Historias de un trabajo que nunca tiene los pies sobre el suelo

Una actividad a la que no todos se animan y a la que muchos llegan por la falta de oportunidades. La mayoría son jóvenes y tienen poca antigüedad.

Abajo la ciudad parecía un hormiguero. Los autos eran pequeños y la gente diminuta. El viento los mecía apenas. Estaban colgados de sogas a unos 40 metros del suelo. Había que poner revoque a la pared del edificio y los obreros “hombre araña” lo hacían sin miedo.

Emanuel Oviedo es dueño de una empresa que brinda servicios en altura y empezó a los 27 años a colgarse para trabajar en el rubro. Comenzó de empleado. Después compró los equipos y arrancó con su propio emprendimiento pero, el primer día que se colgó, todavía se mantiene intacto su memoria.

“Era pura ansiedad, ver cómo era. Sabía que no tenía vértigo, pero necesitaba saber qué se sentía. Ese día cambiamos paneles de vidrio. Siempre tuve buenas experiencias, lo único que me ha dado buenos sustos es el viento que aparece de golpe, se arremolina y te mueve de lado a lado”, contó Emanuel de Segme.

Desde la terraza de un edificio de 14 pisos, Emanuel señaló un edificio verde al fondo y contó que hace poco lo pintaron. También recorcordó al compañero con el que trabajó hasta hace poco y que se decidió por tomar el costado artístico de las alturas, con la danza aérea.

“Lo mejor que tiene esto es la libertad. Nadie te molesta. Trabajás ahí, ves toda la ciudad y te sentís libre. Es un trabajo lindo”, contó Emanuel mientras le alcanzaba el balde a Mauro Ezequiel Elgueta.

Mauro está en la cornisa, amarrado a varias sogas. Tiene la ropa salpicada de cemento, el casco azul aferrado y un arnés naranja que lo abraza. Confiesa que hace un año, cuando comenzó a hacer este trabajo, tenía bastante miedo, pero una vez que se acostumbró se disfruta un poco más.

“Es bravo pero está bueno. Probé porque no me quedaba otra, no hay trabajo y salió esto. Pude, así que me quedé. Estás solo, algunas horas aislado arriba, sin nadie más que tu compañero y la mente se relaja”, contó.

El más nuevo es Alexis. Hace cuatro meses que está trabajando. Contó que se colgó solo seis veces pero en su caso, todavía le gana el miedo. Los compañeros le explican que las sogas soportan peso, que todo es muy seguro, él entiende que no debería temer, pero el cuerpo le dice otra cosa.

“Me colgué para pintar ventanas y rejas. Tenía miedo y encima había que ser prolijo. Cuando bajé a tierra firme, sentí alivio. La primera vez estaba en pánico y no quería bajar. Un compañero, para darme confianza, me golpeaba el casco”, recuerda Alexis.

La cabeza lo traicionó, empezó a pensar que se podían cortar las sogas, que el viento lo convertiría en un péndulo, pero de a poco bajó y, cuando estaba a pocos metros del suelo, aseguró que el alma le volvió al cuerpo otra vez.

Emanuel escuchaba y decía que una sola vez no se adaptaron a la tarea. Recordaba al chico que se presentó a trabajar y, cuando lo empezaron a bajar, lo tuvieron que enganchar y atraer hasta el suelo, porque había quedado petrificado.

En números

La asistencia de los compañeros es fundamental en la seguridad.

matías subat

Colgados del arnés
En primera persona

Datos

40 metros
de altura tiene el edificio
en el que los trabajadores realizaban obras de
reparación de paredes.
“Para mi es un trabajo, al principio tuve que vencer el miedo pero ahora se disfruta. Está tu compañero cerca, pero vos estas solo”. Mauro Elgueta.
“Todavía tengo un poco de miedo. Lo más alto que me subí es a un edificio de 9 pisos”, explicó
otro de los trabajadores.
Alexis Vallejos.
“Lo mejor que tiene de bueno esto es la libertad. Nadie te molesta. Trabajás ahí, ves toda la ciudad y te sentís libre”.
Emanuel Oviedo.

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