Así se recupera uno de los conesinos que sobrevivió al accidente fatal frente a Yaguar, en Roca

Juan Silva, de 19 años, está internado en el hospital de Roca. Es uno de los tres de los cinco jóvenes que se recuperan tras el terrible choque que ayer vivieron y que tuvo el saldo de dos muertos. Cómo fue el accidente.

Así se recupera uno de los conesinos que sobrevivió al accidente fatal frente a Yaguar, en Roca

Juan Silva, de 19 años, está internado en el hospital de Roca. Es uno de los tres de los cinco jóvenes que se recuperan tras el terrible choque que ayer vivieron y que tuvo el saldo de dos muertos. Cómo fue el accidente.

“Quiero recuperarme ya. Quiero estar en la despedida de los restos de mis dos amigos”.

Con el pulmón derecho impactadísimo, costillas rotas, cortes en la cara y cabeza y restos de vidrios incrustados en el pecho y cara, quien hablaba así es Juan Silva (19), que junto a dos amigos más de Conesa -Lucas Calbucoy (21) y Tomás Atler (17) sobrevivió al choque que protagonizaron ayer viernes en la ruta 22, a la altura del supermercado mayorista Yaguar, en Roca. Martín Calbucoy (19) y Agustín Gremigni (19) perdieron la vida casi de inmediato ocurrido el choque entre el auto en que los cinco conesinos se movilizaban -un Peugeot 206- contra un Peugeot 207, conducido por Fernando Jaramillo Rosas, de Roca, que salió ileso.

Foto: Alejandro Carnevale

“Quiero irme a mi casa. Quiero volver a mi pueblo”, insistía desde la cama de la habitación 6 del hospital regional roquense. Ayer bien tarde, el calor y la humedad azotaban con todo la región y ese agobio trastornaba más aún a Juan, quien solo en la recuperación esperaba la llegada de sus padres de Conesa. “Me van a retar”, temía.

Todos habían llegado a Roca para vivir la Fiesta de la Manzana. Antes, en este verano la habían pasado juntos unos días en Las Grutas; ahora tenían planeado irse de nuevo a algún otro lugar, hasta donde pudieran estirar el dinero. “En dos años ya he perdido cuatro amigos. Es tremendo todo esto, me quiero ir”, insistía tocándose todo el tiempo el pecho, donde decenas de restos de vidrios salen como púas hacia afuera. El personal del hospital, impecable: a cada rato pasaban a controlarlo.

“Quiero mi celu, sabés dónde está mi celu”, preguntaba. “Quieto, tranqui”, escuchaba. “Es que en mi celu tengo todo, las fotos, los videos, los mensajes, toda mi vida. ¿Me lo podrán recuperar?”.

Foto: Alejandro Carnevale

Todos habían parado en la casa de un familiar de uno de ellos en Paso Córdoba, a pocos minutos del centro de Roca. Llegaron con tiempo y bien al lugar, terminaron de dormir y desayunaron. Tenían carne para el asado del mediodía pero faltaba algo más, un pollo, pan… Es así como decidieron todos salir al supermercado Yaguar a provisionarse. Una vez que llegaron pasó lo que pasó. “Me desmayé el impacto. Donde tenía el cinturón de seguridad el dolor era tremendo. No podía respirar. No entendía lo que pasaba”, recordaba Juan. Y sigue sin entender. “¿No tendríamos que haber venido a la Fiesta de la Manzana? Yo me voy a recuperar, pero mis amigos muertos no, sus familiares no. No doy más. Quiero salir de acá. Cómo están Lucas y Tomás”.

A las 20:30 pasadita llegan los padres de Juan desde Conesa. Viajaron en taxi, con lo puesto y en estado de shock. Sabían que los chicos habían tenido un accidente y que dos habían muertos. El padre, un albañil de 61 años con cuerpo fatigado por un oficio durísimo, tenía la cara desencajada. Sus ojos celestes estaban rojos. La madre, menuda, le pidió al guardia permiso para entrar en voz baja diciéndole “somos los papá de Juan Silva, de los chicos del accidente de hoy”. Y no pudo seguir hablando.

Caminaron el largo pasillo hasta la habitación 6.

Lo peor que habían pensado se alivianó tras el encuentro.

El padre de Tomás Atler acompañó a Juan Ángel Silva, poco después, a la caminera a recuperar las pertenencias de Juan. El puesto policial está justo enfrente del predio de la Fiesta de la Manzana, que por esas horas ya estaba tomada por una multitud popular que empezaba a vibrar una de los eventos más populares de la Argentina. Ahí, justamente ahí, es donde Juan había soñado junto a sus cuatro amigos “pasarla joya”.

Cerca de las 23 Juan ya tenía el celu en su mano. Una amiga que había venido de Neuquén se volvía a su casa; una tía que vive en Neuquén recién llegaba con sus dos hijas. Poco se hablaba, todo eran miradas de unos a otros o hacia la nada. “Por favor, relajate, dormí”, le pidieron al paciente que no dejaba de mover sus manos y pies, incesantemente. El agotamiento de todos en la habitación se acentuaba con el aumento del calor con olor a lluvia. Decenas de mensajes de amigos de Conesa habían entrado a su número. Los leía mejor con uno de sus ojos que con el otro -cruzado por gasas y restos de sangre ya seca- y lloraba y lloraba y no paraba de llorar. Porque había sobrevivido podía contar ahora la peor historia de su vida. El celu parecía cumplir la función de un respirador, le insuflaba ese aire que el pulmón afectado no le permitía hacerlo con normalidad. “Un ratito más y lo apago”, respondía como un niño de 19 años. “Por favor”.

Horacio Lara

hlara@rionegro.com.ar

@HoracioLara


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