Querido diario: soy trans

El dolor que conlleva vivir una vida a escondidas es algo que todas las personas trans han experimentado alguna vez. Hay quienes desde su infancia sienten que lo que realmente desean no se corresponde con lo que sus mayores les intentan imponer, de acuerdo a las construcciones sociales en torno a la idea de mujer y la de hombre. Y hay otros que tardan muchos años en encontrarle un nombre a lo que sienten.

Querido diario: soy trans

El dolor que conlleva vivir una vida a escondidas es algo que todas las personas trans han experimentado alguna vez. Hay quienes desde su infancia sienten que lo que realmente desean no se corresponde con lo que sus mayores les intentan imponer, de acuerdo a las construcciones sociales en torno a la idea de mujer y la de hombre. Y hay otros que tardan muchos años en encontrarle un nombre a lo que sienten.

Por Brian Moyano y Agustina Benatti

@agubenatti @briaanmoyano

Es lunes y sabe que otra vez tiene que ir al colegio. La sola idea de tener que decirle a su mamá que hoy no se quiere poner pantalón sino una pollera como la que tiene su amiga Sol le da dolor de cabeza. No sólo le hace doler la cabeza sino todo el cuerpo. Le duele ahí, donde sabe que lo que le gustaría ser, usar, tener no es compatible con la idea que tienen los demás sobre cómo debería comportarse.

La identidad trans confronta directamente con las construcciones sociales y culturales que conlleva el género. Es decir, siguiendo el orden impuesto de las cosas, hay dos –o “debería” haber- grandes grupos. Para unos: el fútbol, el azul y la fortaleza. Para otras: las muñecas, el rosa y la sensibilidad. Pero ¿qué es lo que ocurre cuando lo que se siente no encaja en estos cánones? ¿Cuándo una persona se mira al espejo y no se siente cómoda con el género otorgado socialmente según su sexo biológico?

La concepción individual de género que una persona tiene de sí misma no necesariamente debe coincidir con el sexo biológico con el que nació. Esto es lo que en los años 60 se denominó identidad de género, esa vivencia que se da a nivel individual e interna del género y que se expresa en el aspecto físico y mediante el comportamiento, la elección de un plan de vida.

Algunas personas comienzan a experimentar esta incomodidad con el género que se les impuso al momento del nacimiento desde edades muy tempranas, como lo es el primer encuentro con otros niños y niñas en el jardín de infantes. Ese acercamiento con estructuras sociales en torno a las mujeres y a los varones puede servir como luz indicadora de que uno es diferente.

-¿Qué indicios te decían que tu identidad es otra a la que te asignaron al nacer?

-Me empecé a sentir incómodo con lo que me decían que era. Nunca dudé de que era Benjamín. Tiene que ver con la construcción que te dan a vos como persona, si naces y tenés vagina te ponen un nombre de mujer, te visten de rosa, tenes que jugar con determinados juguetes, sentarte de determinada forma. Desde que iba al jardín me empezó a incomodar todo eso, mi mamá me mandaba al jardín con un muñeco y yo se lo daba a las chicas. Era difícil porque la maestra te decía vos vení acá, las nenas con las nenas. — explica Benjamín Genova, calmo, con naturalidad en sus propias palabras.

Benja tiene 31 años y es padre de dos hijas, fanático de River Plate. Actualmente trabaja en la Dirección de la Diversidad de la Provincia de Neuquén, por lo que todas sus vivencias le permiten aconsejar y ayudar a otras personas trans a lo largo de la provincia y en la capital.

-Te empezás a sentir raro porque querés lo contrario a lo que te dicen que tenés que hacer. Cuando era muy chico creía que jugar al fútbol era de varones y me la pasaba jugando al fútbol; hoy de grande me doy cuenta que no es así, que es también un estereotipo. A los tres, cuatro años me sentía varón, no lo pude decir así a tan temprana edad porque creo que esto se va dando.

Una de las primeras barreras es el querer expresar a sus padres la incomodidad que les genera una vida que no sienten propia y el miedo que eso conlleva, tal como lo experimentó Lucía Esperanza desde muy pequeña:

-Yo iba a jardín y ya ahí me gustaban físicamente los varones, me gustaba más jugar en la casita que a los autitos con los chicos. Entonces yo empecé a notar algo pero no lo pude expresar nunca porque yo sabía que si lo decía mis papás me podían pegar. Yo sentía ese miedo, si yo le decía que me gustaba un nene me iban a decir que estaba mal.

Lucía fue la primera en tramitar su nuevo DNI en Cipolletti, un año antes de que se sancionara la ley de Identidad de Género 26.743

Hoy Lucía a sus 21 años está en camino a terminar sus estudios secundarios, trabaja en la Municipalidad de Cipolletti y forma parte de la Asociación Travestis Transexuales Transgéneros de Argentina (ATTTA) en la sede rionegrina.

A la discriminación que se vive primero por parte del entorno familiar, le van siguiendo el sistema de salud, el ámbito laboral y el sistema educativo. No ayuda, en los años de construcción de personalidad y del yo frente a los demás que en las escuelas se continúen afianzando los estereotipos en torno al género al momento de jugar en los recreos, ni la división de varones y mujeres en filas diferenciadas mientras se iza la bandera.

Mi cuerpo no es equivocado: pensar fuera del binarismo

Al pisar la secundaria no sólo llega un nuevo modo de relacionarse con los demás, descubrir las fiestas de noche y los primeros besos sino que también llega la pubertad. Es decir, el momento biológico crucial donde a unos les cambia la voz, le sale vello facial y a otras se les desarrolla el pecho, se ensanchan las caderas. El cuerpo cambia, muta. Lo que en los primeros años no se diferenciaba tanto y niñas como niños podían andar en cuero (socialmente aceptado), queda atrás.

En ese camino donde los cuerpos comienzan a diferenciarse aún más en la fisonomía es donde también se sustentan los estereotipos de género. La idea de varones fuertes, musculosos y masculinos y en la vereda de en frente mujeres delicadas, femeninas siempre vistos desde una perspectiva binaria que sigue siendo reproducida socialmente en la actualidad.

-Aunque una se hace la fuerte o cree ser fuerte llega un momento en que sentís ese peso de la mirada social atrás y encima tuyo, y decís quiero irme a mi casa. A mí me quedó marcado eso porque en mi transición yo era como una persona intersex, había momentos en que la gente me decía “¿sos hombre o sos mujer?”. Eso es re doloroso. Es feo que alguien te diga eso. Pero la gente no se da cuenta. Está como esa necesidad de “decime qué sos porque sino no puedo dormir”, y capaz que ellos te lo preguntan inocentemente. Pero duele. Y mucho.- sostiene Lucía.

Afortunadamente la identidad no sólo pasa por el cuerpo. Lo cual significa que no necesariamente todas las personas trans deban someterse a tratamientos hormonales o incluso intervenciones quirúrgicas, porque hay tantas formas de ser varón o mujer como personas.

Hay mucha gente trans a la que no le importan los cambios físicos, tiene que ver con un montón de cosas. Son cuestiones muy personales y no es para conformar a nadie, sino a nosotros mismos, explica Benjamín, quien en 2015 se sometió a la primer cirugía trans dentro del marco legal en el hospital neuquino Castro Rendón.

A partir de 2012 con la Ley de Identidad de Género se establecía que las personas trans tenían derecho a cambiar sus documentos de identidad y cualquier tipo de registro donde apareciera su nombre. Esto significaba que finalmente debía reconocerse en el DNI el género con el que se autopercibían y el nombre con el que elegían transitar su vida; y que ya no necesitaban de un psicólogo o psiquiatra que avalara el cambio de identidad.

Pero la ley iba todavía más allá: según el artículo 11 toda persona trans tiene el derecho a acceder a salud integral, a tratamientos hormonales integrales y a intervenciones quirúrgicas, siendo garantizado esto por todos los trabajadores de salud del sector público y privado.

En la zona del Alto Valle neuquino y rionegrino existen espacios específicos como el consultorio trans que funciona en el Hospital Castro Rendón desde 2015 de la mano de dos endocrinólogas, y el reciente consultorio inclusivo “Claudia Pia Baudracco” en el hospital viejo de Cipolletti.

“La ley está, ahora tenemos que ir por una igualdad real”

Una vez sancionada la ley en el 2012, los derechos de las personas trans estaban finalmente en agenda. Sin embargo, muchos y muchas aseguran que no siempre se ven garantizados en la vida cotidiana, en tener que asistir efectivamente a un hospital.

-Yo me acerqué al hospital y creo que nunca me sentí peor en mi vida. Estuve entre el Hospital Castro Rendón, el Hospital Heller, y el Hospital Bouquet Roldán; los tres hospitales que hay acá en la capital y ninguno sabía nada. Fui a médicos generalistas y nadie me daba una respuesta, sostiene Benjamín.

En parte porque en las carreras de Medicina de nuestro país no se incluye una perspectiva de género y por la desinformación que todavía persiste en la sociedad, las personas trans terminan siendo patologizadas al recurrir a los equipos de salud.

-Un ejemplo claro fue cuando conseguimos que se puedan vacunar todas nuestras compañeras y al doctor lo único que le preocupaba es que nosotras estemos a favor de la prostitución, y no es así. Porque lamentablemente es el camino que tenemos que recorrer. Yo le respondí, “las compañeras están toda la noche chupando pijas lo menos que quieren es levantarse temprano a vacunarse”. Si queremos llegar a nuestras compañeras hay que salir a la noche a visitar a todas, porque el sistema de salud puede hacerlo, después la discusión de si se quieren prostituir o no pasa por otro lado, cuenta Luján Acuña, presidenta de la Asociación de Vidas Escondidas y enfermera del sistema de salud neuquino.

Luján y su compañera Katiana Villagra, coordinadora de ATTTA Neuquén, sostienen que no sólo persiste la discriminación en el sistema de salud sino también en el ámbito laboral. Sin un cupo laboral trans propuesto por los gobiernos, la situación de cada persona trans queda librada a su propia suerte.

“Tenemos una pensión de $6.000 cuando la canasta básica es de $14.000, y eso que recibimos va destinado al alquiler, porque no tenemos vivienda, el resto lo tenemos que generar de la manera que podamos. Son $7.000 que tiene que generar una misma”, explica Katiana.

“Sin embargo, no podemos analizar a la población trans por fuera de la sociedad en su totalidad. Es decir, en una sociedad machista y patriarcal como todavía lo es la nuestra, la población trans también está atravesada por diferencias y desigualdades marcadas entre varones y mujeres”, agrega.

-Las mujeres trans están más golpeadas. Yo tengo compañeros trans que se enojan mucho con esa diferencia, pero yo no tengo ese criterio yo creo que sí, que ellas son las más discriminadas, afirma Liam Boggan, varón trans que se desempeña como docente de teatro en escuelas del Alto Valle, donde él mismo trata también la cuestión de los cuerpos.

Liam asegura que no se problematizan los privilegios de los varones en nuestra sociedad, es lo que más se oculta y que si se deconstruiría la estructura en torno a la mujer y al hombre como ideales sería más fácil también para los trans:

-Yo me doy cuenta, me subo al taxi y el taxista me dice: “hola hermano, hola amigo, hola papá, hola campeón, hola maestro”… Es como que soy un montón de cosas copadas y eso ya me da acceso a un montón de cosas. Me puede contar como coge con la mujer, cualquier cosa. Es un código masculino fuerte.

“Nosotros como varones trans tratamos de no repetir esos patrones del machismo”

Benjamín también comparte esta visión sobre la sociedad machista y patriarcal en la cual a ellos, como varones trans, se los pone en un lugar incómodo: “Nosotros como varones trans lo que tratamos de hacer es no repetir esos patrones del machismo, del patriarcado y es muy difícil porque la misma sociedad te pone en ese lugar. Uno trata de no repetir todo esto porque no solo no queremos repetirlo sino que estuvimos del otro lado y sabemos lo que se siente sufrir el machismo. Tenemos esa ventaja sobre los otros varones.”

Por lo tanto, las mujeres trans terminan sufriendo una doble opresión y exclusión: en primer lugar, por ser trans (de la misma manera que lo sufren sus compañeros trans), y en segundo lugar por ser mujeres. Muchas de ellas, excluidas de sus propios hogares, recurren a la prostitución. La discusión no pasa por si el trabajo sexual está bien o mal, sino por qué termina siendo el único trabajo al que pueden recurrir las mujeres trans pobres.

“Derribar los mitos y muros que hay construidos en torno a lo femenino y lo masculino”

Nos debemos la discusión de por qué necesitamos diferenciar “espacios inclusivos” en vez de incluir genuinamente en los espacios que ya existen. Muchos coinciden en que la igualdad finalmente será real cuando las personas trans se vean libres de transitar por la vida social como lo hacemos las personas cisgénero, cuando tengan las mismas posibilidades frente a un empleo o puedan recurrir a la guardia de un hospital sin ser patologizados.

– No tendríamos que tener que hablar de empatía en el ámbito de salud cuando el servicio es a otro no a uno mismo, no tendríamos que hablar de un consultorio inclusivo, no tendríamos hablar de un cupo laboral trans. Pero lamentablemente son muy necesarios para nosotras, para decir acá estamos, respetennos que estamos muriendo, explica Luján.

En una sociedad que todo lo mira bajo la lente machista y heteropatriarcal, reivindicar la identidad trans es cosa seria. Es derribar los mitos y muros que hay construidos en torno a lo femenino y lo masculino, al deber ser. Es plantarse y mirar directo a los ojos al otro: es exclamar que aquí están, que el manto que los invisibiliza debe caer y que es posible deconstruir los muros que tanto lastiman y limitan.

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