Los desafíos de Donald Trump y el cogobierno

A poco de iniciar su gestión el flamante presidente de los Estados Unidos, en todo el mundo se plantea la duda sobre si Donald Trump podrá gobernar con la mitad de la población en contra. Ya, ante sus primeras medidas, no sólo hubo expresiones callejeras de rechazo, sino también advertencias desde ámbitos institucionales, como los gobiernos de algunos estados de la Unión, jueces y legisladores, en una nación donde los mecanismos de “contrapeso” entre poderes son mucho más efectivos que lo que solemos ver en otros países.

Pero existe, también, una realidad que no sólo se aplica a los Estados Unidos, sino a la casi totalidad de los sistemas representativos. En general, los gobiernos en minoría deben “cambiar figuritas” y regatear con la oposición sus proyectos de leyes e iniciativas. Y, en el contexto, también generalizado, de la pérdida de adhesión a los partidos y de fragmentación del electorado, esto suele generar serios inconvenientes para la gobernanza.

Está agotado un modo de entender la política

Si miramos lo que ocurre hoy en la mayor parte del mundo, surge la evidencia de que estamos ante un agotamiento de los sistemas políticos que tradicionalmente asociamos con la democracia. Tanto el parlamentarismo como el presidencialismo, establecidos hace largo tiempo, se muestran cada vez más incapaces de resolver de manera adecuada las dificultades de las sociedades del siglo XXI, mucho más complejas y sujetas a cambios permanentes.

Los partidos políticos, protagonistas centrales en ambos sistemas, han perdido su capacidad de intermediar como representantes entre la ciudadanía y los poderes. Es necesario un replanteo para garantizar legitimidad y representatividad a los gobiernos, particularmente en América, donde los excesos del presidencialismo y la poca capacidad de la dirigencia para generar acuerdos básicos nos han llevado a construir sistemas permeables a la corrupción y el autoritarismo.

Vivimos en una concepción según la cual, en política, uno “gana” y otro “pierde”. El que gana, gobierna; el otro debe ser oposición. De este modo, la actividad partidaria y la acción de gobierno son concebidas como una división entre “nosotros” y “ellos”, que termina imponiendo una lógica del enfrentamiento entre unos y otros, dilapidando las energías que deberían destinarse a resolver, juntos, los problemas cada día más complejos que afrontan nuestras sociedades y nuestros pueblos.

La necesidad del cogobierno

No es un fenómeno nuevo. Hace ya más de cuarenta años, en la Argentina se planteó una propuesta para superar la lógica de las antinomias. Es lo que se expresó en dos frases similares, una de Perón: “El que gana gobierna y el que pierde acompaña”, y otra de Balbín: “El que gana gobierna y el que pierde ayuda”. Sin desmerecer el valor patriótico y cívico que ambas expresiones tuvieron en ese momento, hay que reconocer que también esas fórmulas han quedado superadas, visto el deterioro sufrido desde entonces en la representatividad de los partidos y los liderazgos políticos.

Hoy, la salida de esa encrucijada pasa por encaminarnos hacia el cogobierno, que puede resumirse en la expresión: “el que gana gobierna y el que pierde también gobierna”.

Ya al asumir como gobernador de la provincia de Buenos Aires, el 11 de diciembre de 1991, dije que no iba a ejercer mis funciones para una fracción, para un partido político o un frente electoral. Como la recuperación de la provincia no podía ser tarea para un solo sector, declaré que para mí quedaba suprimida la vieja y equivocada antinomia de oficialismo-oposición. Todo lo ocurrido desde entonces, ha ratificado esa convicción.

Si observamos los países con una mayor consolidación institucional democrática, vemos reiterados ejemplos de cogobierno como base de esa mayor solidez y representatividad. Es el caso de Alemania, que desde la sanción en 1949 de la Ley Fundamental de la entonces República Federal Alemana, ha tenido 23 gobiernos de coalición de distintos signos partidarios. El compromiso de llevar adelante una serie de políticas consensuadas, sobre la base de alcanzar objetivos, permitió a lo largo de esas décadas darles una mayor legitimidad y fortalecer tanto a las instituciones de gobierno como a los propios partidos políticos.

La construcción de consensos

Así, un programa de gobierno consensuado entre las expresiones políticas de una Nación será aplicado por quien haya ganado la elección, acompañado por quienes la hayan perdido. De este modo, el programa será el que haya votado el pueblo en su conjunto. No tendremos más promesas de campaña que raras veces se cumplen, con las consecuencias que esto trae en detrimento de la representación democrática.

La complejidad de los problemas en el mundo actual requiere de la construcción de consensos de tal alcance que exigen superar la división entre “nosotros” y “ellos”, para pensar en términos de “todos nosotros”. Sólo así será posible acordar y asegurar las políticas de Estado, tantas veces mencionadas, rara vez intentadas y, aún menos, implementadas.

Recordemos que los gobernantes no son ungidos por la providencia y, por lo tanto, no son dueños de la verdad. No debemos esperar que las soluciones provengan de un grupo de dirigentes “iluminados”, sino del esfuerzo consensuado y compartido de todos, mediante el cogobierno.

(*) Expresidente de la Nación

Hoy, la salida de la encrucijada pasa por encaminarnos hacia el cogobierno, que puede resumirse en la expresión: “el que gana gobierna y el que pierde también gobierna”.

Así, un programa de gobierno consensuado entre las expresiones políticas será aplicado por quien haya ganado la elección acompañado por quienes la hayan perdido.

Datos

Hoy, la salida de la encrucijada pasa por encaminarnos hacia el cogobierno, que puede resumirse en la expresión: “el que gana gobierna y el que pierde también gobierna”.
Así, un programa de gobierno consensuado entre las expresiones políticas será aplicado por quien haya ganado la elección acompañado por quienes la hayan perdido.

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