¿El adiós de las obligaciones?

Una de las consecuencias más dañinas del asistencialismo ha sido en enorme cantidad de casos la ausencia de contraprestación por parte de los beneficiarios de planes o subsidios.

Aquello que apareció como una ayuda transitoria luego se convirtió en una práctica eterna que como trasfondo ayudaba a sumar votos, favorecía negocios corruptos y calmaba la tensión social.

Uno de los efectos más devastadores de esta política es el que minó en la falta de actitud de buena parte de los sectores más vulnerables. Las encuestas actuales revelan que hay más de un millón de jóvenes que ni estudian, ni trabajan.

Un verdadero pecado en un país con educación pública gratuita y escuela secundaria “obligatoria”, aunque con muchísimo por mejorar en dicho aspecto.

El hecho de contar con los pescados sin dar siquiera la oportunidad para pescarlos ha generado una percepción desdibujada de la relación entre lo que se da y lo que se pide. De tal suerte padecemos del “mal del derecho crónico”, sin obligaciones a la vista.

Así como en la sociedad, la anomia exteriorizada en la falta de cumplimiento de las normas, es un flagelo que nos sacude a diario (piquetes, infracciones de tránsito, invisibilidad del otro), en el marco de los acuerdos de partes sucede algo parecido.

Esta falta de noción del bien común nos lleva a considerar nuestro derecho como absoluto, por encima del de los demás y hasta de las propias leyes. Creencia potenciada por la falta de sanción, ante la violación de las reglas, por parte de la autoridad.

Pues bien, en la puja docentes-gobierno subyace esta idea de exigir derechos, sin comprometer obligaciones.

Hay dos cuestiones sobre las que no se duda, que los docentes deben ser mejor remunerados y que se deben asegurar los 180 días de clases. A pesar de ello, ambas partes exigen las obligaciones del otro, más no avanzan en las propias.

Si bien la pauta de aumento del salario docente bonaerense según el índice de inflación es un buen punto de partida, reconocer gradualmente el retraso existente, además de una oportunidad histórica de rejerarquizar la tarea educativa y darle el lugar trascendente que merece, es una manera de estimular a los jóvenes a abrazar una carrera pedagógica.

Para que haya una contraprestación genuina, tal mejora debe ir acompañada de obligaciones por parte de los docentes, que aseguren la cantidad de días de clase para los alumnos, mayor capacitación y un control de ausentismo que evite situaciones abusivas.

De tal modo, los esfuerzos recíprocos se traducirán en un beneficio real para los verdaderos destinatarios de la educación: los niños y adolescentes.

Según los primeros datos del operativo nacional de evaluación educativa Aprender, los egresados del secundario tienen una enorme dificultad en la comprensión e interpretación de textos, sólo el 50% de los niños que ingresan al primario egresan del secundario y el ausentismo docente es el más elevado de la región.

Esta penosa realidad exige de un renunciamiento real, donde lo principal sea el mejoramiento de la educación. Un marco donde se negocie la obligación de uno, a cambio de la obligación del otro.

Hartos ya de tantas especulaciones basadas en réditos políticos, personales y mezquinos es hora de pensar la cuestión educativa como la única posibilidad de progreso cierto de nuestro país.

Ello exige que las obligaciones de unos y otros, tan caras a las sociedades organizadas, aparezcan nuevamente en el mapa de nuestro país.

*Abogado y profesor nacional de Educación Física.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios