campaña electoral, la inmigración, la polarización se evidencia con claridad: el 45% de los estadounidenses creen que le quitan trabajo y el 42%, directamente que no. Dos coincidencias persisten entre los votantes registrados y, sin embargo, ambas son un riesgo para la antigua democracia estadounidense: apenas la mitad (49%) tiene la absoluta seguridad de que los comicios del 8 de noviembre serán limpios, y muchos más según Gallup mantienen una opinión desfavorable sobre sus candidatos: Trump (65%) y Hillary (55%).

Trump abre la billetera

para repuntar

En un desafío a su conocida tacañería, Trump gastó en la campaña más del doble en septiembre que en el mes anterior, 70 millones de dólares en medio de un descenso en las encuestas y menor apoyo de su partido.

Su rival demócrata, Hillary Clinton, gastó bastante más: casi 83 millones de dólares.


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