Estreno: Guillermo del Toro nos revela “La forma del agua”

Con “La forma del agua”, que logró trece candidaturas al Oscar, el mexicano Guillermo del Toro da un paso audaz en el cine de género fantástico que construye hace varias décadas, recurriendo tanto a armas del más puro cine hollywoodense clásico, al que homenajea con fervor, sacando partido de la estética de principios de la década de 1960, como a personajes discriminados que luchan por ser como son.

Cuenta la historia, narrada en el off por un relator que luego se revelará, que en 1963, una mujer joven sin mayor atractivo convencional y muda, pero no sorda, vive en una habitación del gran ático de un cine junto a un veterano dibujante publicitario, sus carteles, sus tableros, sus gatos y su pasado.

Elisa Espósito, una mujer solitaria, que día a día quita la hoja un almanaque de taco en cuyo reverso hay un pensamiento, trabaja como ordenanza en un laboratorio científico secreto del ejército estadounidense, donde se amasa un plan acerca de algo escondido dentro de una enorme pecera blindada.

Allí, en ese subsuelo de grueso hormigón, puertas metálicas, cámaras de seguridad y alarmas, mora un ser anfibio, amazónico y bastante antropomorfo, de gran estatura, que se comunica con gemidos, vive sumergido y encadenado, y por lo que se muestra puede ser muy agresivo.

Así y todo, accidentalmente tienta a esta joven naif que sin miedo se le acerca, intenta comunicarse con él gestualmente, le ofrece un huevo duro, y le hace escuchar a Benny Goodman con un viejo tocadiscos de 33 rpm, porque, cuenta la leyenda, “la música calma a las fieras”.

Como en toda historia de bella y bestia habrá amor transgresor, con cómplices y villanos, los mismos militares impulsados por la guerra fría y los espías soviéticos que quieren eliminar a este ser que por suerte no se les parece, y sin imaginar que ya tiene aliados dispuestos a jugarse por el amor que Elisa profesa por su príncipe azul homoreptil, que puede darle sentido a su vida.

En ese universo color verde a la moda, con maquinas que se parecen a las de “El túnel del tiempo”, intrigas estilo “Los invasores”, un ser con look de “El monstruo de la Laguna Negra”, militares sin uniforme que blanden bastones eléctricos o espías que hablan ruso, se enfrentan a personajes que parecen sacados de obras de Jeunet y Caro, de allí el parentesco de esta Elisa con “Amelie”.

La chica, en las antípodas de la belleza pin up, su amigo y especie de tutor homosexual, una negra compañera de balde y mopa, y hasta un agente soviético cansado de la oscuridad de su misión, saldrán a la carga para que las metas de los que transmiten energías positivas se cumplan.

No es casual que Elisa viva en los altos de un cine, el Orpheon, donde dan esas películas épicas tan de moda en tiempos del Todd-AO y el CinemaScope donde todo es posible: de ser espectadores de clásicos musicales con Shirley Temple por TV todavía en blanco y negro, “Mr. Ed”, el caballo con voz, o Dick Van Dyke, pasaran ellos mismos a ser protagonistas de su propia historia fantástica.

Precisamente, a pesar del tono fantástico que recuerda el de algunas joyas literarias (como “Bajo el agua”, de Adolfo Bioy Casares), Del Toro construye un relato poco parecido al de sus ultimas obras mas grandilocuentes, y recurre a los efectos sólo en función de sus necesidades narrativas: es una historia simple y directa que permite distintas capas de lectura donde el menos siempre es mas.

Por un lado la de una historia de amor entre dos seres excluidos en un mundo acostumbrado a discriminar lo “diferente”, mas aun en los tiempos en los que Estados Unidos perfeccionaba su estrategia de sembrar el miedo para cosechar fieles dóciles, que es algo que emerge de una segunda capa, la que denota exhibe una política que renace con fuerza mas de medio siglo después.

El tercer punto que consolida a “La forma del agua” como una de las piezas mas valiosas de este nuevo Hollywood que no duda en abrir sus puertas a cineastas extranjeros talentosos, es cómo este mexicano cinéfilo amante del género, logra hablar de temas trascendentes con formato de entretenimiento, con dominio absoluto del ritmo y del suspenso, dentro de un romance prohibido con una recreación que sorprende.

En toda esta fantasía que Del Toro invita a recorrer sobresale sin duda su gran amor por el cine de todos los tiempos, tanto en cuestión de lenguaje como en su singularidad visual, y eso le permite, por fin, deslumbrar sin desbordar, no caer en el efecto por el efecto, y lo consigue también gracias a la sensibilidad de la actriz británica Sally Hawkins, Doug Jones como el ser anfibio, Richard Jenkins y Michael Shannon como el peor de los malos.

El agua no tiene forma, se la puede dar el entorno que la contiene, pero en este caso lo que ella contiene, es la forma, porque qué sería del agua sin los seres que de su interior o en ella le dan sentido. Es entonces cuando asoma la idea de la historia de amor, de la necesidad de un otro para realmente ser uno mismo: sin el otro no somos, y de ese tema clave es, precisamente, de dónde deviene esa forma.

Es obvio que “La forma del agua” será mucho más disfrutada por el público cinéfilo que por cualquier otro. Sin embargo, eso no le resta mérito narrativo ni calidad en su conjunto, porque en todo caso Del Toro consigue alcanzar esa meta (o maldición) casi utópica soñada por Hollywood: ser arte e industria a la vez.

Ficha técnica

Título original: The Shape of Water.

Año: 2017.

País: Estados Unidos.

Dirección: Guillermo del Toro

Guión: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor.

Música: Alexandre Desplat

Fotografía: Dan Laustsen.

Reparto: Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith, David Hewlett, Nick Searcy, Morgan Kelly, Dru Viergever, Maxine Grossman, Amanda Smith, Cyndy Day, Dave Reachill.


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