Así vive la capital del ciclismo su prueba emblemática

Los adolescentes, los nenes de la escuela; en las calles rurales y en las de la ciudad; cada noviembre, los vecinos de Allen se ilusionan, y viven al ritmo de la “Vuelta al Valle”, la prueba ciclística que genera pasión desde hace 74 años.

El ciclismo genera pasión. Y en cada pedaleada no sólo viaja la ilusión de los corredores por alcanzar la gloria y subirse al escalón más alto del podio. Hay un mundo de sensaciones, de personas que van y vienen para estar más, que sufren, que festejan y emocionan cada vez que se baja la bandera a cuadros. Ese fuego sagrado que en cada noviembre enciende el Gran Premio Ciclístico “Vuelta al Valle”, en Allen se mantiene intacto desde hace 74 años.

En la esquina de Orell y Mariani, Carlos está petrificado con la radio en la mano. Tiene antena y es a pilas, de esas que ya casi ni se ven. Con la vista fija hacia el oeste, espera que el pelotón haga su paso por la Avenida Roca. Y mientras tanto, el relato radial de “el gordo” Chavarría lo pone imaginariamente ahí, rueda a rueda, pedal a pedal, entre el lote de punta que viene intentando la fuga. Alguna vez –dice cargado de emoción– soñó con ser ciclista pero la vida lo llevó por otros caminos. Hoy, con 73 “pirulos”, va con su nieto a ver la carrera y trata de trasmitirle esa pasión que a él le ponía la piel de gallina cuando en la década del 50, el ídolo del ciclismo Pedro Segundo Ossés, el recordado “Gamo Patagónico”, ganaba todas las etapas y llenaba orgullo a los locales porque era invencible.

Alan Uribe tiene 16 años y en la banquina de la Ruta 22 alza los brazos con una caramañola en cada mano. Como tantos otros que detienen el mundo para pensar en la Vuelta durante cinco días, asiste a los corredores en la zona de abastecimiento. “Según lo que te pidan les tenés que dar Coca Cola, agua o Gatorade. También comida, como alguna barrita de cereal”, cuenta. Aunque no parezca difícil, alcanzarle una caramañola a un corredor que rueda a 50 ó 60 kilómetros por hora tiene sus secretos. “Lo hago porque me gusta y porque en el equipo en el que estoy somos como una gran familia”, asegura.

Pablo Salazar corre la Vuelta desde hace 14 años con el equipo Transporte Norte. “El ciclismo es mi pasión y siempre tratamos de llegar lo más adelante posible”, explica Pablo Zalazar, el corredor de Allen que con 44 años sigue firme arriba de la bici. “Siempre nos acompañan los familiares y amigos, si no lo hicieran, no podríamos competir”, afirma.

Los que están debajo de la bici son tan importantes como los que se paran en los pedales y transpiran la malla cuando el rigor de una loma pone a prueba las piernas. Cocinan para los corredores, les lavan la ropa o les dan masajes para que se recuperen del trajín de cada etapa, entre otras tantas responsabilidades.

Los auxilios son los que menos descansan. Andrés D’Angelo, Ronald Pino Canale, Sergio Aguirre y Carlos José, son auxilios del equipo local Mirasal. “Hay que arreglar las bicis cuando se rompen, parchar, lavar, registrar cambios, preparar las hieleras. Somos los primeros en levantarnos y los últimos en acostarnos. Hay que estar muy concentrado. Y vas manejando tenso porque cuando te bajas de la camioneta para auxiliar a un corredor lo tenés que hacer rapidísimo”, cuenta Carlos José, que lleva cuatro Vueltas acompañando al Mirasal.

En las calles rurales, el ciclismo se vive a pleno. Cada año, mientras ralean los frutales, los peones de chacra no se pierden el paso de los competidores. Y algunos tienen una vista preferencial desde el peldaño más alto de las escaleras de cosechar. Tampoco los obreros petroleros, que desde hace algunos años ingresaron a ese paisaje en el que se mezclan los perales y manzanos con las torres de perforación. En las escuelas de Allen como la 172 o la 27, la “caravana multicolor” se trasforma en una fiesta para los chicos. Con las narices pegadas al cerco perimetral del patio de la escuelita 27, también dan aliento a los corredores. “Yo quiero que gane Ranquehue”, dice uno de los alumnos y un compañero le contesta: “Gana Molina, te apuesto lo que quieras”.

En la tercera etapa, sobre la 9 de Julio de General Godoy, tres banderilleros esperan el sprint final. Colaboran con la Comisión Central Organizadora (CCO), ese grupo humano que cada año le pone el pecho a la prueba. Y mientras aguardan que las sirenas de los móviles anuncien la llegada del pelotón, recuerdan que ellos también pedalearon la Vuelta, hace más de 40 años. “Hemos corrido varias Vueltas, fuimos auxilio y ahora banderilleros. El ciclismo de antes era muy distinto, la mayoría no teníamos bicis buenas porque no se conseguían y eran muy caras. Los de afuera traían cuadros de aluminio y nosotros pedaleábamos con los de fierro”, recuerdan Ricardo Córdoba y Ángel Cutiño. Antonio Sepúlveda también pedaleó en su juventud pero en la carreras domingueras. “La Vuelta es todo. Va llegando esta época y la vamos palpitando. Y aunque ya somos grandes, no dejamos de practicar arriba de la bicicleta”.

Hoy la Vuelta al Valle llagará a su fin y las calles de Allen volverán a ser una fiesta, con miles de personas alentando a los competidores. Esa fiesta interminable que, como pocos eventos deportivos en la región, conserva el mismo espíritu de gloria y pasión que hace 74 años.

“Es pasión, alegría y emoción. Lo empecé a vivir desde chico. Es emocionante ver al que cumple con su objetivo de dar la Vuelta al Valle”.

Eduardo Chavarría, relator radial (FM Líder) de la Vuelta desde 1978.

Los que están debajo de la bici son tan importantes como los que se paran en los pedales y transpiran cuando el rigor pone a prueba las piernas.

Cocinan para los corredores, les lavan la ropa o les dan masajes para que se recuperen del trajín de cada etapa, entre otras tantas responsabilidades.

De playero a dueño de un equipo

El hombre no le arrugó al desafío cuando seis años atrás, en un asado familiar, surgió la idea de formar un equipo que represente a Allen. Y se animó porque detrás de él, estaba su familia. Un familión que respira ciclismo desde hace años.

Juan Carlos Aros es uno de los playeros más conocidos de Allen. Trabaja en la Shell de Tomás Orell y Juan B Justo y cuando llega esta época de año, cambia la ropa de grafa por jogging y zapatillas. Se pone la camiseta que identifica a su equipo, el “JC Competición”, y disfruta de la pasión del ciclismo.

Aunque su equipo no se acerca al presupuesto de otros que compiten en la Vuelta, no lo asustan los desafíos. Y tiene entrenado el palpito de elegir buenos ciclista que -casi siempre- dan alguna sorpresa en el podio. “Gracias a Dios hace seis años que estamos trabajando todos con mi familia, hermanos, sobrinos y muchos amigos”, cuenta. En el JC todos son laburantes y tienen que hacer un esfuerzo grande para sostener el equipo. “Hacemos eventos para recaudar fondos y tenemos algunos sponsors. El sueño es ganar la Vuelta al Valle. Todavía no se nos da pero quién dice… La vamos a pelear hasta el final”.

Datos

“Es pasión, alegría y emoción. Lo empecé a vivir desde chico. Es emocionante ver al que cumple con su objetivo de dar la Vuelta al Valle”.
Los que están debajo de la bici son tan importantes como los que se paran en los pedales y transpiran cuando el rigor pone a prueba las piernas.
Cocinan para los corredores, les lavan la ropa o les dan masajes para que se recuperen del trajín de cada etapa, entre otras tantas responsabilidades.

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