Sospecha post mórtem

El 5 de abril de 2002, Enzo Pérez, que trabajaba para una empresa de reparación de calderas, atacó a dos mujeres, madre e hija, en el barrio Belgrano de Cipolletti. Él ya conocía ese domicilio porque antes había realizado algunas tareas de plomería. Entonces le abrieron la puerta de la casa porque tenía que hacer nuevos arreglos. Pérez maniató a la madre. La hija, que era adolescente, consiguió refugiarse en una de las habitaciones. Los vecinos escucharon gritos y llamaron a la Policía. Cuando los efectivos golpearon la puerta, Pérez atendió e intentó eludir las preguntas al tiempo que simulaba una situación de total normalidad. Pero los suboficiales sospecharon y dieron la vuelta por un acceso del garaje, donde vieron a la menor, que les pidió ayuda a través de una ventana. Adentro encontraron “una escena de violencia, maltrato y muchísimos golpes”, recordó un investigador de aquel hecho consultado por “Río Negro”. La mujer estuvo un tiempo internada a raíz del salvaje ataque. Estaba “casi muerta” por asfixia y con el rostro desfigurado. Esa noche Pérez fue detenido y trasladado a la exalcaidía de Roca. Tenía 29 años, sin antecedentes, y quienes lo conocían los describieron como “un tipo solidario y querido”. El acusado ingresó al pabellón 4 del penal, donde había cerca de 50 reclusos. La información por el presunto intento de homicidio y violación ya circulaba en todas las radios y llegó a los internos. Pérez murió tras una cruel agonía de 81 días, luego de haber sido sometido a una violación colectiva en el pabellón y a una paliza que le hizo salir la masa encefálica por los oídos y le dejó el cuerpo completamente quemado y lacerado. Tiempo después un informe de la Gendarmería vinculó a Pérez con el homicidio de la kinesióloga Diana del Frari, pero el sospechoso ya estaba muerto.