Ritos para acabar con la adolescencia

mirando al sur

A veces se hace difícil no caer en la trampa de creer que antes todo era más sencillo. Pero no se puede negar que algunas cosas, si bien no eran más sencillas eran más… ordenadas. O más claras. La adolescencia, por ejemplo, no existía. Y con qué tranquilidad deberían vivir aquellos cuyos hijos pasaban de ser niños alegres a jóvenes responsables sin quedar anclados tantos años en esta fase modernosa de dudas existenciales, sentimientos exagerados, rabia infinita y descontrol.

El asunto es que para saber cuándo los niños dejaban de ser niños y podían ser tratados como adultos jóvenes existía una marca, una prueba, una ceremonia, un rito de iniciación.

Los ritos de iniciación siguen practicándose en diversos rincones del mundo y van desde hechos festivos que ya han perdido su razón de ser (o sea, de rito) como las fiestas de 15 de las mujeres, a experiencias crueles y otras decididamente violentas y con peligro de muerte, como las circuncisiones sin reglas mínimas de higiene y las ablaciones de los genitales femeninos. Pero esta columna hoy no se centra en esas aberraciones sino en la siguiente pregunta: ¿necesitamos de los ritos de iniciación?

Nuestros padres (los de quienes pasamos los 40) fueron, tal vez, los últimos en vivir un rito: los varones un día se ponían el pantalón largo y aquello cambiaba radicalmente el trato que recibía de los demás. Las mujeres tenían su fiesta de 15, el permiso de usar algo de maquillaje y, en definitiva, el permiso de ser mujer. Hombres de pantalones largos y mujeres mayores de 15 ya no jugaban como niños sino que se preparaban para la vida adulta: estudiaban, daban sus primeros pasos en el mundo laboral, pensaban en formar una familia. Pero luego llegaron los ‘60, las pastillas anticonceptivas, las revoluciones, el psicoanálisis y comenzamos a vestir a nuestros niños con pantalones largos desde la cuna y nuestras niñas festejan sus 15 y al día siguiente siguen siendo quienes eran. Nada cambia hacia afuera, no quedan señales, el resto de la sociedad no sabrá que ha llegado la hora de la madurez y no los tratará como tales. Entonces la adolescencia se alarga, se extiende, se mantiene y no parece tener fin.

Por eso volvemos a preguntarnos: ¿cuándo, nuestros jóvenes, sienten que dejan atrás la adolescencia y asumen responsabilidades? ¿Qué tiene que suceder para que aquello se haga efectivo? ¿Siguen habiendo ritos, aunque pasen desapercibidos?

Especialistas en adolescencia dicen que sí, que se mantienen ciertos ritos pero que estos se practican sólo para ser parte de una comunidad de iguales y, por lo tanto, únicamente estos pares sabrán de la experiencia y sumarán al grupo de pertenencia, o no, al iniciado. Algunos ejemplos: hacerse un tatuaje identificativo; compartir una droga o bebida; tener relaciones sexuales. Las pruebas pueden ser variadas y son los mismos jóvenes quienes las imponen, no la sociedad. Y por lo tanto en el hogar, en la escuela, en la familia, ese joven que se tatuó, que se drogó o que tuvo sexo podrá continuar libre de responsabilidades como lo era antes de realizada la prueba.

No son estos ritos los que estamos buscando. La pregunta sigue dando vueltas: ¿cuándo se termina la adolescencia?

Nuestra sociedad no nos permite hacer lo que hacen los jóvenes algonquinos, pueblo nativo de Estados Unidos y Canadá, que se convierten en adultos gracias a un viaje con drogas que los obliga a olvidar sus recuerdos infantiles. Ni está bien visto que las jóvenes se afilen los dientes para parecer más hermosas como hacen las chicas de las islas Mentawai. Tampoco hay aquí hormigas paraponeras u hormigas balas como las hay en el Amazonas, en donde los chicos de la tribu Sateré-Mawé se aguantan ser picados para convertirse en guerreros útiles a la tribu (el dolor de una picadura, dicen, se parece al de recibir una bala, de allí el nombre). No, no podemos (¿quisiéramos?) hacer nada de eso para demostrar al pueblo que nuestros hijos ya son hombres y mujeres de bien, y por eso nos sigue faltando algo. Una señal visible y reconocible, algo así como un cartel colgado al cuello del joven que diga: “He sobrevivido a mi infancia y mi adolescencia (y mis padres también) y ahora soy responsable de lo que haga de mi vida” y nosotros, ahhhh…, nosotros, padres, por fin poder descansar, disfrutar de los frutos, decir: lo logré, llegué hasta aquí, ya nada de lo que le pase será mi culpa, le ofrecí las herramientas para que haga su vida, ahora que la viva.

Qué bueno sería eso, qué sano. Pero habrá que seguir luchándola, porque los adolescentes consultados para esta columna han manifestado que consideran que ya son adultos cuando: 1) tuvieron su primera relación sexual (pero eso no vale, porque para el afuera siguieron comportándose como adolescentes). 2) Concluyeron el colegio secundario (aunque siguen viviendo con los padres y pidiendo dinero, mmm…). 3) Se hacen responsables de sus actos. Y, respuestas de la mayoría: 4) Se independizan económicamente de los padres (¿¡pero esto sucede cada vez más tarde!?). 5) Se van a vivir solos (ídem).

Sin ritos de iniciación avalados por toda la sociedad, sin pruebas que hagan sentir a cada joven que se ha convertido en hombre o mujer, nuestros adolescentes considerarán transformarse en adultos responsables pasados -a veces largamente- los veinte años.

No sé usted, estimado lector, pero yo comienzo a ver con buenos ojos el hecho de armar un pequeño hormiguero en el balcón y permitir que los padres dejen a sus hijos en la maceta por un par de horas. Y luego, brindis y aplausos y que cada joven inicie su propia vida. Porque nos faltarán ritos de iniciación pero, por favor, que no nos falte el humor.

¿Cuándo, nuestros jóvenes, sienten que dejan atrás la adolescencia y asumen responsabilidades? ¿Siguen habiendo ritos, aunque pasen desapercibidos?

Sin ritos de iniciación avalados por toda la sociedad, nuestros adolescentes considerarán transformarse en adultos responsables pasados los veinte años.

Datos

¿Cuándo, nuestros jóvenes, sienten que dejan atrás la adolescencia y asumen responsabilidades? ¿Siguen habiendo ritos, aunque pasen desapercibidos?
Sin ritos de iniciación avalados por toda la sociedad, nuestros adolescentes considerarán transformarse en adultos responsables pasados los veinte años.

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