Clima adverso

Luego de haber insistido en que la economía nacional apenas se vería afectada por la virtual evaporación del crédito en casi todos los países, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner acaba no sólo de reconocer que necesitamos un «plan B» sino también de ponerlo en marcha. Se trata de un cambio significante. Incluso su voluntad de atribuir todos los problemas nacionales al «mundo», pasando por alto el aporte de su propio gobierno, tiene su lado positivo, puesto que indica que los Kirchner se saben obligados a adaptar la política económica a las nuevas circunstancias internacionales, abandonando así las pretensiones aislacionistas que los hicieron tardar tanto en reaccionar frente a la crisis que se gestó en Estados Unidos para después propagarse con rapidez desconcertante por el resto del planeta. Con todo, la resistencia inicial de la presidenta y su marido a entender que lo que sucedía en el exterior tendría un impacto muy fuerte en nuestro país seguirá jugando en su contra por mucho tiempo más. También contribuye al escepticismo la conocida afición del gobierno kirchnerista a formular anuncios rimbombantes que raramente dan lugar a hechos concretos.

Aunque el paquete de medidas o «plan de contingencia» que la presidenta anunció el jueves fue bien recibido por muchos empresarios, tanto los representantes del campo como la mayoría de los economistas manifestaron dudas en cuanto a su eventual eficacia. La actitud así supuesta, que refleja la falta de confianza de sectores influyentes en la capacidad de un gobierno acostumbrado al triunfalismo para manejar la economía en una situación muy difícil, se modificaría si la presidenta renovara su gabinete reemplazando, entre otros, al secretario de Comercio Guillermo Moreno y al casi invisible ministro de Economía Carlos Fernández por figuras más prestigiosas, pero por lo pronto no hay motivos para creer que esté dispuesta a ir tan lejos. En vista de que la sensación de que el gobierno se ve dominado por personajes de conocimientos económicos un tanto rudimentarios está en la raíz del pesimismo que se ha apoderado de buena parte del país, hasta el «plan de contingencia» mejor preparado podría fracasar.

Pocos negarían que la inyección de 13.200 millones de pesos en créditos ayudará a estimular el consumo y por lo tanto la producción, pero la propuesta sería más convincente si fuera evidente que la presidenta está en condiciones de movilizar el dinero así supuesto. Según el gobierno, saldrá de las AFJP, o sea, de la Anses, pero sucede que una parte importante ya está en el sistema financiero, de suerte que no será cuestión de dinero fresco, razón por la que a juicio de muchos especialistas serán escasos los beneficios concretos de las medidas anunciadas por la presidenta. Asimismo, el que la Anses haga las veces de un banco público encargado de impulsar la producción repartiendo créditos, si bien de manera indirecta, preocupa a los familiarizados con la historia de nuestro sistema jubilatorio. A menos que el programa de reactivación tenga éxito y resulte ser un muy buen negocio para la Anses, una vez más los jubilados terminarán pagando los costos de una estrategia económica oficial deficiente.

Este «plan B» del gobierno kirchnerista se asemeja bastante a otros que están ensayando sus equivalentes en los países desarrollados y en algunos aún pobres como China para enfrentar el desafío planteado por una recesión que amenaza con profundizarse. Todos están procurando convencer a los bancos de prestar más dinero a empresas y consumidores, pero hasta ahora los resultados de sus esfuerzos en tal sentido han sido decepcionantes. Sucede que en tiempos de crisis la mayoría suele reaccionar tratando de gastar menos y ahorrar más, lo que es muy lógico desde el punto de vista de cada uno pero resulta desastroso desde el del conjunto, ya que hoy en día casi todas las economías dependen más que nada del consumo interno. Bien que mal, no hay motivos para suponer que la Argentina resulte ser una excepción a esta regla al parecer universal, razón por la que sorprendería que los consumidores locales se mostraran más dispuestos a arriesgarse comprando nuevos automóviles, electrodomésticos y otros bienes de consumo que aquellos de los países ricos, aun cuando les sea fácil acceder a créditos baratos.


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