Los Balboa, la familia que vive remando

Hace años que viven frente al club, donde los chicos se familiarizaron con la corriente del agua con la naturalidad que otros aprenden a caminar.

Los Balboa tienen el don de los patos. En la meseta, allá donde el agua no corre en cauce, Ricardo crea el objeto con el que soñó llegar lejos; el mismo en el que Denise disfrutaba andar de niña; el que Dardo perdió una vez en el Limay y volvió a encontrar ahora para ganar regatas; las palas que Araceli empuña cada día para enseñar a sus alumnos; un kayak como los que, desde la costa, María del Carmen miraba con miedo; o como el que montó Franco hace semanas para coronarse campeón del mundo.

“Felicitaciones a todos los Balboa”, dice María, una institución dentro del club santafesino que conoce a Ricardo antes de que se casara con María del Carmen, antes que tuvieran a Dardo, Denise, Araceli y Franco. Antes de que todos remaran, de que fabricaran kayaks y de que su hijo pequeño se convierta en el más grande.

El día brilla y juntos, en la costa del club, preparan un kayak cuádruple y dos individuales. El brazo del Limay en el que crecieron se transformó en una estría delgada en la que apenas corre agua. Allí recuerdan la vida que remaron juntos.

“Cuando conocí al padre de los chicos, entró el remo en mi vida. Es un deporte muy lindo, lo hago de vez en cuando, pero siempre los acompañé”, dice María del Carmen Gómez, la mujer que dedicó la vida a cuidar de todos.

Hace años que viven frente al club y mantener a los chicos lejos del río, fue un trabajo imposible. Ricardo creció en ese lugar. A los 14 años se infiltraba para bañarse en la pileta, y más tarde fue bañero. Cuando tuvo hijos, les enseñó que al agua no se le tiene miedo, y todos lo aprendieron por demás.

“Franco era terrible, a los 10 años quería remar. Lo llevaba al río grande y lo miraba de la orilla. Pensaba, si se da vuelta qué hago, pero tenía que ir porque si no, se le escapaba”, recuerda María.

Ricardo corrió regatas y deseaba ser campeón. Es por eso que las vacaciones familiares eran en los lagos o ríos en los que competía. María lo seguía a las regatas. En pleno verano con los pies inflados, tres hijos que caminaban y uno en la panza, todos se contagiaban la misma pasión.

“Gracias a Dios tienen esta pasión. Yo siempre dejé que decidan, no los obligué. Era mi anhelo que remen y por suerte lo hicieron y muy bien”, dice Ricardo.

Denise recuerda que cuando era chica remaba y de grande siguió otro camino. Hasta hace poco trabajaba en recursos humanos pero la despidieron y pensó que las mejores vacaciones serían acompañando a su hermano a Sudáfrica. “Fue una carrera muy dura. Le tengo toda la fe, pero había que esperar. Cuando me di cuenta de que hacía la diferencia no lo podía creer”, dice.

Franco recuerda que en el río se cruzaba a personas que le contaban historias de cuando su papá remaba y el soñaba con ganar una regata. Eso era un juego, pero cuando se hizo competitivo, cada vez quiso llegar más lejos. “Conocí muchos lugares del mundo gracias al deporte. Me abrió la cabeza, me hizo entender muchas cosas de la vida. A veces pones todo y las cosas no salen como querés. Hoy, soy la persona mas feliz del mundo porque tengo a Lorenzo –su bebé de menos de un mes– y el campeonato”, cuenta mientras revisa una pala.

Se suben a los kayak para salir y vuelven a ser niños. Dardo dice que salían a las islas, sacaban troncos de la orilla, se tiraban en balsas y venían a los saltos por el río. “Llegaban los días lindos y éramos pescados. Cruzábamos hasta la isla a nado, cuando nadie se animaba. Desafiaba a mis amigos y Franco decía ‘yo te sigo’. Le decía ‘vos no’ porque era muy chico, pero cuando llegaba a la otra orilla lo tenía al lado”, cuenta y se ríe. Él por años no remó, después empezó a entrenar y hace poco ganó la regata en categoría Travesía.

Desde septiembre del año pasado, Araceli enseña en la escuelita del santafesino. Cuenta que se fue a Cipo a estudiar, pero extrañó no tener el río y a la familia cerca. En 2012 empezó con las salidas recreativas. “Volví a disfrutar del río y me volvió el alma al cuerpo. Cuando era chica eran todos varones. Remaba, competía y cuando le ganaba a los nenes lloraban”, recuerda.

Mientras se acomodan en el kayak cuádruple, Dardo cuenta que una vez en pleno invierno, partió al medio uno y lo perdió en el Limay. Cuando están listos Franco se da cuenta que falta algo. Se baja, corre y vuelve con Lorenzo en brazos; atrás lo sigue la mamá llena de miedo. No se negocia. Se sienta al frente y logra el cometido: el bebe no tiene un mes y ya subió a un kayak. Un buen presagio para un Balboa.

“Cuando eran chicos veníamos al río y no podía relajarme. Nadaban, remaban, vivían en el agua”.

María del Carmen Gómez,

madre, remadora, ama de casa.

“Miro para atrás y veo mi respaldo, a mis hijos bien y reflejado en ellos lo que yo quise hacer.”

Ricardo Balboa,

padre remador, fabricante de kayaks.

“El río siempre fue como nuestro patio. Crecimos en las carreras, los fines de semana viajando”.

Araceli Balboa,

la rema como instructora en el santafesino.

“Cuando empecé a remar era un juego, no era competitivo. Ahora entreno para correr la regata” .

Dardo Balboa,

palista, fabricante de kayaks.

“Desde chica los seguía en viajes, regatas, y hoy verlo con el bebé en el kayak me pone feliz”.

Antonella Islas,

mamá de Lorenzo y novia del campeón.

“Hoy no remo, pero siempre estuve involucrada. Los acompaño porque el ambiente me gusta”.

Denise Balboa,

remaba de niña, trabaja en recursos humanos.

“El canotaje es todo. Mi hijo es mi premio mayor y ser campeón del mundo la gran frutilla del postre”.

Franco Balboa,

la rema tan bien que es campeón mundial sub 23.

Los caminos recorridos

Arte y voluntad para construir

A los 18 años, Ricardo Balboa competía y ganaba. A los 20, comenzó a reparar sus propios kayak y más tarde a fabricar los modelos que comercializa en su taller de la meseta.

Cuenta que arrancó a vivir de la fibra de vidrio en 1991. Aprendió de su padre que era constructor de obra. “Construir es lo mismo, sólo cambian los compuestos. Mientras haya línea, escuadra, niveles y voluntad, se pueden desarrollar muchas cosas”, dice.

De niño, la cercanía al río lo invitó a nadar y a remar. El dinero no alcanzaba para comprar un kayak y en una lata de paté preparaba resina, para reparar el que tenía. Hoy prepara un tambor de 200 kilos y hace hasta 5 kayak por semana.

Franco, su hijo más chico rema desde que aprendió a caminar, y él le hacía los instrumentos a escala. “Hacía cosas para él. Un remo chiquito, asiento, kayak. Eso me abrió un negocio, porque había muchos chicos que empezaron a encargar”, dice.

Ricardo dice que tiene los dedos gordos para manipular el teléfono, pero es fino para trabajar. Inventó un K1 que es un éxito pero asegura que “el éxito no es que sea el más rápido, si no que lo pueda usar mucha gente”.

También Franco y Dardo fabrican como Balboa hermanos. Primero los hicieron juntos, pero como tienen carácter fuerte y “se sacaban chispas”, se separaron. “Mi papá tenía Balboa, después puso Ribal. Él nos dio las herramientas para que abramos nuestro camino”, dice Dardo.

En números

Conocí muchos lugares del mundo gracias al deporte. Me abrió la cabeza, me hizo entender muchas cosas de la vida. Hoy soy la persona más feliz del mundo porque tengo a Lorenzo y el campeonato”.

Franco Balboa

Datos

“Cuando eran chicos veníamos al río y no podía relajarme. Nadaban, remaban, vivían en el agua”.
“Miro para atrás y veo mi respaldo, a mis hijos bien y reflejado en ellos lo que yo quise hacer.”
“El río siempre fue como nuestro patio. Crecimos en las carreras, los fines de semana viajando”.
“Cuando empecé a remar era un juego, no era competitivo. Ahora entreno para correr la regata” .
“Desde chica los seguía en viajes, regatas, y hoy verlo con el bebé en el kayak me pone feliz”.
“Hoy no remo, pero siempre estuve involucrada. Los acompaño porque el ambiente me gusta”.
“El canotaje es todo. Mi hijo es mi premio mayor y ser campeón del mundo la gran frutilla del postre”.
$ 12.000
puede costar uno de los modelos más baratos de kayaks.
Franco Balboa se consagró campeón mundial Sub 23 de canotaje en la especialidad maratón en Pietermaritzburg, Sudáfrica a principios de este mes. Mientras estaba allí, nació su hijo Lorenzo.
“La gente que está a mi lado siempre me dijo que yo tenía todo para hacer cualquier cosa”, cuenta y recuerda los caminos recorridos.
En 2012 entrenó en España y salió segundo; en 2013 quedó clasificado, pero no llegaron los aportes y no pudo viajar. Ahí se desinfló y dejó pasar los años peleado con el remo. En 2016 volvió a competir en Alemania y salió tercero. “Este año se dio y es una felicidad enorme”, comentó.

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