A la hora de la lectura, también hoy el cerebro prefiere el papel

La era digital generó nuevas maneras de leer y escribir a las cuales la mente todavía ofrece resistencia y le cuesta adaptarse. Si bien aún no está muy claro el cómo, se sabe que se percibe el texto como una totalidad, como un paisaje topográfico.

La lectura y la escritura atraviesan su primera crisis, en esta era digital, desde el primer escrito sumerio en el año 4.000 a.C.

El hombre siempre a leído gracias a la luz que reflejaban los signos sobre las diferentes soportes en que evolucionó la escritura: piedra, arcilla, madera, cuero y papel. Hace pocas décadas que la fisiología de la percepción visual ha tenido que adaptarse a que las superficies de lectura no reflejen la luz sino que la emitan, como las pantallas de las computadoras, tablets y celulares.

Desde la escritura, en el siglo XX con el uso de la máquina de escribir se adopta un sistema indirecto al tener que manipular teclas para escribir textos. En este punto el leer y escribir se desdoblan en senderos diferentes. Seguimos leyendo caracteres pero no escribimos caracteres, apretamos teclas.

Desde los años ochenta diversos estudios han corroborado que estos cambios tecnológicos, que modifican nuestra relación con la lectoescritura, también alteran en mayor o menor grado la comprensión lectora, la memoria y la fatiga. La mayoría de los experimentos concluían que, sobre una pantalla, las crónicas y los artículos se leían más despacio y se recordaban peor. Nuestro cerebro todavía prefiere leer sobre papel.

En su libro “Cómo aprender a leer”, Maryanne Wolf, psicóloga cognitiva de la Universidad de Tufts explica que no nacemos con circuitos cerebrales especializados en la lectura, pues la escritura no se inventó hasta el cuarto milenio a.C. Durante la infancia, el cerebro entreteje fibras nerviosas dedicadas en principio a otras facultades, como el habla, la coordinación motora o la visión.

Algunas de esas regiones cerebrales se especializan en identificar objetos como una manzana de una naranja a partir de sus rasgos, al tiempo que las categorizan como frutas.

De manera similar, cuando aprendemos a leer y escribir, empezamos por identificar las letras según su disposición particular de líneas rectas, curvas y espacios vacíos: un proceso de aprendizaje táctil que exige la intervención de los ojos, pero también de las manos.

Paisaje textual

Aunque no está todavía muy claro el cómo, se sabe que el cerebro percibe el texto como una totalidad, como un paisaje topográfico. Un párrafo siempre se recuerda según su ubicación espacial, antes o después de una ilustración o debajo de un título específico. La página izquierda y derecha de un libro abierto suponen dos dominios bien diferentes con ocho vértices de referencia e incluso un grosor perceptible que nos indica lo leído y lo por leer. Todas estas percepciones se hacen evidentes en un libro de papel pero se desdibujan notablemente en los soportes digitales.

En el 2003 en la Universidad de Leicester, pidió a cincuenta universitarios que leyeran textos en un monitor y en un cuaderno. Los psicólogos distinguen entre recordar algo y saber algo, que se asocia a la certidumbre de que algo es verdadero. En el test de Leicester, quienes leyeron el material en pantalla se apoyaron mucho más en el recuerdo. Los científicos creen que los sujetos que estudiaron en papel aprendieron más a fondo y con mayor rapidez los contenidos.

En el Centro Joan Ganz Cooney de Nueva York, en el que participaron 32 parejas de padres y niños, se observó que los pequeños recordaban más detalles de los cuentos leídos en papel que de los libros electrónicos con animaciones interactivas, vídeos y juegos.

En el Instituto Technion en Israel, varios estudiantes leyeron un texto , en unos casos en papel, y en otros, en una pantalla. La mitad de los participantes dispuso de siete minutos , mientras que a la otra mitad se le permitió revisar el escrito tantas veces como quisieran. Aquellos que se vieron obligados a leerlo de prisa lo hicieron igualmente bien. Sin embargo, entre quienes podían revisarlo, quienes usaron papel puntuaron en torno a un 10% más. Presumiblemente, porque emplearon su atención y su memoria operativa con mayor eficacia.

La última palabra la tienen los Millénials

Todos estos resultados demuestran que, si bien los saltos tecnológicos pueden ser explosivos, la adaptación a estos por nosotros, usuarios, será más lenta cuanto más remotos sean los usos y costumbres modificados.

La gran capacidad de adaptación ha sido lo que hizo poderosa a la raza humana pero los tiempos de la biofisiológica genética nada tiene que ver con los tiempos cronológicos. No obstante, conforme avanzaba el diseño de pantallas opacas han comenzado a aparecer resultados menos diferenciados

«La lectura comporta un aspecto físico», opina Wolf, ”Tal vez más de lo que estamos dispuestos a considerar”.

De hecho un libro en papel supone comprometer los sentidos de la vista, el olfato, el tacto y el oído. Un libro tiene diferentes tamaños, colores, diseño y encuadernación. Hay una relación cultural, emotiva y hasta sensual de preferencia con cada libro que es individual y tiene su lugar en la biblioteca.

De todas maneras la última palabra será de los Millénnials, los nativos digitales, esa generación de bebes que hoy crece deslizando los dedos sobre las pantallas táctiles y se ponen a llorar cuando un libro de papel no reacciona a sus toques. (Fuente: Scientifican American)

“Cuando los niños de cinco años escribían

a mano, los circuitos neuronales asociados a la lectura bullían

de actividad; sin embargo, eso no sucedía cuando pulsaban las letras

en un teclado”.

Karim James,

Universidad de Indiana.

Datos

“Cuando los niños de cinco años escribían
a mano, los circuitos neuronales asociados a la lectura bullían
de actividad; sin embargo, eso no sucedía cuando pulsaban las letras
en un teclado”.

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