Así construyen violines los luthiers de la cordillera

Un grupo de padres, alumnos y un director de Orquesta encontraron una nueva forma de vincularse con la música: creando los instrumentos.

Acababa de comprar un violín chino cuando su hija Tamara le propuso que construyeran su propio instrumento. Sin expectativa, ni muchas ganas, Elizabeth Vidal fue a la primera clase del taller de luthería. “Vine pensando en que no iba a volver, pero ya al mediodía dije ´tenemos que hacer el violín´”, cuenta.

Junto a Elizabeth, otros 19 padres hicieron con sus hijos los violines que hoy suenan en las formaciones orquestales que funcionan en el Centro de Capacitación de Mujeres de Villa La Angostura, bajo la dirección del Maestro Matías Vivot.

Hoy están construyendo un contrabajo y un violoncello. Y lograron recrear la fórmula de un barniz italiano especial del 1700 para pintar los instrumentos.

“Cuando vimos todo el material en bruto pensaba ´qué va a salir de acá´. Y cuando ensamblamos, no sabés la emoción. Verle la carita a mi hija cuando terminamos el violin… Y cuando lo escuché, eso no tiene precio. Porque aunque pudieras comprar el violín más caro del mundo, no se compara. Este violín lo sentís, porque vos lo hiciste, es como un hijo”, sintetiza Elizabeth y la mirada devuelve la misma emoción del día que escuchó a su hija tocar ese instrumento por primera vez.

Una oportunidad

“Hace dos años y medio empezamos a juntarnos con amigos, músicos independientes para tocar. Después no había músicos para tocar, y decidimos fabricar músicos. Pero una vez que teníamos los músicos, no teníamos instrumentos. Entonces dijimos, fabriquemos los instrumentos”, cuenta Matías, que con 35 años dirige a casi 80 personas, entre adultos y niños, que integran la Camerata de Villa La Angostura y otras formaciones orquestales.

No cuentan con ningún sponsor oficial y las clases son gratuitas. Los padres que quieren y pueden realizan aportes voluntarios anónimos.

Con ese dinero, solventan parte de los gastos de comida de cuatro docentes alemanas profesionales que gracias a un programa especial de una Fundación alemana y las embajadas, se radican por un año en la localidad, dan clases y tocan en la Camerata.

Camerata. Sus integrantes utilizan los violines que elaboraron.

El primer instrumento que construyeron fue una especie de clarinete. “Teníamos un chico que quería estudiar clarinete, y no tenía. Conseguí los planos de un instrumento medieval anterior de un clarinete y se lo mandamos a un tornero de Villa Correntoso que nunca había hecho nada en madera, hacía piezas para autos. Y nos lo hizo”. Compraron el resto de los aditamentos y hoy el pequeño instrumento ofrece testimonio de aquel día épico, el principio de algo .

La idea era armar una orquesta, y ¿qué es lo más importante en una orquesta? Los violines. ”Contacté a unos luthiers de Buenos Aires que tienen un proyecto social. Lo más caro que tiene un violín es la mano de obra, el tiempo de trabajo. Y qué pasa si el violín lo hace un nene con su papá?”, relata Matías.

“A ese padre lo vincula diferente cuando va al concierto de su hijo. Y por ejemplo había un padre y el hijo que casi no se hablaban desde hacía cinco años, comenzaron a construir el violín y volvieron a revincularse”, agrega el director.

Comparación

China es el gran productor de violines “baratos”, con precios que van desde $2.000 hasta $20.000 pesos.

“El objetivo era que el peor nuestro suene mejor que el mejor chino posible, con un costo promedio de un violín chino. Y lo logramos”, detalla Vivot.

El año pasado les costó a los padres unos tres mil pesos fabricar su propio violín.

Vivot hace una pequeña exhibición para mostrar cómo suena el violín chino y el de “autor”: la diferencia es notoria.

El violín “hecho en casa” tiene un sonido más brillante y profundo, el importado tiene un sonido opaco.

El alma

Trabajo Terminado. El orgullo de todos

Cada violín es único, pero no en un sentido romántico, sino literal. Cada dupla -padre/hijo- le dio su propia impronta, con algún decorado o detalle.

Utilizan lenga terciada proveniente de Tierra del Fuego y pino. Los accesorios, las cuerdas y el arco se compran.

Los luthiers trajeron las herramientas, moldes y las maderas para empezar a trabajar. La gubia se convierte en la extensión de la mano y el trabajo es tan sutil que ninguna máquina tradicional podría replicarlo.

El arte descansa en los espesores y el arqueo de la tapa y el fondo del violín.

“Uno termina queriendo tanto el instrumento porque lo odió, lo quiso, lloró, son tantas horas que la madera forma parte de tu familia “, dice Matías.

Lo más complicado es ponerle el “alma” al violín, un pequeño “palito” que contacta la tapa con el fondo del instrumento. “Medio milímetro para cualquier lado cambia todo, no sabés lo que es ponerlo”, asegura Matías, y Elizabeth confirma con un movimiento leve de cabeza.

Paso a paso, y a divertirse en el proceso.


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