Sueño pesquero en pueblo minero

Por extrema necesidad primero, y por expectativas después, “Chocolate” se afianzó como empresario

Gente de acá a la vuelta: Fabián Esquivel

La actividad pesquera en Sierra Grande tiene sus protagonistas que desde abajo iniciaron el camino para poder progresar y cumplir su objetivo empresarial en la vida.

Fabián Esquivel es conocido en Sierra Grande y en varias localidades del este rionegrino porque cada vez que llega a un pueblo el megáfono que tiene en el techo de su camioneta se enciende . “Llegó Chocolate con pescado fresco” se anuncia en las plazas y empiezan las largas colas a esperar por la merluza y otras especies del golfo.

Pero, ¿quién es este pelilargo que se hizo conocido desde hace una década por estos pagos?

Fabián era pescador, oriundo de Necochea, y por razones laborales llegó a San Antonio, Las Grutas y ahora a la localidad serrana. El hombre llegó a disfrazarse de empresario para cumplir sus metas.

“Esta locura de vender pescado la iniciamos con mi señora hace unos diez años, casa por casa. Ahora, miro para atrás y veo que hicimos un largo recorrido, de la nada a tener lo que tenemos, poco o mucho pero hemos logrado salir adelante”, comparte.

Todo empezó porque en una jornada de pesca sufrió un accidente en un barco que afectó seriamente los dedos de sus manos y volver al agua era algo realmente difícil. Empezaron los problemas; tuvieron que vender las cosas de la casa para mantenerse a flote hasta que no tuvieron más nada y tocaron fondo.

Antes de su accidente, “Chocolate” afirma que teñían auto, ropa, amigos, que no se fijaban en gastos y eran “derrochones”.

“Tocamos suelo y nos sirvió para valorar hasta el valor de un clavo”, dice.

Muchos amigos desaparecieron. “Quedamos solos”, señala.

“Hasta que un día, desesperado, fui al muelle a pedir un kilo de pescado para comer y un amigo, Juan Balunsiski, y los muchachos que estaban ahí se enojaron mucho conmigo, me retaron. “¿Cómo te vas a llevar eso? Agarrá esto y lleválo” y me dieron un bolso con 15 kilos de pescado”, recupera.

En vez de consumir todo el pescado fue a la casa de un amigo y pidió una balanza y con bolsas de supermercado armaron bolsitas de un kilo de filet. “No teníamos para comer y salimos con mi esposa Mary a vender pescado en una conservadora con hielo a Las Grutas”.

El primer día, en una hora, vendieron todo el pescado. “Agarramos ese dinero, seguimos a té y buñuelos y volvimos al muelle a comprar más pescado”. Esa rutina se dio durante dos años hasta que pudieron comprarse una camioneta en Viedma.

“Estaba feliz porque logramos comprar un vehículo para seguir con la venta de pescados. No tenía mucho dinero asi que fui a una concesionaria a mirar nomás, pero -por esas cosas de la vida- hablando con el dueño éste se conmovió con mi historia, no me conocía y confió en mí: me recibió 12 mil pesos y me financió el resto. Así fue que tuvimos la forcita (Ford) modelo 73. Ese día no podía dormir”, dice.

Había que pagar la camioneta y aumentar la producción. Por ello, empezaron a lavar el calamar en la bajada cero de Las Grutas con la marea. Nadie se explicaba por qué había tanto pique en esa zona: “es que los restos de los calamares y pescado volvían al mar y necesitaban el agua para limpiar, de otra manera no podían”.

Ya con la camioneta en marcha empezaron a vender pescado en las chacras cercanas a San Javier, un pareja próximo a Viedma. “Pero como había que seguir recaudando de modo sostenido, a la vuelta a casa traíamos cargada la Ford con verduras que al llegar a San Antonio las armábamos en bolsitas y las vendían casa por casa”, cuenta.

Al poco tiempo nomás acondicionaron la camioneta y armaron un cajón de frío; costó pero obtuvieron habilitación de Senasa y un empresario del rubro, Rodolfo, se enteró que estaba vendiendo pescado a domicilio y le ofreció pescado en mayor volumen, 600 kilos.

“Chocolate” aceptó la venta. A tremenda cantidad la fileteó toda y puso cada filet uno arriba del otro -nylon de por medio- en una heladera “que la cerrábamos con una goma, no daba más y esa era nuestra reserva”.

De a poco empezaron a vender más y más pescado y la necesidad de crecer llegó como la de cambiar de rumbo. Fue así que pensaron en Sierra Grande como futuro inminente. Su esposa tenía una casita de 4×4 allí y ya no pagarían más alquiler.

“Siempre iba contra la corriente. Cuando todos me decían que no me veniera a este pueblo me vine igual, y entre venta y venta de pescados cortábamos bloques para armar la casita. Siempre tuve la ilusión que la dársena pesquera abriría y soñaba con mi propia planta”, admite. “Eso nos mantenía en pie, con más fortaleza. La expectativa es todo, muchas veces”, acota.

Desde Sierra Grande planteó otros mercados y se fue a la vecina ciudad de Puerto Madryn (distante a 140 km) y a Rawson a comprar más pescado a las pesqueras.

“Al verme la pinta de pescador que tenía y mi vieja Ford con el parlante solo me atendían en el portón. El hombre de seguridad me decía que no me podían recibir y que pescado no había. Me tenía que volver, con toda la bronca”.

No conforme con la respuesta insistió, pero para hacerlo cambió su aspecto. Compró en una tienda del barrio un traje, se recogió el pelo, compró un maletín y lo llenó de papeles, alquiló un auto y con “actitud soberbia” volvió a insistir.

“Me disfracé de empresario y me dejaron entrar a las plantas. ¿Cuánto pescado quiere? me decían y me vine con la primeras muestras”, recuerda con gracia.

Todas estas anécdotas retratan sus últimos diez años junto a su compañera, Mary ,que no dudó nunca en acompañar en cada locura a su esposo. El mate, aquel compañero de momentos de hambre y angustia, sigue ahí, cerca de ellos.

En un pueblo minero como Sierra Grande él siempre tuvo su sueño pesquero. Tan es así que en un momento de su trayectoria comercial se asoció con un empresario de la zona, Alejandro Rodríguez, para construir una planta procesadora de pescado.

Pocas semanas atrás, de tanto pelearla e insistir, el gobierno de la provincia le otorgó el permiso para que su planta “Pescados y mariscos patagónicos” empiece a funcionar.

“Hemos tocado fondo más de una vez pero acá estamos, más tranquilos y con más sueños. Queremos que se ponga en marcha la dársena de Punta Colorada y poner un barco a pescar y en esa lucha estamos ahora”, expresa “Chocolate”.

“Nos atacaron todas las rachas, pero soy muy creyente, ¡bah! me hice creyente a los golpes”, concluye en la charla.


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