Lecturas de verano para padres desesperados

Mirando al sur

Estimado lector/lectora: sabe usted que leer en verano tiene un encanto especial, que tirarse en una hamaca paraguaya, o en la playa, o con vista a alguna sierra, y leer provoca una sensación de paz tal que uno hasta olvida que los hijos están en casa, que están aburridos, que aún falta para que comiencen las clases, que ya no se los soporta. Y la lista sigue: que no ayudan con nada, que duermen durante todo el día y viven de noche, que traen amigos y amigas que nos suman trabajo y restan tranquilidad… ¿Qué tal entonces leer sobre eso? Leer lo que viven y piensan padres de ficción ayuda a sentirse menos solo, menos desamparado. Pero, sobre todo, muestra que a todos nos pasa lo mismo. Y que lo sufrimos igual, aunque algunos pueden transformar aquello en bellos, bellos textos.

Un libro que expresa maravillosamente lo que significa ser padre de un hijo adolescente es “Los cansados”, del italiano Michele Serra. La historia es así: el padre desea que el hijo lo acompañe a hacer una excursión que para él es importante. Pero el hijo está en otra, está cansado. Entonces el padre va contando lo que siente, lo que ve, lo que teme, y de este modo escribe casi una biblia de la adolescencia actual, con ironía y profundidad. Es un libro muy corto que se lee en un rato (por lo menos no podrá quejarse de que sus hijos le impiden leer un libro completo), y empieza así, tan genial: “Pero, ¿dónde carajo estás?

”Usted y yo lo sabemos: los hijos no nos atienden las llamadas al celular”. Es aquí que este padre comienza su monólogo, su historia, y ya desde el comienzo dice lo que todos hemos querido decir: “Cuántas veces, en lugar de mandarte al carajo, hubiera debido abrazarte. Cuántas veces te abracé y, en cambio, hubiera debido mandarte al carajo”.

Va a insistir. El padre, digo. Va a seguir intentando que el hijo se levante, aparezca, le preste atención, le nazca algún pequeño entusiasmo. Y en ese recorrido tendrá que respirar hondo muchas veces para mantener, él también, el amor por el hijo: “Pienso en lo fácil que ha sido quererte de niño. En lo difícil que es seguir haciéndolo ahora”. El hombre va a rogar, a amenazar, chantajear al hijo por esa excursión que en verdad es un rato de compañía, mientras continúa describiendo la adolescencia: “Estabas tirado en el sofá, en medio de un hacinamiento arrugado de almohadones y de migas (…) Sobre la barriga tenías apoyada la computadora encendida. Con la mano derecha tecleabas algo en el smartphone. La mano izquierda, semi-inerte, sostenía con dos dedos, por una esquina, un andrajoso libro de química (…) La televisión estaba encendida, a un volumen altísimo (…) En los oídos tenías los auriculares, conectados al iPod oculto en alguna anfractuosidad; es posible, por lo tanto que también estuvieras escuchando música. Al no ser cuadrúmano, no estabas en condiciones de utilizar los pies para otras conexiones (…)

”Debo haberme quedado allí mirándote durante más de un minuto. Buscando pies y cabeza a esa maraña hiperconectada. En determinado momento te diste cuenta de mi presencia. No giraste, mantuviste ojos y oídos en tus pantallas y continuaste escribiendo. Pero sentiste la necesidad de decirme algo, o mejor de mascullármelo, porque no podías o no querías levantar más de lo estrictamente imprescindible la mandíbula derrengada en el pecho. Y por ese algo te estoy muy agradecido: en primer lugar, porque me dirigiste la palabra, y en segundo lugar porque disipaste, al menos por unos días, mis presagios acerca de la imparable degradación de la humanidad.

”Me dijiste: ‘Es la evolución de la especie’”.

Vaya a leer, amigo lector, antes de que esa evolución logre acabar con todo (aunque estén cansados hasta para la revolución).

Pasemos al segundo libro para este verano. Cuando me enteré de que la argentina Ana María Shua acababa de sacar un libro titulado “Hija”, y que además en la tapa aparecía la imagen de una joven de espaldas, marchándose, supe que tenía que leerlo. Y fue una gran decisión. La novela se centra en la vida de Esmé y Guido, una pareja joven que atraviesa la dictadura, y en la hija de ambos, que tan poco se parece a los hijos que soñamos.

Esto siente y piensa la protagonista cuando la hija crece, y sé que es lo que sentimos todos: “Había sido toda suya y ahora era de la realidad, de sus amigos, de la historia, de su época; sabía tan poco de ella, al despegarse de la infancia se había despegado de su madre, del cuerpo de su madre, aceptaba apenas los abrazos, se limpiaba los besos. Esmé había perdido la magia absoluta de provocar su sonrisa, ya no era para su hija el sol y la luna, era apenas un obstáculo que trataba de interponerse entre ella y el mundo”.

Y hay más, porque Ana María Shua escribe también el diario de esta narración, el cómo fue trabajando y armando esta historia. Esos capítulos se alternan con los de la ficción (yo preferí leer primero la novela en sí, luego regresé al diario, que es fabuloso) y permiten y dan pie a otros pensamientos, a otras ideas. Allí la autora dice: “El amor de los padres hacia los hijos es un amor que incluye una dosis de locura. Una pizca más allá se convierte en odio, incluye el odio”.

Hay más libros sobre padres e hijos, claro. En ese diario que incluye en “Hija”, Shua nombra algunos del rubro “hijos difíciles”: “La cena”, de Herman Koch, que casualmente fue mi lectura del verano anterior, y “Tenemos que hablar de Kevin”, de Lionel Shriver. Yo agrego un libro de no ficción durísimo pero que vale la pena: “Lo que no tiene nombre”, de Piedad Bonnett.

Con eso ya tiene para pasar el verano. Buenas historias de hijos de ficción, que dan tanto menos trabajo que los de verdad.

Leer lo que viven y piensan padres de ficción ayuda a sentirse menos solo, menos desamparado. Pero, sobre todo, muestra que a todos nos pasa lo mismo.

El amor de los padres hacia los

hijos es un amor que incluye una dosis de locura.

Una pizca más allá se convierte en odio, incluye el odio.

Datos

Leer lo que viven y piensan padres de ficción ayuda a sentirse menos solo, menos desamparado. Pero, sobre todo, muestra que a todos nos pasa lo mismo.
El amor de los padres hacia los
hijos es un amor que incluye una dosis de locura.
Una pizca más allá se convierte en odio, incluye el odio.

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