Dos vidas en un día: a la mañana, limpia casas;a la noche, es D.T.

De día, limpia casas; a la noche, entrena a su equipo de fútbol de Chacra Monte. En el medio, tuvo que vencer prejuicios y jugársela adentro y fuera de la cancha.

Historias únicas: Rosa Rapiman

Alejandro Carnevale

Es de noche y hace frío. Pero la cancha del barrio está llena de chicos. En el medio, Rosa da indicaciones, abrigada, para hacerle frente al termómetro que marca bajo cero. Hay varios grupos de nenes que corren entre conos, y que patean la pelota. Son los equipos de La Rosa, como se los conoce acá. Acá es Chacra Monte. Y el equipo, en realidad, se llama Colegiales.

Rosa Rapiman -que así se llama- siempre supo que iba a ser entrenadora de fútbol. Desde que era chica y su papá, Juan Carlos, la llevaba a la cancha, o escuchaban los partidos de Boca. “Nos sentábamos juntos y éramos los dos locos que gritábamos los goles”, recuerda de su infancia.

Pero Rosa es D.T. de noche, y también los fines de semana. De día, se gana el sueldo limpiando casas.

Se levanta a las siete, se sube al colectivo que la trae al centro de Roca y en las tres casas en las que alterna y reparte su rutina de limpieza no olvida las estrategias futbolísticas.

Cada mañana, Rosa limpia, friega pisos y le saca el polvo a las ventanas ajenas. Pero no se distrae: mientras, Rosa piensa en el alumbrado o el cerco de la cancha que consiguió a fuerza de insistencia en las oficinas municipales, o en las remeras que debería tener para el próximo campeonato. “Dale, vos podes, insistí”, cuenta que la alientan sus empleadoras, cuando ella se da por vencida en uno de esos partidos contra la burocracia que tiene que librar para conseguir el transporte para sus chicos.

Después, Rosa vuelve al colectivo que la deja en su casa; se sube a su moto y se va a la cancha de Colegiales. “Mi marido ya sabe que a las 18 estoy acá, así que cuando sale del trabajo se trae el equipo de mate y algo para que yo coma. A mi marido no le gusta el fútbol. Pero él me acompaña porque sabe que a mí me encanta”, dice. Que le encanta quiere decir que los fines de semana de Rosa, sólo hay fútbol, de la mañana a la tarde. “Mi marido ya sabe que si vamos a visitar a mi suegra, a la que adoro, tiene que ser un día de semana. Sábado y domingo son de fútbol”.

No fue fácil pisar esa aparente tierra de varones duros en los torneos interbarriales. “Me costó mucho al principio. Los hombres creían que no tenía idea de fútbol, que no tenía carácter. Los otros D.T. y los árbitros, todos me miraban raro. Hasta que me conocieron”, avisa ella, piel curtida por el sol y el viento.

También tuvo que enderezar el gesto de los que miraban torcido esa zona de los barrios roquenses. “Mirá que con Chacra Monte tuvimos mucho problemas, me decían cuando quise anotar a los chicos en el Mundialito. Claro, Chacra Monte tenía fama de que ganaba adentro de la cancha o a las piñas. Pero nos pudimos diferenciar de eso. Vivimos en Chacra Monte, en las chacras, pero jugamos bien, y nos comportamos”, se enorgullece. “Me dejaron entrar al mundialito. Todos los clubes grandes nos miraban como diciendo: qué lindo equipito de barrio. Y en la categoría 2004 llegamos a la final…”, celebra esa victoria. Por los chicos, y por el barrio, que se quitó el estigma.

Rosa se va tarde de la cancha. Cuando termina el entrenamiento, se queda hablando con los alumnos que necesitan de la otra dirección técnica. “Yo les rompo mucho con el tema del colegio; siempre les digo que lo que los va a sacar adelante son los estudios. La satisfacción que tengo es que muchos de los chicos que entrenan conmigo terminaron el secundario y terminaron bien. Y les digo: no estudiás, tenés que trabajar. Tu mamá te parió con cinco deditos en cada mano, así que salí a trabajar”.

Rosa tiene 42 años y ya es abuela. Se emociona fácil y las lágrimas le caen redondas, tupidas. Rosa se emociona por su nieta, por sus hijos, por su familia.

Ellos, dice ella, son el mejor partido de su vida. Los otros, los juega en la cancha.


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