Honrar a los mayores supone un triple deber

Actualmente asistimos a un cambio en la población mundial sin precedentes en la historia de la humanidad, que se refleja en nuevos patrones de fertilidad, mortalidad, migración, urbanización y envejecimiento. Los informes internacionales continúan evidenciando las tendencias demográficas que concuerdan en destacar algunos procesos que se dan de manera simultánea: el descenso de la tasa global de fecundidad; y el incremento de la esperanza de vida de los mayores, manifiesto en la feminización y el envejecimiento del envejecimiento (”viejos-viejos”).

A escala mundial, el número de mayores de 60 años casi se ha duplicado en las dos últimas décadas, superando actualmente a la población de niños menores a 5 años.

De acuerdo al Informe Mundial sobre el Envejecimiento y la Salud (2015) se prevé que en el 2050 la proporción de adultos mayores alcanzará al 21 % del total de la población: 1 de cada 5 personas será mayor a los 60 años de los cuales, habrá 85 hombres por cada 100 mujeres. Fenómeno que se profundizará con el devenir del tiempo.

Asimismo, 392 millones de personas serán mayores de 80 años, cuya proporción ascendería al 19 %, triplicando la cifra poblacional actual. Tendencia similar a la que se observa también en Argentina.

Estos cambios en la pirámide poblacional y las problemáticas que originan, de carácter multidimensional, plantean nuevos desafíos e interpela la generación de nuevas estrategias de afrontamiento por parte del Estado, como de las familias y de la sociedad toda.

A su vez pone en evidencia, las limitaciones y los alcances de las políticas orientadas a los adultos mayores al ser un grupo etario de mayor vulnerabilidad, propenso a sufrir carencias relacionadas con el acceso a necesidades básicas materiales (alimento, vivienda o medicamentos); e inmateriales (apoyo familiar o comunitario).

La ONU define al «maltrato de los ancianos» como un único hecho (o reiterado) que ocasiona algún tipo de daño o sufrimiento a una persona mayor.

No lo enmarca únicamente en el daño físico, psico-emocional, o sexual, sino que también lo refiere a la negligencia, el abandono, a la inseguridad por la pérdida de confianza del mayor, con intencionalidad u omisión.

Frente a las formas etnocéntricas que refleja la cultura actual y que conllevan al individualismo, a la pérdida de lazos solidarios y refleja una sociedad más preparada para recibir que aportar, también en la familia surgen nuevos planteos en relación a las funciones, los roles y las redes de apoyo debido a las modificaciones en la estructura y dinámica familiar.

Así surgen nuevos ámbitos de responsabilidad compartida que exigen armonizar la reciprocidad entre la protección y la autonomía, salvaguardando los principios de la libertad individual y el respeto por la dignidad personal.

En este marco, los intercambios familiares no sólo se encuentran vigentes sino que resultan cada día más indispensables y relevantes en relación al cuidado y la reciprocidad entre los miembros dependientes de apoyo social y económico, en la asistencia en las tareas domésticas, en la solidaridad inter-generacional y en la transferencia de bienes, como protección de los miembros de la familia con mayor grado de vulnerabilidad o dependencia.

Destacar la importancia que significa vivir en la familia como comunidad de vida implica reconocer que la realización personal reclama un horizonte de significación con el que afrontar la vulnerabilidad, fragilidad e inseguridad que acompañan la existencia humana en los mayores.

Reconocer la radical dignidad implica el reconocimiento de la intimidad personal y de la posición que le corresponde en la familia, a propósito de protegerles y solidarizarse con su desvalimiento, propias del amor incondicional de la filiación que se vivencia en el seno del hogar.

El abandono de los adultos mayores significa un crimen radical contra el valor incondicional de la vida y por tanto, un crimen contra la misma humanidad, atentando a su vez, contra la esencia misma del amor incondicional de la familia.

Honrar a los ancianos supone un triple deber hacia ellos: acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades.

Al respetarlos y amarlos, se enfatiza una civilización plenamente humana, porque a pesar de la fragilidad siguen siendo parte viva de la sociedad, al fomentar la conciencia social del valor potencial del adulto mayor como creador de riqueza, de una “prosperidad humanitaria”, al apreciarlos por su contribución en los vínculos inter-generacionales. Pueden humanizar la sociedad, frente al desastre genealógico ante la falta de referentes: distinguiendo lo bueno de lo conveniente, la gratuidad frente a la competencia y el sosiego frente al apuro cotidiano.

Por tanto, una sociedad a espaldas de la tercera edad, arrastraría a las personas hacia un desmoronamiento paulatino a la deshumanización, dejando expuesta a la humanidad a la aridez de la mera existencia. Así, el Papa Francisco advirtió sobre las veces que se “descartan a los ancianos con actitudes de abandono como una verdadera eutanasia escondida”.

(*) Directora de Estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

El maltrato no alude solo al daño físico, psico-emocional o sexual, sino también a negligencia, abandono, a la inseguridad por la pérdida de confianza
del mayor, sea intencional o no.

El abandono de los adultos mayores significa un crimen radical contra el valor incondicional de la vida. Se debe acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades.

Datos

El maltrato no alude solo al daño físico, psico-emocional o sexual, sino también a negligencia, abandono, a la inseguridad por la pérdida de confianza
del mayor, sea intencional o no.
El abandono de los adultos mayores significa un crimen radical contra el valor incondicional de la vida. Se debe acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades.

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