Calesitas de la comarca, una herencia familiar

La de Viedma y la de Patagones llevan el mismo apellido: Giménez, del recordado y querido Ciro, quien llegó a tener tres carruseles, que hoy siguen en manos de sus descendientes.

Por los colores, por la música, por la sortija. La calesita fue y sigue siendo, una diversión para los más chicos. Pasan los años, y los avances tecnológicos, pero ellas se mantienen iguales, dando vueltas, incansables, inaugurando ese primer viaje en barco, caballito o avión que los más pequeños hacen sin sus papás.

En Viedma, los nenes ven el río Negro en cada vuelta de esa calesita ubicada sobre la avenida costanera, junto al muelle de lanchas.

En Patagones, funciona en una de las esquinas de las cuatro manzanas de la plaza Villarino, como si fuera un clásico que no debe faltar en un paseo público.

Su existencia, en ambos ciudades, lleva el apellido de la familia Giménez. Y una tercera, que estuvo en el balneario El Cóndor, también era de ellos .

Mónica y Laura, hijas del recientemente fallecido Néstor Ciro Giménez, y Juana, su esposa, están al frente de estas entrañables calesitas .

“Esto tiene mucho valor sentimental, más allá de la fuente de trabajo que heredamos, porque mi papá de niño quería o ser actor de circo o tener una calesita. Y ésta recién la pudo conseguir a los 45 años, con lo cual fue un sueño que nosotros continuamos”, se emociona Mónica.

Aquí todos saben que Don Giménez regalaba demasiado el derecho a una vuelta más sin cargo con la sortija. “Es cierto, mi papá era muy ‘regalero’” –reconoce Mónica–.

Pero Mónica sabe también los secretos del oficio al que su papá tanto tiempo le dedicó: “Lo que se hace en todas las vueltas es que sean diferentes chicos los que se lleven la sortija, sin privilegios, salvo cuando hay pocos chicos”, asegura.

Una larga historia

Aun cuando se trata de un recurso sencillo de entretenimiento, y que es parte de la identidad regional, hasta ahora esta histórica calesita no fue declarada patrimonio cultural comunitario.

Poco se duda ya acerca de su importancia como inductora de momentos recreativos, al punto tal que la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines se viene ocupando de defender esta actividad que, en la Argentina, es en la mayoría de los casos un negocio familiar.

La primera calesita argentina, fabricada en Alemania, se instaló entre 1867 y 1870 en el antiguo barrio del Parque de Buenos Aires, donde hoy se encuentra la plaza Lavalle.

Dice la historia que el origen de este entretenimiento es turco, y que fue introducido en Europa gracias a las Cruzadas. En un principio fue un divertimento de la nobleza y de los adultos, pero con los años se volvió popular.

La palabra “calesita” deriva del italiano garossela, que significa “pequeña guerra”.

Tuvo diferentes formas de movimiento que se fueron perfeccionando con los adelantos técnicos.

En el país, hubo que esperar hasta 2015, para tener una reglamentación sobre su uso.

Pero ese año, la Legislatura sancionó una ley estableció reglas de juego que, ere otras cosas establece los permisos de uso y de lugar.

Como sea, no parece ser un recurso que pase de moda. Este año, en Mar del Plata, por ejemplo, se inauguró la calesita “mas grande del mundo”. La llaman “Carrusel Titán Deluxe” y tiene 3 pisos , escaleras y ascensor opcional para personas con discapacidad. Hasta 175 pasajeros pueden girar allí.

Pero la magia no siempre necesita de tantas luces y pisos. Aquí, a ambos lados del río Negro, los Giménez cuidan con esmero ese pequeño mundo que cada fin de semana se llena de pequeños, esperanzados de llevarse la sortija, y dar una vuelta más.

Valor sentimental

Aldana Fernández se subió de pequeña, y ahora de adulta sigue reconociendo que “fue nuestra diversión”. Para ella, esta calesita “tiene un valor sentimental”. Aldana destaca que “es historia de la Comarca y nosotros cuando éramos chicos también veníamos” por lo tanto ahora “sigue siendo un símbolo para nuestros hijos”. Tanto, dice que la calesita formó parte de un trabajo que la nena llevó a su jardín. A una corta distancia donde logró acomodarse, Mónica se muestra atenta a todo: el funcionamiento del mecanismo y el reparto de sortijas.

Don Giménez, el hombre que regaló sortijas a varias generaciones

Néstor con su familia, cuando recibió el reconocimiento.
Marcelo Ochoa

El 10 de julio de 2016 falleció a las 84 años Néstor Ciro Giménez, un ser humano maravilloso que será recordado por todos los viedmenses y maragatos que disfrutaron en las últimas décadas de un paseo en la calesita de la costanera, o en Patagones, o en el balneario El Cóndor, o en el Tren de la Alegría.

Como el hombre trascendió primero con su calesita en el balneario El Cóndor desde principios de los ‘80, la Junta Vecinal de la villa marítima capitalina rindió un homenaje durante la inauguración de la temporada 2011-2012, que fue la última. Don Giménez, dijeron en aquella oportunidad, se constituyó en una de las personalidades que enriquecieron la vida veraniega del balneario durante 33 años consecutivos.

Esta activo hombre –que compartió esta actividad recreativa con el trabajo en una sodería- permanecía todo los veranos en la villa viviendo en un antiguo colectivo convertido en “motor home” mientras sus hijas atendían los pequeños espacios ubicados en Viedma y Patagones.

Como dejó un agujero inmenso en el pequeño mundo del esparcimiento fueron muchos los que dejaron frases elogiosas en las redes sociales para despedirlo, sobre todo porque hacía malabares para que los niños, aun cuando le erraban a la pera de la sortija, igual se quedaran con la llave para ganarse otro boleto.

Algunos destacaron que “te hacía feliz dándote la sortija o te hacía temblar cuando ponía las arañas (de plástico)”. Otros lo denominaron “el abuelo de la Comarca”, y no faltó aquel que
–agradecido– plantease que “varias generaciones estaban de duelo, y lloró la sortija”.

El invento argentino

La única que da vueltas bajo techo

En Bariloche, esta joya permanece aún bajo techo.
Marcelo Ochoa

En las últimas dos décadas, miles de niños giraron en imponentes corceles, autos antiguos, un barco, un avión y hasta en el lomo de un león. El carrusel de Bariloche no gira como en otras ciudades, al aire libre en un parque o al final de una galería.

De las 46 calesitas que tiene la Ciudad de Buenos Aires, 37 ocupan espacios públicos; en Bariloche, en cambio, el carrusel resiste el paso del tiempo en un local alquilado en la esquina de Moreno y Onelli.

Al poco tiempo de instalarse en Bariloche, a fines de los 80, el rosarino Guillermo Vila detectó una calesita abandonada en el barrio Villa Los Coihues. Ese día, su vida cambiaría para siempre.

No sólo consiguió restaurarla sino que además, la inauguró en el Puerto San Carlos el 12 de junio de 1992. Luego, la trasladaría al Cerro Viejo. Cuando tomó la decisión de venderla, dio rienda suelta a su sueño de fabricar “una calesita bien barilochense” para emplazarla en la calle Moreno donde funciona desde hace 23 años.

Su familia remarca que el rosarino se encargó de diseñarla y fabricarla “con la ayuda de unos amigos que trabajaban en los medios de elevación del cerro” que colaboraron en el armado de los engranajes y la maquinaria. Algunos juegos –los más antiguos de chapa– se los compró a los viejos calesiteros de Buenos Aires; los caballos, en cambio, en Rosario.

“Un día, mi papá me llevó a una calesita que había en Bariloche al aire libre y vio que los chicos se pasaban de frío. Creo que ahí se le ocurrió fabricar una calesita, con los planos que había conseguido”, relató Goya Vila, hija de Guillermo.

Bariloche no cuenta con muchas plazas y las que están, no se encuentran en las mejores condiciones. Las inclemencias climáticas tampoco ayudan demasiado. Hoy el carrusel de la calle Moreno, rodeado de cuatro paredes, es uno de los pocos espacios recreativos para los más chicos. Además, cuenta con un pelotero rodeado por un puente colgante.

Goya explicó que “su papá fue uno de los primeros analistas de Sistemas. Al llegar a Bariloche, trabajó en el Instituto Primo Capraro dando clases de computación y elaboró sistema informáticos para algunos negocios. Cuando tuvo su calesita, perdió contacto con todo ese mundo y nunca volvió a aggiornarse. No sabía ni mandar un mail y siempre nos preguntaba a mi hermana y a mi”.

Cuando Vila murió en el 2016, sus familiares pidieron ayuda a la municipalidad para que el carrusel sea trasladado a una glorieta vidriada y calefaccionada en alguna plaza de la ciudad, como soñó alguna vez su creador.

Al recibir la solicitud, el subsecretario de Planeamiento de Bariloche, Pablo Bullaude, evaluó posibles espacios públicos. “Ahora dependemos de la decisión de la familia, que debería hacerse cargo de la mudanza y la reinstalación ”, remarcó el funcionario.

Datos

La Asociación Argentina de Calesiteros y Afines, asegura que, como el dulce de leche o el tango, la sortija es un invento argentino.
Dice la historia que el recurso se sumó en de la década del ‘30 y que se adoptó inspirándose en las carreras que hacían los gauchos.
Ese pequeño trozo de metal llegó para quedarse. Y es un recurso no sólo para los calesiteros que generan más ganas de dar vueltas en los niños sino también para los propios chicos que buscan llevarse el gran premio.

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