Kid Gambita, el crack de fútbol que se convirtió en leyenda sobre un ring

Es uno de los boxeadores más recordados de Bariloche. Pero antes, se ganó su apodo en una cancha, donde su vida dio un giro inesperado.

Historias únicas: Carlos Laciar

La última campanada todavía resuena en el corazón de Carlos Laciar.

Las anécdotas se multiplican por las paredes de su casa hasta que vuelve a tomar forma “Kid Gambita”, uno de los boxeadores más recordados por un pueblo que nunca dejó de llevarlo en andas.

En su casa del barrio Sara María Furman, Carlos describe cada uno de sus combates con la precisión de su brazo izquierdo, ese que soltó con tal fuerza que se mantuvo invicto en 85 peleas como amateur.

Gambita se forjó en el barrio 3 de Mayo durante la década del 70, época en la que aún soñaba con ser jugador profesional de fútbol: “gambeteaba hasta al arquero. Era terrible, hacía goles todos los partidos”, recuerda sobre sus habilidades.

Y fue precisamente en una cancha donde su vida dio un giro inesperado.

Una tarde cualquiera Carlos discutió con un rival que le reprochó: “si sos tan malo, te espero en el Boca Juniors”.

La cosa no pasó a mayores, pero al llegar a su casa preparó un bolso y al otro día se acercó al club que, para su sorpresa, tenía una escuela de boxeo.

“Me lo tomé en serio”, dice acerca del entrenamiento, que duró 15 días, y el reencuentro con su retador, Julio Fuentes. Esa tarde le ganó y en la revancha lo noqueó. Aún hoy se ven en las polvorientas calles del Alto: “cada vez que lo encuentro le agradezco, sino sería uno más en la vida”, reconoce.

Los entrenadores le vieron condiciones y a él, con 17 años, le gustó la idea de viajar para conocer otros lugares de la mano del boxeo. Sin imaginarlo, se había embarcado en la mayor aventura de su vida.

“Yo era un crack en el fútbol”, repite cada vez que puede. Pero su historia la escribió arriba del cuadrilátero y en especial durante la época dorada del boxeo en el Pedro Estremador, el estadio que recibe los eventos de renombre en la ciudad.

Carlos era metódico. A las 6 de la mañana salía a correr, volvía a su casa para desayunar y se iba a trabajar de gasista. Al caer de la tarde buscaba su bolso y se entrenaba en el gimnasio hasta la noche.

“Vivía para el boxeo”, reconoce sobre su paso por el amateurismo. Por aquel entonces logró 86 combates con una sola derrota: “un boxeador de Bahía Blanca que era buenísimo”, asegura. En su último año en esa categoría peleó en 15 oportunidades y ganó 14 por nocaut.

Esa brillante campaña lo llevó al profesionalismo. Para ese entonces ya era un ídolo popular. “La gente me abrazaba, me besaba”, dice con una sonrisa y la mirada llena de nostalgia.

“Me lo tomé en serio porque quería ser algo en la vida”, confía ya con 68 años de edad. Como profesional peleó unas 46 veces y ganó 41 combates en tan solo ocho años de carrera.

Su primera pelea se la arrebató al campeón uruguayo Gilberto López. Pero la más recordada fue aquella en la que derrotó al campeón argentino y sudamericano, Juan José Brizuela.

Su buena campaña lo llevó hasta la catedral del boxeo: el mítico Luna Park en Buenos Aires. Intercambió golpes con Benicio Sosa en la antesala del combate entre Carlos Monzón y Benni Briscoe en noviembre de 1972.

De aquella noche guarda una foto con el gran Oscar “Ringo” Bonavena.

“Pensé que me iban a mirar al revés”, reconoce aunque su simpatía logró acaparar el cariño de los aficionados.

Pero un día “Kid Gambita” dijo basta. Llevaba más de 130 combates sobre el cuadrilátero. “Sentía los golpes en la cabeza”, explica sobre la primera vez que tuvo miedo. Prefirió cuidarse y dedicarse a su familia.

A casi 40 años de su última pelea, Carlos mira hacia atrás y sonríe, como lo hace siempre, y revive con cariño cada uno de sus pasos. “Estoy contento”, resume. Y baja la guardia.

Datos

A casi 40 años de su última pelea, Carlos mira hacia atrás y sonríe, como lo hace siempre, y revive con cariño cada uno de sus pasos. “Estoy contento”, resume. Y baja la guardia.

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