Recursos humanos

por CLAUDIO ANDRADE (

candrade@rionegro.com.ar)

El apellido de un escritor es la verdadera génesis de este artículo. Link, Daniel Link. Su libro «Cómo se lee» (Norma) es, al mismo tiempo que un espacio de reflexión, una puerta hacia otros caminos inesperados.

Su apellido me llevó a la más obvia de las conjeturas: Link se escribe como la palabra del idioma inglés «link», es decir conexión, vínculo. Y Link nos lleva a Borges a través de la cita que el escritor y catedrático de la UBA hace del sagrado Jorge Luis al principio de su libro: «En nota sobre (hacia) Bernard Shaw (1951), Borges escribió que 'una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída: si me fuera otorgado leer cualquier página actual -ésta, por ejemplo- como la leerán en el año dos mil, yo sabría como será la literatura del año dos mil».

Por último (aunque no finalmente) de Borges a su obra «El Aleph», el punto donde concluyen todos los puntos, probablemente no haya una distancia sideral.

¿A qué viene todo esto? ¿Para dónde va? Justamente eso me preguntaba yo. Me refiero al cuento de Borges, al libro de Link, al «link» inglés ahora vuelto casi parte del castellano.

Puesto que este artículo no será una reseña del apasionante trabajo de Daniel Link, ni tampoco una crítica filosófica acerca del acto de la lectura a lo largo del tiempo, probablemente los motivos que lo originan sean muy otros aunque paralelos. Hablo del sentido práctico de las lecturas.

A medida que pasan los años siento que se impone una pregunta de manera urgente que en décadas posteriores podría haberse percibido como una falta de respeto absoluta: ¿por qué se lee?

Tal vez en cierto ambientes académicos exista una especie de valor sacrosanto que impida siquiera la formulación de tal interrogante, pero en general, la laxitud con que la sociedad enfrenta el reto intelectual (incluso su desprecio), la abundante mediocridad que llena la vida cotidiana de gran parte del planeta, el estado de abandono de la educación pública en Latinoamérica, hacen pensar que una pregunta semejante tiene más de un motivo para ser esgrimida.

¿Por qué se lee o por qué abría de leerse en un mundo en el que ya no parece necesario hacerlo ni por prestigio o estatus ni por sobrevivencia?

Leer, instruirse, abundar en el conocimiento de un mayor número de palabras y pensamientos, de herramientas compositivas y de razones, aun acrecientan las oportunidades en el campo laboral. Aquí habría un motivo suficiente. Por supuesto, las acrecienta no en forma directa, sino de un modo sutil, verdaderamente fino que conlleva una cierta inteligencia para verlo.

En cuanto al prestigio que significa poseer un grado de cultura en una realidad más inclinada al chiste banana y el entretenimiento fácil (de tan fácil tonto), estimo que es más una cuestión de decisión, de propio interés en hacer valer las cosas que amamos que un olvido necesario de pautas de conducta y formación teóricamente accesorias que no embellecen ni matizan la estampa de cualquiera. Por el contrario, la cultura vuelve más exquisitas a las personas, y no pocas veces las conduce a la elegancia.

Ser un hombre o una mujer cultos no es un motivo de vergüenza, no es el reflejo de un alma fría o de una vida aburrida signada por el silencio y el polvo. Lo contrario tampoco debería impulsarnos al orgullo. La brutalidad no es una medalla que uno pueda llevar en el pecho.

Pero volviendo a lo primero. Las personas soportamos una pesada carga sobre nuestra humanidad: el cerebro. La implicancias de esta herencia física son la sensibilidad extrema, la inteligencia, la autoconciencia. Su funcionamiento al parecer inescrutable puede sacar del fango o asistir pétreo al entierro de su portador. No olvidemos alimentarlo.

Sin embargo, si se trata de cuestiones prácticas, no imagino a un hombre dotado de sapiencia y creatividad muriéndose del hambre, ni siquiera hundiéndose en la frustración.

Link me invitó establecer una relación con todos los libros, autores y obras que he leído en mi vida. Algo que también me había ocurrió con los «Diálogos» entre Borges y Osvaldo Ferrari, y con un libro de Rodrigo Fresán, «Historia Argentina», entre muchos otros.

Un libro es capaz de llevar al siguiente, como un lenguaje nativo a un lenguaje ajeno. ¿Nos hace esto mejores personas?

No estoy convencido. Pero si es seguro que una cultura amplia está íntimamente ligada a la posibilidad de vivir mejor y más dignamente. Más aun si la persona tiene la voluntad para llevar a cabo sus sueños.


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