De la producción en escala en el siglo XX a la selecta de hoy: la historia de una bodega centenaria

Está en la isla La Esmeralda y fue restaurada. El cambio explica la evolución del vino.

Es un lugar ideal para el reencuentro con la naturaleza, la producción y su historia. Una de las islas más lindas, donde el río Negro se relaja y avanza en forma caprichosa para armar muchas curvas. Ya no está la balsa porque el brazo del ingreso se fue secando por la represa de El Chocón; apenas queda un canal que invita a pasar con cuidado. Aquí se escribió y se reescribe el camino del vino en la región, en el Valle Medio. En un salto que va de grandes a pequeños volúmenes. Del vino común a granel al de calidad. De bodega La Esmeralda a la bodega Videla Dorna.

Cuando a principios del siglo XX el ingeniero Benigno Gutiérrez Acha llegó a la zona se sorprendió por la forma de la isla: “Parece una esmeralda”, le dijo a los testigos. Y bautizó con ese nombre al emprendimiento fruti-vitícola que aportó al desarrollo de la zona, ubicado a 6 kilómetros de Luis Beltrán.

La bodega llegó a tener 50 hectáreas de viñedos, decenas de empleados durante la cosecha y podía almacenar 500.000 litros entre piletas y cubas de roble que fueron traídas desde Francia, al igual que las maquinarias y herramientas. El vino se iba de la isla a granel, en toneles. Lo transportaban en las chatas barcos que recorrían el río. Luego se lo fraccionaba en damajuanas para el consumo.

La familia Videla Dorna llegó a vivir a la isla a fines de los 50, cuando el emprendimiento cerraba sus puertas por la profunda crisis del sector y la muerte de Gutiérrez Acha. Allí Carlos y Toli criaron a sus cinco hijos. Ellos vieron cómo los viñedos fueron cayendo y se los reemplazaba por otros cultivos. Sólo se salvó el parral de uva blanca, ubicado hoy frente a la casa (ver aparte).

Pero las instalaciones de la bodega se mantuvieron en pie. Hasta que Ignacio y su hermano Carloto reflotaron al gigante dormido hace 10 años, bajo otro concepto y a menor escala. Con vinos de alta gama y el desafío de poder exportar en los próximos años.

Ignacio y su hermano Carloto reflotaron la bodega hace 10 años (Foto:Hebe Rajneri)

Implantaron las variedades Pinot Noir, Malbec, Sauvignon Blanc, Cabernet Franc, Merlot y Riesling, distribuidas en 15 hectáreas. Todas bajo una línea joven identificada con la marca Maroma y una línea reserva bajo la marca Calfulen.

Hoy producen 15.000 botellas anuales, y apuntan a las 50.000 cuando den el salto de la categoría artesanal a la de bodega.

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El renacer

La restauración de la bodega abandonada fue un capítulo aparte. Incluyó la colocación de techos nuevos, revoques, pisos, portones y cableado completo. Se recuperaron 7 piletas. Junto a la compra de los tanques de acero inoxidable se apunta a almacenar 100.000 litros. “Somos productores integrales, hacemos vino con nuestras propias uvas”, explica Ignacio, quien vive en Buenos Aires y maneja las ventas y la promoción.

Carloto, en cambio, vivió siempre en La Esmeralda. En la zona todos lo ubican por su boina roja. Habla como si fuera un ingeniero agrónomo pero no lo es. Intercala palabras técnicas y es preciso en su expresión. “Es que el lugar te va haciendo”, explica al describir “la buena fertilidad de esta isla de 150 hectáreas con suelos aluvionales” en la que “se puede cultivar de todo”.

Su gran preocupación son los jabalíes que arremeten en tiempos de cosecha. “Vienen de noche y se comen los racimos maduros. Nos obligan a recorrer las plantaciones constantemente”.

Los hermanos detallan que en la isla ningún proceso es automático y se logró unificar producción y calidad desde la cosecha en canastos, la selección de racimos, hasta la vinificación.

A diez años de iniciado el proyecto, recién ahora encuentra equilibrio y paga sus gastos, explican los Videla Dorna. Para ellos esta historia no es sólo económica, sino que lleva también un fuerte componente emocional. Y es Ignacio el que lo sintetiza en una frase final: “Se trata de la recuperación de un lugar que nos vio nacer y que honra la memoria de los pioneros”.

De las viejas cubas al acero inoxidable

¿En qué se diferencian el vino de la época de La Esmeralda al de la bodega de Videla Dorna?

“El concepto de vino fino es de hace poco, de los 90 en adelante”, explica Ignacio. De allí viene la idea de los varietales.

“Antes no se identificaban las variedades en el vino. Se iban de la isla a granel hacia Buenos Aires, en toneles de 500 litros. Después se lo fraccionaba en damajuanas”.

En la vieja bodega las cubas eran de roble, con capacidad para 10.000 litros, y fueron traídas de Francia. Había que cuidarlas mucho y una vez sacado el vino se las llenaba de agua inmediatamente y se le ajustaban los zunchos, al igual que los cascos.

En la nueva bodega, la fermentación se hace en tanques de acero inoxidable y las viejas piletas fueron reacondicionadas para ubicar las barricas donde se guarda el vino.

El perfil del consumidor también cambió y hoy va creciendo el sector que explora con vinos por fuera de las marcas tradicionales. Se trata de un segmento de entre el 20 y 30% al que apuestan los Videla Dorna.

Dato

Toli, la camioneta congelada y las lecturas

“Vivía en un departamento en Buenos Aires y llegué a la isla cuando tenía 30 años. Aquí crié a mis cinco hijos y aprendí a hacer de todo”.

La que habla es Victoria “Toli” Videla Dorna. Tiene 86 años y se muestra entusiasmada con la recuperación de la bodega. Está sentada en el comedor, lugar que hizo las veces de jardín y en el que enseñó a leer a los niños del lugar.

“Fue una vida brava acá. Me levantaba de noche, les preparaba sus cosas a mis hijos y cruzábamos la balsa para ir al colegio en Beltrán”.

No se olvida que muchas veces la camioneta se congeló y había que esperar a que le diera el sol para que volviera a arrancar.

Mary, la niña que creció marcando las crecidas

María Gutsch es la ahijada del creador del emprendimiento, Benigno Gutiérrez Acha. Nació en la isla en 1937 y su segundo nombre es Esmeralda. Toda una marca para una testigo privilegiada en la historia del vino en la región.

Vive en Beltrán y en su memoria guarda el ruido de las crecidas del río Negro, los crujidos de la balsa y la bocina del barco que llegaba para cargar vino. Cuenta que siempre les avisaba con los pitidos a la altura de Darwin, para que fueran acercando la chata tirada por caballos con las bordalesas. El barco seguía rumbo a Viedma y de la isla también se llevaba corderos.

Su padre, Carlos Gutsch, fue el administrador de La Esmeralda. Un alemán muy trabajador y ordenado.

Siendo niña, lo primero que le enseñó fue a cuidarse del río. “Ponía una marquita con un palito al despertarme y otra al mediodía para ver si subía o bajaba”, cuenta la mujer de ojos celestes y mirada suave.

Más tarde llegó el tiempo del estudio y sus padres la enviaron a un colegio monjas en Buenos Aires.

Regresó al terminar el ciclo primario y conoció la fuerte actividad de La Esmeralda.

Cuenta que “los veranos eran terribles por la cantidad de trabajo” y la balsa no daba abasto por la entrada de provisiones para el personal y la salida de los productos. Bolsas de 50 kilos de fideos, azúcar, harina, cascarilla y mate pasaban ante sus ojos de niña rumbo al depósito.

Luego, con 15 años, aprendió a escribir a máquina y le tocó el turno de realizar trámites y gestiones por la bodega en Choele.

Para eso contaba con un jeep de los importados por Perón tras las guerras. Se lo regaló Alfredo, el hijo de su padrino.

Mary deja la Esmeralda con 20 años para irse a vivir a Luis Beltrán con su pareja, Coco Cognini. Dice que en sus sueños siempre vuelve a la isla.

(Fotos: Hebe Rajneri)

Datos

15.000
Las botellas anuales que elabora la bodega Videla Dorna. Apuntan a las 50.000 en tres años más.

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