Ocho anécdotas de cómo se celebraba la Navidad en la región

Desde el siglo XIX hasta la década del 80, algunos momentos memorables de esta tradicional festividad, en Neuquén, Roca, Chos Malal, Río Colorado, Viedma y la Línea Sur.

Nochebuena por estos pagos es mucho más que el contraste entre un Papá Noel abrigado para vivir en el Polo Norte y las altas temperaturas de nuestro verano patagónico.

Las experiencias de infancia de nuestros papás y las primeras fiestas de nuestros abuelos y bisabuelos pioneros hablan de cómo cambió la vida cotidiana en apenas unas décadas.

Para rescatar algo de ese espíritu que todavía vive en las sobremesas de madrugada, después del brindis y los regalos, compartimos ocho anécdotas vividas en Roca, Neuquén, Chos Malal, Río Colorado, Viedma y la Línea Sur rionegrina.

Desde finales de siglo XIX hasta la década del 80, recordamos aquí algo de las fiestas, las cenas y los encuentros de los vecinos y vecinas en la calle, al sur del mundo.

La Navidad de los peones y los bailes en los galpones del ferrocarril

Un pino decorado con piñas brillantes y estrella de cartón

1984: un pino de la plaza decorado para Nochebuena

Los regalos fueron colgados en el árbol con un hidroelevador.

De la cena con vecinos a los bailes cerca del hotel Confluencia

De las fiestas en Chos Malal, donde nació, Sara Bucarey recordaba que participaba “todo el pueblo. Como era chico toda la gente se juntaba.
Entre todos comprábamos
una vaca y asado para todo
el mundo. Empanadas para todo el mundo. Aunque no
fuera del pueblo. Se hacía
como una rambla y ahí se
hacía la fiesta”.

Tras la mudanza a Neuquén capital, cuando esta recién nacía, vivieron en una chacra, pero los vecinos se reunían
en el centro, cerca de lo que
era el hotel Confluencia, para
la celebración popular con
baile y orquesta. “Teníamos orquesta con los ferroviarios, porque el tren llegaba hasta acá”. Y se bailaba, los chicos no, “pero íbamos a mirar. La orquesta tocaba de todo un poco, valses, tangos. Una vez vino una gaita española.
Tocaba de lindo”, añoraba
con nostalgia.

Sobre el menú, era igual que ahora, pero había más de chacra: muchas verduras de
la huerta, pan dulce, pan con grasa, con chicharrones y ollas grandes de clericó, con miel.

“No pasaba Papá Noel, pero igual mi papá siempre nos compró cosas. Muñequitas, mucamitas de esas, eran lindas, de loza… Para Reyes sí había regalos, vestiditos largos, con lazos anchos, puntillas, preciosos”.

Tiempos sin heladera y de carnear un chivito en el patio

El árbol que iluminó la noche neuquina hasta el Día de Reyes de 1975.

1881: el fin de año entre el Fuerte Roca y lo que hoy es Cipolletti

“Transcurría el 24 de diciembre de 1881 y mientras la cristiandad celebraba la tradicional fiesta de Nochebuena, el capitán Juan J. Gómez, procedente del Fuerte Roca, avanzaba al frente de treinta hombres en dirección a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén para guarnecer al fortín Primera División (Cipolletti)”, según transcribió en 1993 Héctor Pérez Morando, del diario de viaje
de esos personajes de la historia.

Luego las mujeres invitaron a Gómez “a concurrir a un modesto pesebre navideño levantado por ellas”.

La manzana de los salesianos, el punto de encuentro

Los famosos bailes navideños en el barrio Buena Parada

Datos

“Venidos del barrio de Congreso a los doce años, nosotros llegamos a Jacobacci el 1º de diciembre de 1937”, contaba Nicasio Soria 58 años después, en 1995.
“Aquellas fiestas de fin de año fueron francamente inolvidables. Divididos en ‘baile
social’ y ‘baile popular’, la gente danzaba en los galpones del ferrocarril, donde se organizaban también las kermeses.
La llegada de los almanaques despertaba las emociones del fin de año y su día a día transcurría en un negocio de ramos generales, en cuyos depósitos se apilaban los cajones de sidra “El gaitero” y “Sagardúa”, que procedían de España.
“Los tiempos, como la sidra, eran otros”, analizaba. “Un peón rural cobraba setenta pesos mensuales y le alcanzaba para llevar a su casa una botella de sidra y un pan dulce.
Entre criollos, inmigrantes e indígenas se componía la población. En el caso de los indígenas, las fiestas generalmente los encontraban en la esquila.
“Cada casa tenía su arbolito en el jardín o en una maceta. La gente adinerada compraba adornos y bolas de vidrio, pero nosotros íbamos a buscar una piñas chiquitas que daban los pinos, pasando la estación de ferrocarril”, recordaba en 1993 don Leopoldo Baratta, vecino de toda la vida de Bariloche, nacido en 1920.
El proceso era toda una artesanía: “las pintábamos con laca transparente y las hacíamos rodar por purpurina dorada o plateada para que quedaran brillantes”.
La ceremonia se completaba, por supuesto, con la estrellita en la rama más alta, “que solía hacerse de cartón pintado”. Como parte de los festejos, “antes de la medianoche íbamos a misa en la iglesia de la Inmaculada”. Pero la picardía, cuenta, llegaba al momento de la cena. Como en todas las casas criaban pavos o cerdos en el fondo, “muchas veces se comían animales robados y no faltaba el que invitaba al vecino a comer de su propio lechón”.
El cierre llegaba a pura música. “Se amanecía bailando en el cine bar “Alegría” o en el de Sam Fuller, que ya no existen más o también en el hotel Suizo, que se quemó”.
Como “no existía aún la pirotecnia, llegada la medianoche se tiraban tiros de todo tipo de armas. Se armaba un tiroteo tremendo y los bichos se espantaban, los caballos eran capaces de meterse adentro de las casa y los perros… ni hablar”.
“Esta es la primera labor que realizamos con Astapro; somos un grupo de 22 amigos que decidimos colaborar”, comentaban en 1984 los jóvenes que vistieron con adornos uno de los pinos ubicado frente al antiguo edificio de la municipalidad de Roca, sobre calle España, entre Mitre y San Martín.
Astapro era un taller de orientación laboral para discapacitados. Juntos “habían preparado todos los elementos necesarios para armar el árbol, que es muy alto, pero
la fuerte lluvia de la tarde del miércoles les impidió realizar la tarea”, recuerda la publicación de “Río Negro” de esos días.
Entusiasmados, esperaron que la lluvia acabara y cumplieron su objetivo al día siguiente, cuando tomaron esta foto que publicaron en las páginas del diario impreso.
“Más allá de la participación religiosa que tuviéramos, las reuniones de Nochebuena y fin de año eran familiares, casi estrictamente”, relataba Miguel Nomikos, evocando la década del 60 y principios del 70.
Distinta era la suerte de “los matrimonios recién venidos, solteras, viudos, gente circunstancialmente sin familia”, en una Neuquén que aún era una localidad en desarrollo, a la que llegaban muchos buscando oportunidades.
Con Elvis y John Lennon de fondo, compartían el pavo relleno y el chivito asado junto a los piñones, característicos de la mesa navideña neuquina.
Las posibilidades hacían que los animales “se compraran vivos y se engordaran en el patio de la casa grande elegida para recibir la parentela. Y la convivencia del campo con el pueblo facilitaba tener a mano a alguien práctico en el degüello y el ‘cuereo’”.
Sencillos, “para conseguir los pavos contaban con las chacras de Valentina y Centenario. Para los chivitos, con el chivero Carol, allá por ‘el puente de fierro’ sobre el canal grande, “como yendo por la Olascoaga, pasando el cuartel de bomberos”.
“Era tiempo de muy pocas heladeras, pero estaban las barras de hielo de Mafrici. Junto a las botellas, por encima del aserrín y tapando todo la arpillera mojada, permitían acudir a los piletones por bebida fresca a la noche”.
Después de las doce se visitaba a otras familias, y ante la falta de pirotecnia, las armas eran
disparadas solo para hacer ruido, “hacia las bardas, que estaban ahí nomas”, señalaba.
Los acompañaba la radio, a todo volumen para la hora oficial, y la sirena de los bomberos y el pitar de las máquinas del ferrocarril. El encuentro cerraba con la caravana de autos.
“La manzana de los salesianos fue el centro de las fiestas navideñas de los viedmenses durante buena parte de este siglo”, recordaba el cronista de “Río Negro” en 1993.
En primera persona lo contaba en esos años Cándido Campano, vecino de la ciudad.
A diferencia de lo que hoy sucede, en las primeras décadas del siglo XX tanto Viedma como Patagones estaban cada una más ligada a su propia vida rural que comunicadas entre sí.
En ese marco, las escuelas primarias, el hospital, convocaban a diario a gran número de vecinos, que en diciembre estaban involucrados en los preparativos de ese gran encuentro, que culminaba en la catedral capitalina, con el pesebre viviente y el coro.
Desde la década del 50 y por los siguientes 20 años, los bailes del barrio Buena Parada de Río Colorado, vivieron su esplendor, sobretodo para Navidad y Año Nuevo.
En una nota de 1995 recordaban que “se realizaban sobre pista de tierra, dentro de una parcela rodeada de tupidos tamariscos.
Ubicada al aire libre, la pista era barrida y regada constantemente antes de cada baile, para arrebatarle el polvo suelto.
“Al principio no tenían ni mesas ni sillas, por lo que les pedían a las familias que cada una se trajera sus asientos. “Fue lindo ver como todas las familias del barrio aparecían rato antes de comenzar el baile con esos bancos largos y rústicos”, recordaba Ernesto González, uno de los propulsores. El club barrial organizaba todo, para juntar fondos.
Algunas lámparas eléctricas de colores, alimentadas por corriente continua, adornaban el lugar, alrededor del precario escenario, construido sobre antiguos cajones de cerveza. Desde allí las orquestas animaban la reunión.

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