Rubén, el hombre que jamás en su vida trabajó

Mozo desde hace más de 25 años, repasa su vida en el bar y algunos momentos únicos como cuando atendió a Ulises Dumont, o Mercedes Sosa.

Historias Únicas: Rubén Linqueo

Rubén, el hombre que jamás en su vida trabajó

Andrés Maripe

La quietud del bar se resquebraja con la irrupción del protagonista por una de las puertas vaivén. Si bien la escena remite a las viejas películas western, hay diferencias con el tradicional cine de vaqueros. El hombre en cuestión no lleva un arma: carga sobre su mano hábil una bandeja con el pedido de unos clientes.

Lejos del gesto parco que solían tener aquellos cowboys, Rubén Linqueo atraviesa el piso de madera del café con una sonrisa. Oriundo de Paso Córdova, al que define como su “lugar ideal”, el histórico mozo esconde sus 46 años detrás de una actitud jovial, como si los años lo hubieran cargado más de frescura que de peso en la mochila.

Una de las primeras cosas que llama la atención de Linqueo es su visión romántica de la vida. Se ilusiona con que el ambiente del bar y las reuniones que se generan ahí sean algo eterno, justo ahora que todo avanza y la línea entre lo personal y lo virtual es cada vez más difusa.

Rubén carga sobre su mano hábil una bandeja con el pedido de unos clientes.
Andrés Maripe

Rubén emerge como representante de una raza que parece extinguirse: la de aquellos que hacen lo que aman y, sobre todo, aman lo que hacen. “Hay un dicho que dice ‘si amás lo que haces, no trabajarás nunca en tu vida’. Y a mí me gusta mucho esto. Es una profesión muy hermosa la gastronomía. Jamás lo tomé como un trabajo, incluso desde mis arranques, cuando me dijeron ‘pibe, trabajá pero divertite’. No me considero un mozo, soy simplemente un servidor”, expresa con franqueza Rubén.

“Hay un dicho que dice ‘si amás lo que haces, no trabajarás nunca en tu vida’. Y a mí me gusta mucho esto.

“No me considero un mozo, soy simplemente un servidor”, expresa con franqueza Rubén.

A efectos de establecer una analogía simple, podría decirse que Rubén es para el Café aquel perro fiel y familiero que acompaña a un niño desde su crecimiento hasta la adultez. Y la comparación será válida, pues Linqueo comenzó a trabajar en el establecimiento la noche de inauguración y nunca más se bajó del barco. “Jamás se me ocurrió pensar qué sería de mi vida sin el Café. Es algo que llevo muy adentro, como cada uno de mis compañeros, que tenemos todos una larga trayectoria acá adentro”, afirma Linqueo. Juega para el equipo, está claro. Un poco porque él es así y otro poco porque viene de una escuela en la que las formas eran distintas, más amenas.

Pero va al frente, siempre. Hay una anécdota que pinta de cuerpo entero su entusiasmo a la hora de afrontar esta tarea. “Cuando atendí a Ulises Dumont, me pidió un Premium y un café. Iba con más gente él, todos de su círculo. Llegué a la mesa con la bandeja y la botella de whisky, que ya estaba empezada. Entonces me mira y, medio despectivo, me dice ‘pibe, a mi me abrís una botella en la mesa’. En el momento fui espontáneo y le dije ‘le abro una botella en la mesa, y esta que traje la invita el café’. Me salió en el momento”, rememora Rubén.

También recuerda cuando Mercedes Sosa fue al bar. “ La Negra tenía un cariño tremendo, trataba a todos como un hijo…”

“Jamás se me ocurrió pensar qué sería de mi vida sin el Café”, afirma Linqueo.
Andrés Maripe

Linqueo empezó su camino en la gastronomía con 13 años. Dedicó 33 primaveras a esta vocación, y se mostró agradecido por cada maestro que tuvo durante su vida. Los recuerda a todos, claro está. Le dieron la responsabilidad de ponerse la camiseta de mozo una noche de Año Nuevo, en La Real y con 15 años. Y no la soltó nunca más. “Fue la primera vez que salí con el chalequito, el moño y la bandeja en la mano”, evoca con nostalgia.

Difícilmente hubiera imaginado que esa misma ocupación que desempeñaba en 1970 lo acompañaría en 2017, pero la vida lo llevó por un camino que él mismo supo hacerse a base de respeto y buen desempeño.

Rubén, durante sus primeros años en el Café 43. Concentrado, como siempre.

Andrés Maripe

“No me considero un mozo, soy simplemente un servidor”, expresa con franqueza Rubén.
Andrés Maripe

No hay roquense que no haya pasado por el Café y haya visto alguna vez a Rubén. Con chaleco, o sin él, la cordialidad del hombre no cambió desde que empezó a trabajar allí, hace más de 25 años. No es un vaquero, es cierto. Pero cada vez que atraviesa la puerta y pisa el suelo del bar, genera un respeto del que pocos pueden presumir.

He allí un hombre que jamás resignó su pasión. He allí un hombre que nunca trabajó: solo amó lo que hizo.

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Una de las primeras cosas que llama la atención de Linqueo es su visión romántica de la vida. Se ilusiona con que el ambiente del bar y las reuniones que se generan ahí sean algo eterno, justo ahora que todo avanza y la línea entre lo personal y lo virtual es cada vez más difusa.
“Hay un dicho que dice ‘si amás lo que haces, no trabajarás nunca en tu vida’. Y a mí me gusta mucho esto.

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