Corea: un caso de derechos de propiedad

Aún en la actualidad persiste una confusión en torno de los derechos de propiedad, confusión que se observa no sólo en el hombre común, sino en algunos economistas profesionales, y alcanza a los siguientes interrogantes: ¿qué son?; ¿para qué sirven?, y ¿qué efectos provocan en la economía los derechos mencionados?

Excede al presente artículo, no obstante, escudriñar en las causas del desconcierto, sólo se trata de señalar que durante gran parte de la historia de la economía moderna se prestó muy poca atención a la importancia de los derechos de propiedad, lo que ha generado costos de enorme cuantía para las personas en los más diversos escenarios.

La importancia de que haya derechos de propiedad bien definidos y fuertemente protegidos otorga a los individuos el derecho exclusivo a usar sus recursos como ellos deseen. Como dice O’Driscoll: “El dominio sobre lo propio hace que los usuarios de la propiedad tomen plena conciencia de todos los costos y beneficios de emplear sus recursos de una determinada manera. El proceso de ponderar estos costos y beneficios produce lo que los economistas denominan ‘resultados eficientes’, los cuales luego se manifiestan en estándares de vida más elevados para todos.” La prosperidad y los derechos de propiedad son, según el autor, conceptos absolutamente inescindibles.

Por otra parte, con base en la evidencia se señalan las consecuencias económicas del déficit de derechos de propiedad (o inadecuado sistema de asignación): pobreza y escasez para cubrir las necesidades vitales. Aunque también debe señalarse que a la luz de los ejemplos, en las ciencias de acción del hombre, no son los hechos los que proveen causalidad, sino la cadena de razonamientos que subyacen detrás de la observación empírica.

La historia de los habitantes de la península de Corea es muy rica, muy antigua y de la más cruda actualidad. Las evidencias arqueológicas y lingüísticas sugieren desde el período Neolítico un origen común, sin embargo, hoy se encuentran divididos en dos países con marcos de derechos de propiedad confrontados. Y los resultados, consecuentemente, dan cuenta de la trascendencia de los marcos regulatorios de cada uno. Tras la Segunda Guerra Mundial −y del posterior enfrentamiento político, social y militar denominado la Guerra Fría (entre el llamado bloque Occidental liderado por Estados Unidos y el bloque del Este liderado por la Unión Soviética)− en el año 1948 se produjo la división de Corea. Un hecho histórico que llevó a la fragmentación de la península en dos Estados soberanos, Corea del Norte y Corea del Sur, cuya frontera física se estableció en el paralelo 38º por un acuerdo rubricado entre los respectivos bloques.

Corea del Norte, oficialmente denominada República Popular Democrática de Corea, está sujeta a un férreo control institucional, ya que el Estado controla todo lo relativo a los ciudadanos y ni siquiera para los turistas es fácil visitar la región. El sistema comunista ha provocado hambrunas en sus habitantes e índices de pobreza que se sitúan por debajo del puesto 130 del mundo. Corea del Sur, en cambio, es una República basada en una democracia representativa, con un sistema económico basado en el capitalismo. Su resurgimiento desde la Guerra de Corea la ha encumbrado a la potencia número 13 del mundo, según el Banco Mundial. Similares resultados podrían encontrarse en la Alemania de posguerra y sus diferencias, que fueron derrumbadas junto al muro en el año 1989.

En síntesis, el verdadero desarrollo económico de los países no puede explicarse por la presencia o ausencia de recursos naturales. Los recursos no son ni necesarios ni suficientes para el desarrollo. El desarrollo ha ocurrido en circunstancias inhóspitas, y también ha habido falta de desarrollo en países ricos en recursos naturales. Tampoco es imprescindible un sistema político administrativo. Si lo que en verdad nos preguntásemos fuera ¿por qué prosperan las naciones?, deberíamos evitar recomendar políticas que socaven la propiedad privada. De lo contrario, Corea habrá sido una lección mal aprendida.

(*) Doctor en Economía


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