El guardavidas que eligió vivir al ritmo del agua

“Nacido, vivido y criado” en Las Grutas, Tito sabe que no puede vivir sin el olor del mar. Aprendió a nadar a los 4 y desde entonces su tiempo transcurre en la playa.

Historias únicas: Francisco Tito Mazza

“El mar es un amigo. Uno nació ahí, al lado, respirando su olor. Y es como si lo llevara grabado en el cerebro. Siempre que me alejo es lo primero que siento al regresar. De golpe me doy cuenta de cuánto extrañaba ese olor”.

Francisco Tito Maza dice esto parado frente a la costa, su ámbito natural. Tiene 60 años y más de la mitad de la vida trabajó como guardavidas, una vocación que para él nunca entró en discusión. “Casi todos los que probaron el agua de pibes ahora se dedican a esto. Lo sé porque hace más de 20 años que compartimos historias, y es algo que se repite. A todos los que vivíamos sobre la marea de San Antonio y nos ‘tiraron’ al agua desde chiquitos, para que aprendiéramos a nadar, después nadie nos pudo alejar del mar”.

El hombre “nacido, criado y vivido” aquí tiene la piel curtida por el sol patagónico, y la mirada afable de los que se dan el lujo de vivir a su ritmo. Es que desde que optó por dejarse atravesar por su amor al agua decidió que su año girase en torno a ella: en el verano coordina la actividad del grupo guardavidas que se desempeñan en la temporada de Las Grutas, y el resto del tiempo realiza tareas administrativas en el natatorio municipal. Y cada día dedica unos momentos a nadar, alargando bien las brazadas, como aprendió a hacerlo a los 4 años.

También recuerda que lo que él convirtió en oficio fue una de las pasiones de su padre. Fue él el que, de muy pequeño, le enseñó a nadar. ”Me obligó a flotar y a bracear, y desde ahí no tuvo que indicarme más”. Con esa rutina básica, se aseguró que su hijo no se amilanara si algo le pasaba en el agua. “Es que siempre me escapaba. Mi casa estaba a una cuadra de la ría de San Antonio, y yo vivía corriendo para la costanera” rememora.

Desde que optó por dejarse atravesar por su amor al agua decidió que su año girase en torno a ella.

Su papá también tenía un grupo de amigos que lo marcaron, porque todos fueron excelentes nadadores, de ésos que la ciudad recuerda y cuyos nombres bautizan tradicionales competencias de nado, que siguen realizándose hoy. “Tucho Rojas, el Negro Espinosa, Walter Zonco, el Nene Amestoy… Era una barra de ésas como la que yo tuve después, en la que se competía por quien cruzaba más veces la marea”, se entusiasma Tito.

Con el tiempo, su afición se convirtió en trabajo. “En los 80 arranqué trabajando de baqueano, o bañero. En el 84 hice un curso de socorrismo y en el 86 el de guardavidas, en Viedma”, cuenta.

Su primer rescate fue en la tercera bajada. “Mi primer día tuve que rescatar a una mujer muy voluminosa, de más de 100 kilos, que estaba siendo arrastrada por una corriente natural”. Fue su prueba de fuego. Sin embargo el rescate más recordado no se dio en el agua, sino en la playa. “Me entregaron muerta a una criatura de 11 meses, que estaba adentro de su cochecito, en la costa y sufrió un ahogamiento, un edema de glotis por un estado febril. Era tan chiquita que con una sola mano la sostuve durante todo el viaje desde la playa al hospital, mientras que con la otra le hacía masajes. Cuando llegamos la apoyé en la camilla y reaccionó. Fue emocionante” relata, conmovido.

Esa historia no quedó allí, porque Bianca, tal como se llama esa chiquita, viajó para conocerlo años después, cuando tenía 13 años. “Vino desde Bahía Blanca. Quedó con algunas secuelas, porque lo neurológico es bravo, pero está viva. Incluso su tía vive acá y nos hicimos muy amigos” se emociona.

Sus veranos en la playa también le depararon muchas aventuras. E incluso en una temporada conoció a su esposa, Hilda, con la que hoy tiene tres hijos, 5 nietos y uno en camino. “Estaba de vacaciones, venía con su familia. Todo empezó porque se había perdido un chiquito, y me acerqué porque todos estaban aplaudiendo menos ella” recuerda.

Juntos compartieron los altibajos de un trabajo que recién ahora le permite respirar un poco. Y no pienso jubilarse.

“Ya avisé que mientras pueda, van a tenerme acá, custodiando la playa. Amo esta zona. No puedo estar sin respirar el mar”.

Datos

“El mar es un amigo. Uno nació ahí, al lado, respirando su olor. Y es como si lo llevara grabado en el cerebro. Siempre que me alejo es lo primero que siento al regresar. De golpe me doy cuenta de cuánto extrañaba ese olor”.
Desde que optó por dejarse atravesar por su amor al agua decidió que su año girase en torno a ella.
“Ya avisé que mientras pueda, van a tenerme acá, custodiando la playa. Amo esta zona. No puedo estar sin respirar el mar”.

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